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¿Cómo saber si tu hijo adolescente sufre depresión?

Identificar los síntomas facilitará que la situación no se convierta en el algo más grave que ponga en peligro la vida del menor. El aislamiento o el uso compulsivo de internet y redes sociales favorecen el desarrollo de estos trastornos

Una chica triste está sola en una calle.
Una chica triste está sola en una calle.eric ward

En 2013, la poeta colombiana Piedad Bonnett escribía en Lo que no tiene nombre: “La noticia de que se trató de un suicidio hace que muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un pecado”. El libro narra uno de los tabús más terribles, el del suicidio. Aunque su hijo Daniel llevaba tiempo en tratamiento psiquiátrico y hacía una vida normal, el sufrimiento le consumía por dentro, y fue ese dolor insoportable el que le llevó a arrojarse de la habitación de su piso de estudiante en Nueva York. Fue la literatura la que salvó a Piedad después de esto, porque encontró en la escritura, en ese libro, un motivo para vivir, una forma amable de transitar su duelo. “El dolor se apacigua al ser compartido con otros”, escribía también.

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Según la Asociación Española de Pediatría (AEP), el suicidio es la tercera causa de muerte en la adolescencia, una situación que, según explica Gemma Ochando, miembro de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría, puede empeorar en los próximos meses si no se toman medidas urgentes. Si a la infancia no se le ha prestado la atención que necesitaba en la gestión de la crisis por coronavirus, a los adolescentes, además, se les ha culpabilizado a lo largo de todos estos meses. La experta cree que esto es “muy injusto” porque la mayoría han demostrado ser muy responsables pese a que su mundo se había derrumbado. “La socialización, la asistencia a clases… todo es muy importante para ellos y ellas. Junto con los mayores, son los que más han sufrido la pandemia”.

José Carlos Espín, coordinador de la Unidad de Salud Mental Infanto-Juvenil del Hospital 12 de octubre de Madrid, explica que muchos niños y adolescentes han estado y siguen estando expuestos a situaciones estresantes, traumáticas y dolorosas, derivadas del confinamiento y del distanciamiento social, sin que hayan tenido un soporte amortiguador. “La familia, la escuela, las relaciones sociales han dejado de tener el efecto amortiguador y canalizador de los problemas emocionales de los jóvenes. Factores como el cierre de escuelas en la primera ola, la pérdida de rutinas, la imposibilidad de desarrollar actividades al aire libre en compañía de amigos, el distanciamiento físico de los seres queridos, la pérdida de familiares, el desempleo y los problemas económicos familiares, la incertidumbre generalizada sobre el futuro, el uso excesivo de internet, la interrupción de terapias y tratamientos específicos, y la violencia y abusos en el ámbito doméstico, entre otros, subyacen a esta oleada de problemas de salud mental en niños y adolescentes, como se menciona en diferentes trabajos, informes y publicaciones al respecto”.

Desde el punto de vista asistencial, según Espín, se han derivado casos más graves y complejos desde Atención Primaria, se han incrementado de forma muy notable las urgencias psiquiátricas de adolescentes y las demandas de ingreso también han aumentado de forma exponencial a partir de la primera ola de la pandemia. “En nuestro Hospital, tanto las urgencias como las demandas de ingreso se han cuadruplicado. Y a nivel de la Comunidad de Madrid hemos sufrido la presencia casi de manera habitual de un número elevado de adolescentes atendidos en las urgencias pediátricas de nuestros hospitales esperando ser ingresados en una Unidad de hospitalización”, señala. Pese a ello, y en este contexto, se ha logrado en un tiempo muy corto la apertura de una Unidad de Hospitalización breve de Psiquiatría en el Hospital 12 de Octubre para adolescentes de 12 a 17 años, que dispondrá de 24 camas.

Las manifestaciones psicológicas más frecuentes en los adolescentes que acuden a las urgencias son cuadros de ansiedad y depresivos con predominio de la irritabilidad, el aburrimiento y la pérdida de la capacidad para disfrutar de las actividades y de las cosas con las que antes disfrutaban. “En estos cuadros aparecen con mucha frecuencia pensamientos y tentativas de suicidio. El aislamiento, el uso compulsivo de internet y redes sociales y las conductas adictivas favorecen el desarrollo de trastornos depresivos, tentativas de suicidio, trastornos de la conducta alimentaria y adicciones”, explica José Carlos Espín.

El suicidio se puede prevenir

Carles Alastuey, maestro y psicopedagogo, fundó hace 14 años la asociación de supervivientes Después del Suicidio a raíz de la muerte de su sobrino de 19 años. Desde entonces a impartido charlas, escrito artículos y participado en jornadas para hacer pedagogía del suicidio. A Carles no le gusta que el abordaje del suicidio en adolescentes se centre en las cifras, “porque el tema ya estaba antes”, pero sí considera que hay que prestar mucha atención al impacto que está teniendo la pandemia en la salud mental de los adolescentes y en las tentativas de suicidio. “En Cataluña sí existe un sistema de contabilización de las tentativas. Sabemos que en las unidades en las que existe una unidad de atención infanto-juvenil sí que han observado un aumento del 30% de tentativas de suicidio. Parece que dentro de ese 30%, las chicas han aumentado en proporción más que los chicos, por lo que podría estar relacionado con los trastornos de la conducta alimentaria”, sostiene.

Cuenta Carles que con la asociación contactan muchos centros educativos preocupados por el empeoramiento de la salud emocional de los adolescentes, algo que también preocupa desde la cooperativa feminista Pandora Mirabilia, donde ya durante el confinamiento se empezó a intuir que la pandemia iba a tener un impacto no sólo en las personas mayores, sino especialmente en los adolescentes “porque la adolescencia es un momento de separación, de experimentar, de “salir” de la familia y la pandemia nos ha obligado a lo contrario”.

Cuanta Violeta Buckley, sexóloga y formadora en institutos de la cooperativa, que fue entonces cuando diseñaron un taller que trata sobre las crisis desde la perspectiva de que toda crisis global afecta individualmente, por lo que se requieren herramientas de afrontación. “Pensamos que era una buena idea diseñar herramientas de empoderamiento para afrontar las crisis, y lo que hacemos es trabajar la crisis con la metáfora del laberinto, esa sensación de que no hay salida, de que estás perdido, y les damos herramientas para salir de él”, cuenta. Impartiendo estos talleres en institutos se han encontrado con que en los centros educativos el alumnado no cuenta con herramientas para afrontar sus vivencias personales, pero también con unos departamentos de orientación completamente desbordados ante la nueva situación y la escasez de recursos con los que cuentan. “Lo que está pasando en los centros nos recuerda mucho a la crisis de 2007. Entonces ya nos preguntábamos cómo era posible que no se estuviera teniendo en cuenta cómo les estaba afectando la situación a los niños y adolescentes. Algo parecido está pasando ahora, pero vemos que en esta ocasión la crisis está afectando más a los jóvenes”.

José Carlos Espín insiste en que debemos estar alerta y atentos a cambios en el funcionamiento habitual de nuestros hijos, en su estado de ánimo o en su patrón de comportamiento. “La pérdida del interés o el disfrute por sus actividades cotidianas, sobre todo las preferidas por ellos, o la disminución del rendimiento escolar son otras manifestaciones a tener en cuenta. Un mayor aislamiento, o menor comunicación con la familia, así como comentarios negativos, pesimistas, o de falta de ilusión deben ser escuchados y atendidos. Y por supuesto, si los jóvenes verbalizan pensamientos de muerte o de suicidio. En todas estas situaciones debe consultarse con profesionales sanitarios”, explica. Para Gemma Ochando es importante hablar de una cuarta ola en la pandemia, la que tiene que ver con el deterioro de la salud mental y la aparición de patologías asociadas. “Desde otoño empezaron estos problemas y va en ascenso. Muchos hospitales han duplicado las consultas en urgencias pediátricas en salud mental en menores de 15 años. Es una incidencia altísima y hay una demanda tan enorme que no se puede atender a todo el mundo, por lo que se atienden solo las cosas más graves, olvidando que las cosas que al inicio pueden parecer menos graves desembocan en problemas enormes”, señala.

Si pese a todo el suicidio se consuma, Carles Alastuey cuenta que la culpabilidad y la sensación de fracaso se instala en las familias, lo que resulta muy difícil de abordar. “Cuando hablamos de una muerte traumática como la que supone un suicidio se transita un duelo muy complejo y particular. Además de la ambivalencia de sentimientos, se produce un fenómeno llamado autopsia psicológica: nos preguntamos qué hice yo, qué hubiera pasado si hubiera hecho otra cosa, por qué. Pensamos equivocadamente que el suicidio ha sido nuestra culpa. Sin embargo, todo lo que la familia haya hecho, o no haya hecho, ha sido desde el amor. La persona que se quita la vida cree que va a ser lo mejor para él o ella, pero también para su entorno. Las tentativas de suicidio nos dicen que esa persona tiene un sufrimiento tan grande, tan enorme, que el dolor le está dominando. Y esto no es algo impulsivo o derivado de una problemática determinada, sino que es una cuestión multifactorial, es la acumulación de problemáticas y situaciones que al final desemboca en una conducta como esta. “Cuando unos padres pierden a un hijo sienten que va en contra de las leyes naturales. Pero cuando, además, esa muerte es por suicidio, está la sensación tóxica de no haber hecho bien “aquello que tenían que hacer”, que genera un sufrimiento extremo y una culpabilidad muy difíciles de resolver. Por eso el apoyo en asociaciones, en profesionales y en otras personas que lo hayan vivido es tan importante”, asegura. Un camino nada fácil de transitar porque, como escribía Piedad Bonnett, “en el corazón del suicidio, aun en los casos en que se deja una carta aclaratoria, hay siempre un misterio, un agujero negro de incertidumbre alrededor del cual, como mariposas enloquecidas, revolotean las preguntas”.

España sigue sin reconocer la especialidad de psiquiatría infanto-juvenil

Desde la AEP piden aprobar e implementar la ley del suicidio con apartados específicos para este grupo poblacional. Además, para reducir el impacto psicológico de la pandemia en niños, niñas y adolescentes piden mejorar los servicios de psiquiatría y salud mental, garantizar que todos los alumnos se reincorporen el próximo curso de forma totalmente presencial, además de fomentar el ejercicio físico y la participación de nuevo en actividades extraescolares.

 

Para José Carlos Espín, en el ámbito político esta situación tan adversa puede ser una gran oportunidad para la puesta en marcha de Planes de Salud Mental que permitan disponer de los recursos y los medios necesarios para atender los problemas de salud mental infanto-juvenil. España sigue siendo a día de hoy el único país de la UE en el que no está reconocida la especialidad de Psiquiatría de niños y adolescentes, algo que, según todos los expertos, debe cambiar.

 

“El reconocimiento de la especialidad de Psiquiatría de Niños y Adolescentes implicará una mejor dotación de la red de Atención a los problemas de Salud Mental de Niños y Adolescentes y una atención de mayor calidad a nuestros niños, adolescentes y familias”, concluye.

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