El proyecto más audaz de Sheinbaum
El Plan México es una política ambiciosa de desarrollo empresarial que corre el riesgo de cometer viejos errores
Hace unos días, Sheinbaum presentó su “Plan México”, un proyecto de desarrollo empresarial que plantea una hoja de ruta para que México deje de jugar el rol de maquilador barato que hasta ahora ha tenido en la economía global. El proyecto es el más ambicioso que se haya visto en mucho tiempo.
El Plan México no es una simple política de atracción de inversión o de sustitución de importaciones. A diferencia de la primera, el gobierno no asume que la apertura comercial es incentivo suficiente para desarrollar un ecosistema empresarial competitivo. En abierta contraposición con la segunda, el gobierno no busca que la mayoría de los productos vendidos en México sean mexicanos.
Lo que Sheinbaum propone es nuevo porque aprende de los éxitos y fallas de los modelos anteriores: es un proyecto que mantiene la apertura comercial como principal eje de desarrollo, pero que aspira a que los bienes que México exporte sean en efecto mexicanos.
Esto no quita que existan algunos aspectos del Plan México que huelan peligrosamente similares al pasado.
Mamá gallina
Históricamente, el principal error de las políticas de desarrollo empresarial mexicanas es uno: ser mamá gallina. Cual mamá gallina, amoroso e incondicional, el gobierno mexicano ha sido generoso proveyendo incentivos, apoyos y protección a las empresas que desea desarrollar, pero ha sido muy débil en pedirles algo a cambio. El gobierno reparte amor a todos los polluelos, sin separar a los que serán exitosos de los que no y sin condicionar su amor a metas ambiciosas de transformación y desarrollo.
Las políticas de desarrollo industrial mexicanas de los años setenta fueron de mamá gallina. Apoyaron industrias sin condicionar los beneficios a que las empresas se volvieran competitivas globalmente. Esta falta de visión se debió, entre otras cosas, a que el estado estaba capturado por una élite empresarial excepcionalmente movilizada, que no solo se regodeaba en beneficios, sino que, como ha mostrado el trabajo de Gabriel Ondetti, profesor de la Universidad Estatal de Misuri, también demandaba constantes reducciones a su carga fiscal.
Los países que han tenido éxito desarrollando su ecosistema empresarial no han sido mamá gallina, han sido tigres.
Los países del sudeste asiático tuvieron gobiernos que apoyaron a sus empresarios, pero solo a condición de que éstos cumplieran con metas concretas de exportación. Esta “disciplina exportadora”, como en su momento la llamó el periodista económico Joe Studwell, alineó los incentivos de los empresarios para que se volvieran más productivos, innovadores y valiosos porque, de no hacerlo, no serían atractivos en el mercado internacional y, por tanto, el gobierno no continuaría dándoles apoyo.
En no pocas ocasiones, los tigres asiáticos tuvieron el valor de dejar quebrar a empresas que no llegaban a las metas. Demandarles su fusión, desaparición o permitirles una rápida muerte por asfixia era parte del guión.
Lo mismo puede decirse de las políticas de desarrollo tecnológico que han sido exitosas. Como ha identificado Réka Juhász, joven profesora de la Universidad de Columbia Británica, uno de los programas de desarrollo tecnológico más efectivos de Estados Unidos, el de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa de los años cincuenta, contaba con apoyo personalizado y flexible para los investigadores, pero también con políticas de terminación. En caso de que los proyectos se atrasaran sistemáticamente en sus objetivos, los beneficios se terminaban.
La misma piedra
México no ha podido ser exitoso porque siempre ha seguido una política poco estratégica que no le ha demandado suficiente a los empresarios mexicanos. El gobierno los consiente, cruza los dedos y reza un rosario a ver si esta vez sí triunfan. El Plan México adolece hasta ahora de lo mismo.
Como quedó evidenciado con el llamado “decreto nearshoring” publicado esta semana como primera acción de gobierno, el plan es darles a todos los empresarios facilidades fiscales para invertir, sin ponerles metas explícitas. Sin pedirles que jueguen un papel determinado en el engranaje del plan, sin diseñar las métricas que filtren a los buenos de los malos y sin retos concretos de crecimiento exportador. El único requisito es ser formal y pagar impuestos, básicamente existir. Mamá gallina.
El decreto, sin embargo, no es la única forma en la que el gobierno mexicano es demasiado indulgente. La más peligrosa es que el Plan México parece tener algunos consentidos. Industrias poco productivas, como los zapatos y textiles, que crean malos empleos y que no tienen potencial para volverse más complejas, han sido escogidas como “industrias clave” y serán sujetas de generosos apoyos.
Una mejor política apoyaría solo a aquellas empresas textiles dispuestas a invertir en negocios estratégicos de alto valor y resueltas a transformarse en otra industria. Así fue como en su momento el gobierno sudcoreano transformó a Daewoo de ser una empresa textil a ser un conglomerado industrial tecnológico de alto valor. Le dio apoyos, condicionales a cambiar de giro.
Más allá del Plan México, hay problemas estructurales de gallinismo. Por razones políticas muy probablemente relacionadas con el amiguismo empresarial, el gobierno mexicano mantiene, y ha mantenido por décadas, un ecosistema regulatorio que permite la sobrevivencia de empresas mediocres, viejas, rentistas, poco innovadoras y nulamente productivas.
La subordinación del poder político al empresarial ha dado vida a una batería de empresas mexicanas que solo sobreviven porque operan con poder de mercado, reciben cómodas concesiones, utilizan a la Secretaría de Economía como su gestor personal o de plano dictan cuál debe ser la política de desarrollo empresarial del país.
Por eso, mientras que en México nuestros empresarios “exitosos” son vendedores de pan, abarrotes, cemento, pedacitos de tiempo aire o son agiotistas, en otros países las empresas exitosas innovan y ofrecen servicios nuevos. No solo los grandes empresarios han sido protegidos por mamá gallina.
El Gobierno también ha permitido la supervivencia de una enorme cantidad de pequeños empresarios improductivos. Negocios que no cumplen con las regulaciones fiscales y laborales, y que operan en violación de una enorme cantidad de regulaciones, pero aun así son tolerados.
El resultado es que México tiene una enorme cantidad de empresarios que no deberían existir, y cuya sola presencia hunde la productividad de toda la economía porque succionan recursos y capital humano que de otra manera estaría invertido en otras empresas.
Un mejor Plan México
El Plan México es ambicioso en sus objetivos, pero no en sus condicionales. Afortunadamente, hay tiempo para mejorarlo y convertirlo en un plan más creativo.
Hay mil formas de poner condiciones concretas. Se podrían imponer metas concretas de sustitución de insumos chinos a las empresas que reciben apoyos. De no mostrar capacidad para lograrlo en cierto tiempo, los apoyos terminarían. Se podrían dar apoyos solo a microempresarios interesados en fusionarse en empresas medianas con capacidad de escala. Se podría demandar el desarrollo de patentes exportables.
Quizá el reto más grande es que Sheinbaum, a diferencia del indulgente de Echeverría y el negligente de Salinas, tenga el valor para dejar morir empresas que tienen que hacerlo: oligopolistas, contratistas y negocios improductivos. En cuanto al desarrollo económico se refiere, Sheinbaum debe ser tigresa.
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