Pelear por el voto
Las elecciones revitalizan la democracia y el primero que debe respetarla es el presidente. Exactamente lo contrario es lo que ha hecho Trump, que solo acepta la regla de juego cuando va a su favor
Se vota a un candidato, pero el ejercicio del derecho de voto versa ante todo sobre la democracia. Cada elección pone a prueba la vitalidad democrática de un país, la efectividad de la formación de la voluntad popular a través del ejercicio individual del voto.
Nunca ha sido una obviedad en la democracia más antigua del mundo. Al contrario, la democracia ha sido históricamente una pelea. Muchos han sido los obstáculos que se han interpuesto entre el ciudadano y la expresión de su voluntad política. Ante todo, el reconocimiento de la ciudadanía, vetada en los orígenes a una minoría fundacional del país como son los afroamericanos, descendientes de los esclavos de los Estados sudistas.
La pelea no terminó con la emancipación de los esclavos ni el reconocimiento de la igualdad de derechos, también los políticos. Hasta las leyes antisegregacionistas de los años sesenta fue una formalidad desmentida por las legislaciones estatales y por las malas costumbres sociales, la coacción ante todo.
Votar no es fácil en Estados Unidos. Hay un esfuerzo persistente por suprimir el derecho de voto a ciertos grupos de población que, finalmente, terminan siempre siendo los mismos, los afroamericanos, los más pobres, los marginados. Las barreras son numerosas: la inscripción previa en el censo electoral, la dificultad del voto por correo, las circunscripciones diseñadas por un partido para diluir el voto del otro, las leyes y reglamentos electorales, o el sistema federal para elegir los senadores, dos por Estado sin importar la población y al presidente a través de un sistema indirecto de delegados.
Con 13 millones de votos menos, los republicanos tienen la mayoría en el Senado. Con tres millones menos, Trump venció a Hillary Clinton y puede que ahora venza con márgenes parecidos a Joe Biden. Es la regla de juego, que todos deben respetar, empezando por el presidente. Cada ciudadano un voto, depositado, escrutado y contabilizado. Y luego la aplicación de las normas aceptadas por todos, aunque estén obsoletas.
Las elecciones revitalizan la democracia, y tanto más cuanto más alta es la participación. Con la pandemia, todavía es mayor el mérito de los estadounidenses, conscientes de lo que está en juego con el voto. Y el primero que debe respetar la democracia es el presidente, exactamente lo contrario de lo que ha hecho Trump, que solo acepta la regla de juego cuando va a su favor.
Antes de que termine el recuento ha gritado ya que se lo estaban robando. Ha denunciado la adjudicación del triunfo a Biden en Arizona por prematuro, antes de que terminara el escrutinio, pero ha reclamado la victoria para sí en todos los Estados donde iba en cabeza sin que hubiera terminado el escrutinio. Ha extendido sus sospechas sobre el voto por adelantado y por correo, tan necesarios en tiempo de pandemia, los últimos en escrutarse y por tanto con capacidad de cambiar el signo de algunas votaciones.
Ni siquiera en la noche electoral ha podido reprimirse. No ha comparecido como candidato presidencial en su cuartel general, sino en la Casa Blanca, solemnemente, como presidente y propietario de la victoria, clamando vergüenza porque todavía no se la han concedido, ni siquiera la cadena Fox News, su televisión amiga.
La democracia siempre es un combate, que exige pelear voto a voto. Esta es la tarea en la que están comprometidos ahora los ciudadanos de Estados Unidos. Que sea su voto el que se cuente y el que cuente, y no la declaración de victoria por parte de un presidente o la interrupción del escrutinio por parte un juez.
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