Cruzar Centroamérica siendo niño: un drama cada vez más común
Una de cada cuatro personas que migra en América Latina y el Caribe es menor, una generación que durante el viaje es más vulnerable a la violencia, la explotación y los abusos
Rosminy y Paulina, a sus nueve y seis años, han cruzado la selva del Darién, una trampa mortal entre Colombia y Panamá en la que han desaparecido o fallecido hasta 258 personas desde 2018. Axel tiene dos años y ya ha traspasado las fronteras de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México en menos de un mes. Son caras muy jóvenes, una nueva generación que tiene que dejar atrás a sus amigos, su hogar y su escuela. Y cada vez son más, ya que una de cada cuatro personas que migran de Sudamérica al norte son menores de edad, según cifras que Unicef ha reunido en los primeros seis meses de 2023. La misma cantidad que durante todo 2022, un total de 40.000 niños y adolescentes.
Las cifras publicadas este septiembre se convierten en historias como la de Paul y Rosmery, de 38 y 39 años, que hace una semana llegaron con sus cinco hijos al albergue Casa Los Amigos, en Ciudad de México. Los siete salieron a principios de agosto de Venezuela, asfixiados por la inflación, los bajos salarios y por sufrir cortes de agua durante días. “Todos los padres de familia que migran hacen un sacrificio, pero uno lo hace para darles un futuro”, explica Paul, que no ha querido dar su apellido, ni tampoco sus familiares.
El viaje lo financiaron con las ventas de “la casa, la cocina, el refrigerador y hasta los corotos (ollas y sartenes)”, explica Rosmery mientras acuna a su hija de seis meses. Sentados en torno a la mesa del comedor del albergue, todos los integrantes de la familia coinciden en que lo más duro de la travesía, que duró aproximadamente un mes, fueron los seis días en el Darién. Allí una de sus hijas vio a una persona que no se movía a un lado del camino y le preguntó a la madre que le pasaba al señor. “Era un muchacho que estaba muerto”, lamenta la madre. Estos son algunas de las situaciones que tiene que vivir los niños migrantes en el camino por la selva. El 91% de ellos menores de 11 años, según Unicef.
Pagos a coyotes controlados por bandas que hacen negocio de la migración, extorsión y trabajo infantil, son algunos de los peligros a los que se enfrentan los menores, sobre todo los que viajan sin compañía. En familia también es muy complicado. “Todos los padres sufren. Uno no descansa, nadie duerme. Cierra un ojo y abre otro. Y nos enfermamos al salir del Darién. Mi hija tenía un palo de fiebre”, explica Paul.
Un viaje parecido realizaron Ángela María Quintero, de 41 años, y su esposo Carlos Jiménez, de 46. Ellos no cruzaron el Darién, pero sí recorrieron todo Centroamérica hasta llegar a Ciudad de México hace dos semanas. Dejaron en 2020 su casa de Maracaibo, en Venezuela, porque ella como enfermera y él como arquitecto sufrían una fuerte represión por no estar alineados con el Gobierno de Nicolás Maduro.
Viajaron a Panamá y allí nació un año después Axel David Jiménez Quintero. No pudieron obtener la documentación necesaria para quedarse por las restrictivas medidas de migración panameñas, que exigen que el hijo de extranjeros cumpla cinco años para que los padres puedan exigir la residencia permanente. El pasado agosto dejaron el país por la “xenofobia en contra del venezolano” y llegaron a Ciudad de México, tras pagar 3.000 dólares entre los tres para cruzar cinco fronteras.
La mayor dificultad de la familia Jiménez Quintero fue cuando su hijo se enfermó en Guatemala. “Teníamos algo de dinero, pero no sabíamos donde llevarlo. Como migrantes no sabíamos a donde acudir, quién nos podía apoyar”, explica Jiménez. El informe de Unicef explica que para los menores y sus padres una de las mayores dificultades es encontrar acceso a las necesidades básicas.
La educación de sus hijos también les atormenta. “El próximo año Axel ya debería estar yendo a un kinder, por eso la preocupación por hacer los trámites para tener un estatus legal de refugiado”, dice Quintero frente a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, donde intentan tramitar su documentación para quedarse en Ciudad de México.
Rosminy y Paulina, ya en edad escolar, no tienen donde ir a estudiar por falta de documentación. Sus padres gestionan a toda prisa el trámite de la aplicación CBP ONE, para recibir un documento que les permita conseguir asilo en Estados Unidos, y que las niñas puedan volver a estudiar. “Para eso es para lo que venimos, tomando el riesgo de que nos acepten allá. Y que comencemos de cero en Estados Unidos”, explica Paul.
La dificultad de migrar en familia
Los padres que migran con sus hijos tiene una doble responsabilidad, la de conseguir suplir las necesidades básicas del viaje y a la vez estar pendientes de los niños. Ismael Resendiz, Gestor de Actividades de Salud Mental en Médicos Sin Fronteras, explica que durante el viaje “se dejan un tanto de lado las necesidades básicas del desarrollo de los menores. ¿Cómo jugar con un niño cuando el adulto está preocupado por qué comer?”. Para los menores esto se traduce en un impacto en su salud física y emocional, sobre todo porque no son conscientes de la realidad que viven. “A los pequeños muchas veces ni siquiera se le explica por qué se emprendió la ruta”, señala Resendiz.
Los menores también dejan atrás muchas cosas. Rosminy y Paulina, por ejemplo, echan de menos a sus mascotas. “Se las tuvimos que dejar a mis abuelas”, dicen con tristeza. “El adulto puede usar mecanismos para enfrentar a esta realidad, pero el menor muchas veces no los ha construido”, explica Resendiz.
El choque cultural también es muy fuerte mientras el menor viaja. Resendiz cree que “a veces estamos tan centrados en la violencia, en la carencia económica, en los duelos y en la pérdida, que las pequeñas cosas no parecen significativas”. Rosminy echa de menos comer arepas y Paulina un buen plato de caraotas (frijoles). En México, a las niñas algunos sabores les parecen “muy raros” y, además, acusan el picante.
Resendiz explica que estos pequeños detalles marcan la infancia de muchos menores: “Imagínate salir de tu país por pasar una situación de peligro, atravesar el Darién, cruzar Centroamérica, y de repente llegar a un lugar donde te dan a comer picante, como en México”. Estas particularidades hacen que un proceso migratorio, para cualquier familia, sea un laberinto con miles de pruebas. Y el final solo puede ser en otro país. A Paulina le encantaría volver a Venezuela. Su padre, dice que “a ellas se les olvida por lo que pasaron”. Pero la niña de seis años es clara, “yo cuando este grande voy en avión”.
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