La pandemia desinfla la promesa de empleo juvenil de López Obrador
La crisis económica impulsa el número de inscripciones al programa ‘Jóvenes Construyendo el Futuro’, pero dificulta aún más la inserción laboral tras la beca
La nueva vida de Alejandra Reyes en el Caribe no acababa de arrancar. Esta sonorense de 28 años, se mudó hace dos años a la Riviera Maya, lo más lejos que pudo de su ciudad natal en el norte de México. Quería dejar la casa de sus padres y empezar de cero. Durante ese tiempo, llamó a la puerta de hoteles y ferias de empleo. Con formación preparatoria, a veces le decían que no estaba suficientemente cualificada; otras, que lo estaba demasiado. Parecía que no encajaba ni para fregar platos. Para salir de la trampa, en marzo del año pasado se apuntó a Jóvenes Construyendo el Futuro, un programa de inserción laboral del Gobierno. Doce meses después, el programa y la pandemia la han dejado prácticamente en la casilla de salida: sin trabajo.
En enero de 2019, el Gobierno lanzó el programa para becar en los siguientes años a 2,3 millones de jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban, los ninis. Era uno de los proyectos emblema de la Administración, mimado en el presupuesto y en el discurso del presidente Andrés Manuel López Obrador. Año y medio después, más de un millón de personas ha perdido su empleo formal por la crisis del coronavirus y el golpe a los jóvenes ha sido desproporcionado. En junio, la reducción entre los menores de 29 años fue del 10,1% respecto al mismo mes del año pasado, frente a la disminución del 2,2% en los trabajadores de entre 39 y 49 años. En este marco, algunos han visto en el programa Jóvenes Construyendo el Futuro un refugio en plena debacle. Desde el inicio de la pandemia, las incorporaciones mensuales se han duplicado; de las 46.277 en marzo a las 84.844 en junio, según datos de la Secretaría de Trabajo.
Pero el repunte tiene una base de arena. El presupuesto del programa ha sido recortado un 37% para 2020 y los becarios que ya completaron su año se encuentran a la intemperie en el peor momento. Hasta mediados de junio, el programa había beneficiado a 1,3 millones de jóvenes con al menos una beca mensual. De estos, unos 581.000 están actualmente en prácticas y otros 312.250 han egresado y completado sus 12 meses. Quedan, por tanto, casi 480.000 jóvenes, alrededor de un tercio del total, que se detuvieron antes de terminar el año. “Es un mundo. Puede ser que estén buscando otro centro de trabajo, puede ser que se dieran de baja. Hay muchos supuestos en torno a eso”, reconoce la coordinadora, Dayra Vergara.
Los 3.800 pesos mensuales de la beca, unos 170 dólares, es un pobre acicate para quedarse en el puesto, apuntan becarios y empresas. El caso de BBVA, el mayor banco de México, es un ejemplo del desafío que plantea la alta deserción: cuesta cubrir las vacantes y cuesta que los jóvenes se queden. Poco antes de empezar a acoger a los becados, crearon el perfil de “asesor digital” en las sucursales para asistir a aquellos clientes poco acostumbrados a manejar las nuevas tecnologías. Con los becados esperaban rellenar esos puestos. Sin embargo, de las casi 1.800 vacantes ofrecidas en la plataforma, solo el 27% están ocupadas actualmente, según datos proporcionados a este diario. Desde el inicio, la entidad ha acogido a 1.400 jóvenes, de los que apenas 80 han terminado los 12 meses. “No se ha llegado a las metas que pensábamos”, resumen fuentes de BBVA México.
El programa se proponía fomentar la inserción laboral de los jóvenes, todo un reto en una economía que ya había dado señales de flaqueza antes de la crisis con una caída del 0,1% del PIB en 2019, la peor en una década. En este aspecto, los datos tampoco son alentadores. Hasta mediados de junio, unos 73.052 jóvenes afirmaban haber encontrado trabajo en el centro donde se capacitaron o en otra empresa, según la Secretaría de Trabajo. En casi año y medio, Femsa, dueña de la red de más de 18.000 supermercados Oxxo y unas de las mayores empresas del país, ha acogido a 1.126 jóvenes y ha contratado a 62, según datos proporcionados a este diario.
Pero incluso el total de 73.000 presuntos contratados hay que revisarlo con lupa. El dato se extrae de una encuesta interna, hecha al poco de acabar la beca, en la que se pregunta a los jóvenes si su plan es trabajar, estudiar o iniciar un negocio. Pero el “plan” no tiene por qué haberse cumplido. El Gobierno desconoce si los egresados en los tres primeros meses del año, cuando todavía no había golpeado la pandemia, mantienen el trabajo que reportaron o preveían tener.
Britany Briseño, de 23 años, hizo su formación en un instituto de belleza en Ciudad de México, donde aprendió a teñir, dar masajes faciales y hacer la manicura. Antes, no trabajaba ni estudiaba. Era madre soltera y vivía con sus padres. La flexibilidad del programa le vino “como anillo al dedo”, dice. En el instituto de belleza estaban contentos con ella y, justo antes declararse la emergencia sanitaria, le hicieron una oferta de trabajo. “Me dijeron piénsalo y cuando fui a decirles sí, ya empezó a cerrar todo”, recuerda. La oferta se ha archivado al menos hasta septiembre. Entretanto, Briseño intentará montar un servicio a domicilio de peluquería y manicura.
La Secretaría de Trabajo sostiene que, como Briseño, una parte de los egresados está por iniciar un negocio. Un 32% citó esta última opción en uno de los cuestionarios de salida. “Más allá del ideal que pensábamos de que se quede a trabajar, a lo mejor el joven no quiere eso, igual quiere emprender un negocio, lo cual es muy viable”, dice Vergara. El Gobierno ofrece un microcrédito de 6.000 pesos, unos 270 dólares, y 60.000 egresados lo han solicitado hasta la fecha. Sin embargo, se desconoce cuántos han logrado montar un negocio. El economista Marcelo Delajara, del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (Ceey), se muestra escéptico: “Son deseos de la gente que están lejos de concretarse. Estos jóvenes no fueron capacitados para emprender”, apunta.
Más allá del coronavirus, problemas de diseño
La coyuntura no lo explica todo. El bajo número de contrataciones es atribuible, además, a errores de diseño, según los expertos. Miguel Székely, director del think-tank Centro de Estudios Educativos y Sociales, apunta a una falta de incentivos y señala dos opciones “de libro de texto” que el programa no contempla: contribuciones del Gobierno al pago de la seguridad social si la empresa contrata a los jóvenes o disponer de “una bolsa de trabajo eficiente”. “No es un programa diseñado con los incentivos adecuados para que a quien capacita luego le convenga contratar a esa persona”, explica. “Si ese diseño no volaba en una economía mínimamente funcional, en las circunstancias actuales todavía menos”.
A eso se añade una calidad de capacitación muy diversa. Los 12 meses de Alejandra Rojas no fueron lo que esperaba. En su primer día de trabajo en el hotel de cinco estrellas donde iba a hacer las prácticas, le dijeron que no la necesitaban por no tener experiencia. Tuvo que reportar el problema a la Secretaría del Trabajo y, bajo su consejo, advertir al hotel de que un inspector iría al centro. Entonces, la readmitieron pero en una división distinta a la que ella había elegido, la de ama de llaves. “Nunca me dejaron capacitarme en el área que escogí. Aprendí porque aprendí, pero no porque me tendieran la mano como capacitadores”, explica. Rojas nunca recibió la visita de un “mentor de la nación”, como se conoce a los inspectores encargados de verificar el desempeño de los becarios y de los centros de trabajo. El hotel no le planteó la opción de quedarse y la suspensión de actividades esenciales decretada por el Gobierno a finales de marzo acabó de arruinar cualquier posibilidad.
Ese sentimiento de decepción es compartido por Francisco Quesada, de 21 años. Quería dejar cuanto antes el cuarto que compartía con sus dos hermanos y se apuntó a la beca. Al tener experiencia previa en ventas, escogió una academia de idiomas que quería captar a nuevos clientes. Tenía objetivos de recaudación de 7.000 a 8.000 pesos al mes. Si no los conseguía, se arriesgaba a que le dieran de baja. Las herramientas para lograr esa cifra eran unos volantes en formato tríptico. “No estamos en una era para andar repartiendo volantes”, dice. “Abrí páginas de Facebook y llegué a invertir la mitad de la beca mensual en anuncios digitales”. Aunque no está permitido por el programa, Quesada tuvo que compaginar la beca con un trabajo en el negocio familiar para así poder pagar la renta de su departamento. La academia de idiomas nunca le devolvió lo invertido y tampoco lo contrataron. “Te dan las gracias y al próximo becado”.
“Las empresas son unidades de producción económica. Es un error pretender que por sí mismas y sin ningún interés adicional van a invertir en la formación”, dice Miguel Székely. Además, el experto apunta al uso del programa como método de acercamiento con el Gobierno. “Muchas grandes empresas se subieron al barco más con la idea de tender un puente con el presidente, sin que el programa tuviera ningún sentido para ellos. Fue como una inversión en relaciones públicas”.
Frente a las críticas, Dayra Vergara defiende que “difícilmente” el Gobierno tiene capacidad para evaluar la calidad. El 94% de los aprendices se han formado en empresas de entre uno y 50 empleados. “Nosotros partimos de la confianza”, afirma. El cuestionario de salida a los becarios, el mismo en el que indican sus preferencias de futuro, muestra una satisfacción que rara vez baja del 90%. Vergara comparte algunos resultados: ¿Qué tanto te sientes parte de la comunidad de jóvenes mexicanos que contribuirán a mejorar este país? 94,2% contesta que mucho. ¿Qué tanto te ayudó el programa a adquirir habilidades técnicas para trabajar? 94,6%, mucho.
Todo es positivo en el cuestionario, pero el Gobierno no tiene información sobre las condiciones ni el nivel de ingresos de aquellos jóvenes que consiguieron ser contratados tras la beca. Dayra Vergara toma como referencia la Encuesta Nacional de Ocupación de Empleo del primer trimestre, cuando la pandemia todavía no había golpeado y se reportaba un salario promedio de 6.129 pesos para los jóvenes entre 18 y 29 años. “Más o menos podemos decir que el ingreso de los jóvenes que salen del programa es de 6.000 pesos. Este apoyo que está dando el programa equivale al 61,2% del ingreso promedio mensual”, señala. Sobre la falta de datos específicos de los egresados, Vergara afirma que es “complejo” obtenerlos.
Aunque la pandemia ha impulsado las inscripciones, el economista Marcelo Delajara, del Ceey, apunta a unas metas difícilmente asequibles con un presupuesto recortado y una economía renqueante como la mexicana. Pone el ejemplo de Job Corps, un programa estadounidense de inserción laboral que capacitó en 30 años a tres millones de jóvenes, frente a los 2,3 millones que se ha propuesto formar el Gobierno mexicano en menos de seis años. “No es fácil insertar a los jóvenes, encontrar ese talento desperdiciado que quizás viene de una zona marginal y ponerlo en un sendero de éxito que implica conseguir un trabajo formal”. Además, no cualquier empleo vale, señala: “La clave no es conseguir trabajo, sino conseguirlo en el sector formal “.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.