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Democracia en Latinoamérica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

América Latina: ¿democracias sin demócratas?

El panorama que ofrece Latinobarómetro es muy preocupante y se corre el riesgo de que la región entre en una espiral de franco deterioro político, institucional y cívico

centros de votación en La Habana este domingo.
Un niño observa la calle desde un centro de votación en La Habana, el pasado 26 de marzo.ALEXANDRE MENEGHINI (REUTERS)

La edición más reciente del Latinobarómetro confirma ciertas tendencias observadas en América Latina y el Caribe (ALC) al menos desde finales del siglo pasado que, en todo caso, se han venido profundizando, pero en esencia son más o menos constantes desde que la región salió de la era de las dictaduras o se produjeron alternancias históricas como en el caso de México.

Con diferencias en algunos casos relevantes de país a país, el informe arroja cinco conclusiones en el promedio regional: a) el apoyo a la democracia cayó del 63% al 48%, una disminución de quince puntos porcentuales desde 2010; b) la indiferencia sobre el tipo de régimen (democracia o autoritarismo) creció del 16% a 28% este año; c) la preferencia por un “gobierno autoritario” frente a uno democrático subió del 13% al 17%, una proporción significativa que acepta esa opción y en algunos países mucho mayor como México donde pasó del 22% al 33%, la más alta en los 17 países incluidos; d) solo el 43% de los más jóvenes (16-25 años) apoya a la democracia, frente al 55% de los de 61 años y más, y, finalmente, e) a mayor nivel educativo de los entrevistados, más apoyo a la democracia. Casi ninguno de estos hallazgos es nuevo, y este y otros reportes los han venido identificando de tiempo atrás. La pregunta relevante es cómo y por qué se han acentuado en los últimos años. Veamos.

En primer lugar, con las excepciones de Cuba, Nicaragua y Venezuela principalmente, ALC cuenta con democracias electorales razonablemente estables, como lo muestran los comicios que se llevan a cabo de manera periódica, libre y competida. Hay alternancia en todos los órdenes de gobierno e instituciones eficientes que garantizan certidumbre sobre procesos y resultados. No obstante, para contar con una democracia de calidad, es indispensable abordar dilemas diferentes a aquellos que se presentaron hace apenas tres décadas. En varios países han surgido líderes autócratas y populistas que llegaron por el voto, pero intentan destruirlo —“electo-dictaduras”, las califica el informe—o movimientos que buscan desplazar la vía de la representación política como mecanismo de acción colectiva que condensan su participación a partir de un rechazo a los actores tradicionales —los partidos políticos y la clase política tradicional—, y de una categorización de la política como una profesión corrupta. De mantenerse esa percepción, como anticipan Yascha Mounk y Roberto Stefan Foa, “las democracias tenderán a ser menos atractivas en la medida en que dejen de ser asociadas con riqueza y poder, y fallen en afrontar sus propios desafíos”.

El problema en el caso de ALC es que, en las condiciones actuales, es decir, de desigualdad y bajo crecimiento económico, la falta de confianza en las instituciones políticas puede ser peligrosa debido al desencanto democrático y ahondar un círculo vicioso. Es decir, la inferencia pública de que la democracia electoral traería por sí sola, bienestar y desarrollo —una cosa es el ladrillo y otra la casa, como muy bien observó Guillermo O´Donnell— incentivó la emergencia de demandas sociales más rápidas y visibles, respuestas políticas más cosméticas para la galería que efectivas en la realidad, atajos en la consecución de logros, y, por ende, la tentación de regresar a prácticas que creíamos desterradas como el populismo, la autocracia y el autoritarismo. A esto se suma, desde luego, la ley del menor esfuerzo: las sociedades latinoamericanas son, cada vez más, sociedades peticionarias, más inclinadas al subsidio y las transferencias que al mérito y el esfuerzo, una conducta colectiva que los autócratas han sabido leer, entender y explotar muy bien.

En el escenario más optimista, es posible que este paisaje no se convierta en un factor de corrosión de la democracia formal, sino solamente de su calidad. ¿Por qué? Las explicaciones son múltiples y quizá la más inmediata es que, en ciertos casos, las expectativas generadas suelen ser tan elevadas y los resultados tan precarios respecto de las múltiples metas que la sociedad atribuye a la democracia, que esta finalmente no las consigue debido a que su provisión depende de muchos otros factores tales como el crecimiento, la educación de calidad, la innovación, la productividad, regulaciones económicas apropiadas, instituciones eficaces, políticas públicas creativas y sustentadas en evidencia y reformas de segunda o tercera generación, además de circunstancias internacionales favorables. Es decir, variables que no son abundantes en la región.

Por sí mismo, un cambio de régimen político no necesariamente engendra una democracia funcional ni una ciudadanía fuerte, autónoma y responsable. Pero por ahora esa creencia existe y origina una confusión. Si los únicos indicadores para medir la eficacia de los gobiernos y la satisfacción que brindan son las políticas populistas, los controles corporativos de clientelas e instituciones o la polarización de la conversación pública, entonces la esencia de la democracia empieza a perder sentido, se reduce a una “democracia mínima” y pasa a ser, como dice Marcel Gauchet, “presa de una suave autodestrucción, que deja su principio intacto, pero que tiende a privarla de eficacia”.

Por consecuencia, ALC necesita con urgencia que su régimen democrático esté revestido de nuevos contenidos y satisfactores, en un contexto en el que se comprenda bien lo que la democracia ofrece y lo que no, se privilegie el diseño e implementación de políticas públicas efectivas con un adecuado nivel de consenso y legitimidad, una ciudadanía comprometida y proactiva, y un sector público eficaz, eficiente y transparente.

En segundo lugar, la región tiene una asignatura todavía más urgente que es proveer de una educación de calidad, como bien lo recoge el informe: en nuestras “imperfectas democracias” es la educación la que hace aumentar el apoyo a la democracia. Aquí reside una de las claves para impulsar un proceso de transformación. Para ello, la educación de calidad se presenta como una ruta eficaz por su esencia igualadora, su adaptabilidad a las nuevas exigencias y su capacidad para generar cambios y motivar su apropiación generalizada. Los valores cívicos que se impulsen desde el aula tienen que mirar hacia la formación de una ciudadanía de alta intensidad que fomente y reconozca derechos, deberes y obligaciones y que arroje como resultado una convivencia pacífica y ordenada donde la democracia sea percibida como un valor colectivo en razón de su superioridad ética y política.

En tercer término, abordar eficazmente este desafío es condición sine qua non para lograr mayor cohesión social, equidad e inclusión, una economía creciente y competitiva y una democracia sostenible, objetivos que se vinculan con la operación efectiva de los sistemas educativos. Tanto la literatura académica como la evidencia internacional prueban que, desde luego, este esfuerzo involucra distintos instrumentos de política económica, social e institucional, pero hay uno en el que coinciden: la necesidad de una educación centrada ahora en la calidad y la excelencia y no solo en la escolaridad.

Las razones de este fenómeno que combina el descontento, la desilusión y la pasividad son sin duda variadas e incluso contradictorias, como se ve en el informe, pero lo cierto es que han sembrado condiciones de irracionalidad muy peligrosas donde el ciudadano, según escribió Daniel Innerarity hace tiempo, más que elegir, deselige: “hay mucho más rechazo que proyecto… no se vota para solucionar, sino para expresar un malestar. Y, en lógica correspondencia, son elegidos quienes prefieren encabezar las protestas contra los problemas que ponerse a trabajar por arreglarlos. Por eso la competencia o incompetencia de los candidatos es un argumento tan débil. Lo decisivo es representar el malestar mejor que otros”.

El panorama que ofrece Latinobarómetro, en suma, es muy preocupante —y en ciertos países alarmante—y se corre el riesgo de que más que una “recesión democrática” ALC esté ahora en una espiral de franco deterioro político, institucional y cívico, y caiga por consecuencia en una trampa peligrosa de la que no será fácil ni rápido salir: convertirse en una colección de democracias formales sin demócratas reales.

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