De las caravanas migrantes a las sobredosis de fentanilo: México ataja las amenazas de Trump
La actual obsesión con el tráfico del opioide sustituye como arma negociadora a los flujos migrantes durante el primer mandato del republicano, siempre con los aranceles de fondo

La vida son ciclos, máxima que ha encontrado su mayor exponente esta primavera en América del Norte. El primer mes y medio del segundo Gobierno de Donald Trump ha recordado en México a aquellos meses vertiginosos de mediados de 2019, cuando el republicano enarboló por primera vez la amenaza de los aranceles, entonces de un 5%. La historia se repite ahora, Trump ha elevado la apuesta arancelaria al 25%, consolidando el desgaste y la volatilidad como principales divisas políticas. No hay forma de saber si la amenaza impositiva seguirá o ha terminado. Mientras tanto, México celebra un nuevo mes de gracia, a la espera de los dictados de la Casa Blanca.
En medio del nuevo ciclo, una amenaza renovada ocupa al republicano. Donde antes estuvo la migración, ahora figura el fentanilo, el potente opioide producido masivamente en México –con apoyo de químicos importados de China– como atestiguan los decomisos de los últimos meses en el país. Parte de una dualidad, el fentanilo protagoniza ahora la lucha de Trump contra el terror. Antes fueron los encuentros en la frontera, las peticiones de asilo, las caravanas migrantes. Pero México redobló sus esfuerzos en el sur, junto a Guatemala, y el problema se desinfló. El fentanilo es el nuevo coco, la negociación es prácticamente la misma.
Todo empezó a finales de 2018. Andrés Manuel López Obrador acababa de ganar las elecciones. El líder moral de la izquierda llegaba finalmente al Gobierno, después de años de intentos fallidos. La violencia asolaba al país, igual que ahora. La pandemia de covid-19 ni siquiera se adivinaba en el horizonte. En el sur de México, las primeras caravanas migrantes aparecían como un fenómeno de autoprotección contra las mafias, acostumbradas a ver a los viajeros como ganado. Aquellos movimientos masivos de ciudadanos, sobre todo centroamericanos, llamaron la atención al norte del río Bravo. Trump puso el grito en el cielo.
La primera caravana intentó remontar México en octubre. El presidente saliente, Enrique Peña Nieto, trató de enfrentar la situación. El mandatario instaló un embudo migratorio en el sur, invento que perfeccionaría su sucesor. A Trump, la asfixia de esa caravana le pareció muy bien y felicitó a “los líderes de México”. Pero con el paso de los meses, la llegada de nuevas caravanas y el titubeo del nuevo Gobierno, que tomó posesión en diciembre, el republicano embistió de nuevo. En marzo de 2019, dijo que “México no está haciendo nada para ayudar a detener” la migración. Trump insistió y dijo que si las cosas no cambiaban cerraría la frontera.
A sus ojos, la situación no mejoró y, en mayo, amenazó por primera vez con imponer aranceles del 5% si México no detenía el flujo de migrantes al norte. El fentanilo entonces no existía y el tráfico de drogas apenas aparecía en el tira y afloja binacional. El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, viajó varias veces a Washington para negociar una solución con el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo. El 7 de junio, llegaron finalmente a un acuerdo. México enviaría 6.000 agentes de la nueva Guardia Nacional a la frontera sur, perseguiría a los traficantes de personas y aumentaría sus capacidades para recibir a peticionarios de asilo.
Aquello funcionó y luego llegó la pandemia. Con el virus haciendo estragos en todo el mundo, Trump aprovechó y rescató una vieja directiva sanitaria, conocida como título 42, que permitía que los agentes de migración expulsaran a los migrantes de vuelta a México, sin darles derecho a pedir asilo. La administración Trump terminó y llegó Joe Biden, que aprovechó el título 42 hasta bien entrado su mandato, en mayo de 2023. Las nuevas medidas implementadas por el demócrata abundaron en las restricciones del título 42, en realidad, situación que no impidió que Trump le atacara durante la siguiente campaña electoral.
Pero todos sus ataques, sus acusaciones, terminaron poco después: Trump ganó las elecciones y tomo posesión este enero. En sus primeros días, el republicano cerró prácticamente la puerta a todo peticionario de asilo, eliminando la única vía de entrada para los migrantes, la aplicación digital ideada por Biden, CBP One. En México, el Instituto Nacional de Migración lucía el músculo de cinco años de prácticas persecutorias. Las caravanas se deshacían en las selvas chiapanecas y el país recibía cada vez más peticiones de asilo. Trump no tenía mucho que decir ahí. Fue entonces cuando elevó el fentanilo a enemigo público número uno de EE UU.
Los movimientos han sido parecidos a los de hace cinco años. Claudia Sheinbaum ha sustituido a López Obrador y parece que ha acelerado la lucha contra el crimen. Ante la nueva amenaza arancelaria, México ha aceptado enviar agentes a la frontera, esta vez del lado norte. 10.000 guardias nacionales han acudido a Coahuila, Chihuahua, Tamaulipas, Baja California... Los decomisos de fentanilo se han sucedido, igual que la captura y envío de narcotraficantes desde México, en números nunca antes vistos.

Trump dice que está bien, pero que hace falta mucho más. En 2019, la amenaza arancelaria se desactivó en poco tiempo. Es verdad que México y Estados Unidos acababan de firmar un nuevo tratado comercial, junto con Canadá, por presiones del republicano. Ahora, ni siquiera su propio tratado le ha detenido. Sheinbaum enseñaba esta semana gráficas de decomisos de droga, igual que antes, su antecesor, en su estilo, defendió progresos en la detención de los flujos migratorios. La pregunta ahora es cuánto será suficiente para Trump.
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