‘En busca de la felicidad’: orgullo de padre
Para estar orgullosos de nuestros hijos, no hace falta que ganen trofeos o concursos, lo esencial es que se queden fascinados por los pequeños misterios de la vida
Desde que soy padre, me fijo mucho en esta especie de competición sutil para ver quién tiene el mejor hijo. Hay charlas entre padres de familia que parecen más bien una convención de vendedores en una feria del sector alardeando de las características de los nuevos modelos.
Todos los niños son los más listos, los más graciosos, los que cantan mejor, los que hablan desde los tres meses, los que ya resolvían ecuaciones en la guardería. Los padres no suelen decir: “Pues el mío aún se mea en la cama”; “El mío es el matón de clase”; “El mío vocaliza fatal y le decimos que sí, pero no entendemos la mitad de sus frases”… Y esa es la competición social que muchos padres quieren ganar, para darse mérito, para triunfar a través de sus hijos.
Pero después todos tenemos un orgullo casero, de disfrute personal, de consumo propio, que no necesitas colgar en las redes a menos que vivas de explotar a tus retoños y haya un patrocinador controlándolo. Son esos momentos en los que simplemente ver a tus hijos en actividades del día a día te llena de felicidad.
A veces son cosas que creemos ordinarias y que solo valoras si las haces por primera vez o has tenido un accidente bestia y tienes que sufrir meses de rehabilitación: caminar por primera vez, subir o bajar una escalera, comer solo con cubiertos… O cuando crecen y ya se cogen ellos el postre de la nevera, o empiezan a leer solos ese libro que les fascina, o incluso te acaban explicando ellos cómo funciona algo del móvil.
Para sentir orgullo y satisfacción de nuestros niños y niñas, no hace falta que ganen trofeos, concursos, partidos, que saquen las mejores notas o que sean mejores que los demás (aunque si pasa, siempre se agradece). Lo importante es que se queden fascinados por los pequeños misterios de la vida... y te vuelvan a fascinar a ti, de paso.
Nuestra cara entonces se transforma en una gigantesca sonrisa boba de admiración, como si toda la magia de esa personita fuera cosa nuestra. A veces corremos a hacer videos y fotos del momento, como si acabaras de cocinar una paella y de tan buena la envasarías al vacío para que durara siempre. Pero a veces simplemente miras y te olvidas de las noches sin dormir y de la carga mental, de la crianza y del cansancio físico y de las prisas por llegar a todo… y disfrutas de esos momentos perfectos.
Es un tópico decir que no hay nada más bonito que la sonrisa de un niño. Para los que no tienen críos o los quieren regular, un coche de lujo, un ático impresionante o una estrella de cine pueden resultar levemente más apasionantes. Pero para un padre pocas cosas hay más impresionantes que ver a tus hijos descubrir con ilusión y avidez la magia cotidiana de la vida y convertirse en personitas felices y autónomas.
*Martín Piñol es autor de 33 libros, su serie infantil ‘La cocina de los monstruos’ se ha publicado en varios países. Su última novela es ‘El club de las sombras’.
Puedes seguir De mamas & de papas en Facebook, Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter quincenal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.