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Elecciones EE UU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cuatro grupos que pueden decidir la presidencia

Hombres blancos sin estudios universitarios, mujeres de los suburbios, latinos y afroamericanos en Estados clave pueden inclinar la balanza hacia Trump o Biden

Jorge Galindo
Dos residentes de Madison, Wisconsin, llenan sus papeletas de voto anticipado ante el capitolio de la ciudad.
Dos residentes de Madison, Wisconsin, llenan sus papeletas de voto anticipado ante el capitolio de la ciudad.John Hart (AP)

Cualquier subgrupo poblacional puede resultar decisivo cuando una elección es lo suficientemente apretada y el electorado es lo bastante grande. En Pensilvania, por ejemplo, viven 13 millones de personas. Entre 1/20 y 1/50 de estadounidenses es pelirrojo, así que en este Estado los votantes pelirrojos (entre 50.000 y 200.000) son en teoría más que suficientes para determinar si cae del lado demócrata o republicano.

Pero el color de pelo no define preocupaciones, intereses, miedos, ni tampoco comunidades, identidades, grupos de amigos ni maneras de interpretar el mundo. Por eso no hay mensajes de campaña destinados a los pelirrojos. Pero sí los hay, de lado y lado, definidos para otros grupos poblacionales que sí los absorben, interpretan y luego devuelven a la urna de forma diferenciada. Hay cuatro que han merecido una atención particularmente intensa durante esta campaña. No son los únicos (y en esto sí coinciden con el ejemplo de los pelirrojos), pero al parecer sí se cuentan entre los que más atención despiertan por parte de las candidaturas. Como si en sus manos estuviera la elección. Y, en cierta manera, lo está.

La clase obrera blanca en el antiguo norte industrial

Fue el grupo clave en el triunfo de Donald Trump, el que le permitió añadir a la base de Estados sureños y rurales clásica de los republicanos un plus inesperado: Michigan, Pensilvania, Wisconsin y sus habitantes, sobre todo los del antiguo cinturón industrial hoy en decadencia. La plataforma de Trump no era sino una base nacional-populista que combinaba la posición conservadora republicana clásica con un mensaje de resurgimiento reaccionario particularmente apetecible en este segmento poblacional. Si quiere repetir su victoria, si quiere volver a alcanzar los 270 votos del Colegio Electoral que necesita para permanecer en la Casa Blanca, su ruta más obvia pasa una vez más por ellos.

Este simulador de resultados elaborado por el equipo de datos del Washington Post con cifras demográficas y de las elecciones de 2016 permite hacerse una idea del grado de participación, y del (enorme) margen de victoria, que necesitarían los republicanos en esta población para quedarse donde están.

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Manteniendo al resto de grupos demográficos con un patrón idéntico al de la última elección, con una participación realista (55%-60%), Trump pierde la tríada dominada por este segmento poblacional: Wisconsin, Pensilvania y Michigan. Esto le sucedería siempre que no le saque más de 30 puntos a su rival (como hizo en 2016). Si el margen se reduce aún más, no le bastaría pase lo que pase con la participación. De hecho, cualquier ventaja por debajo de +28 puntos empieza a conceder Florida primero (el norte del Estado está poblado por blancos sin estudios universitarios, siendo el sur la parte más urbana e hispana), luego Carolina del Norte y Arizona. Un escenario como el que sugieren las encuestas ahora mismo, con un margen de 20-22 puntos apenas, concede todos ellos. Si además la clase obrera blanca se queda en casa, Trump podría llegar a perder Georgia.

Las mujeres en los suburbios

Tanto la brecha de género como la geográfica le están jugando a la contra al presidente en este ciclo, al menos según las encuestas. Cuando unimos ambas variables para formar un solo perfil, el de mujeres que habitan en los entornos periurbanos, la imagen es poco halagüeña. Biden es muy competitivo (diez puntos más que su rival) en todo el país entre mujeres blancas residentes en suburbios. Pero lo es particularmente en el norte, y cuando eliminamos el marcador racial para considerar a todas las mujeres suburbanas.

Estas ventajas pueden ser, de nuevo, cruciales en Estados que Trump ganó por apenas unos miles de votos en 2016. Más cuando los hombres, pese a mantenerse mayoritariamente de su lado, se están viendo aparentemente atraídos por un candidato también hombre, que no activa sesgo sexista alguno.

Además, Trump debería preocuparse por la falta de resonancia del mensaje que está lanzando a las mujeres en los suburbios. Es uno armado en torno a la amenaza a lo diferente, a lo que viene de fuera de la nación prístina (cuya representación perfecta en el imaginario estadounidense del siglo XX es, de hecho, el suburbio). Antes al contrario, las mujeres, incluso las que se declaran republicanas, están más lejos que los hombres de todas las propuestas restrictivas de la Administración Trump respecto a la que retratan como principal amenaza exterior: la migración. El rechazo contra la política de separación de niños en la frontera es particularmente fuerte, contrastando mucho con la aceptación parcial con la que cuenta entre los hombres republicanos de los suburbios.

Paradójicamente, lo que Trump está haciendo para (según su lógica) proteger a las familias y a los hogares estadounidenses es percibido por las mujeres como algo contrario, amenazador quizás, a los valores que definen precisamente a esas familias, a esos hogares, incluso a las de índole conservadora.

Latinos en Estados clave

Que el voto latino no es uniforme es algo que, parece, estamos por fin comenzando a asumir en esta campaña de manera irrevocable. La cantidad de recursos (monetarios o retóricos) invertidos por ambos frentes en cortejar a una comunidad que nadie debería dar por sentada no tiene precedentes. Florida es, por supuesto, el objetivo principal. Pero otros Estados con grandes, incluso mayores, comunidades latinas entran en el juego por primera vez este año: en Arizona o Texas, los demócratas aspiran a configurar una alianza urbana y multiétnica para voltear feudos republicanos, cumpliendo al fin con la eterna promesa de la ola azul impulsada por la demografía. Al mismo tiempo, otros Estados con poblaciones hispanas mucho menores, pero suficientes como para cambiar un resultado muy igualado, están mereciendo una atención inusitada. Da igual que solo 1 de cada 20 votantes en Pensilvania sea latino: sobran para decidir de qué lado caen sus 20 votos del colegio electoral. Algo parecido, aunque menos dramático, sucede en Carolina del Norte.

Pero las encuestadoras no acaban de ponerse de acuerdo con el tamaño del margen demócrata entre los latinos. La cuestión no es si Trump es capaz de vencer entre una comunidad que será sí o sí azul en mayoría, sino si puede recortar el suficiente margen como para que esos nuevos cortejos le ayuden a compensar las pérdidas que tenga por otro lado, algo que podría estar logrando según este completo y preciso análisis.

Afroamericanos (sobre todo en Georgia, pero no solo)

Los demócratas esperan que Atlanta y su área metropolitana, probablemente la que alberga una mayor cantidad de población afroamericana en todo EE UU, le concedan un Estado tradicionalmente sureño, conservador, republicano. La participación y el margen serán claves en otros muchos lugares, como ya pasó con Obama (para bien) y Clinton (para mal). En lo que al margen respecta, parece que Trump estaría logrando reducir distancias. Algo que quizás no quiere decir mucho entre una población abrumadoramente demócrata (de perder por ochenta puntos pasaría a hacerlo por setenta), pero que no deja de llamar la atención, sobre todo entre los hombres jóvenes, donde más se reduce la ventaja (hasta una brecha en cualquier caso muy grande, de 57 puntos).

El objetivo aquí de Trump no es, no debería ser, ganar entre un grupo poblacional que le resulta todavía más lejano que los latinos, sino sencillamente arañar los suficientes puntos como para que las otras pérdidas que pueda tener no le salgan tan caras como para costarle el Despacho Oval. En estas sumas y restas, a veces de unos pocos cientos o miles de almas, se decidirá una elección que ya está sucediendo.

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Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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