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Elecciones EE UU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los condados en los que se puede decidir la elección del nuevo presidente EE UU

Mientras los demócratas se hacen fuertes en zonas metropolitanas al sur, Trump ha ayudado a los republicanos a penetrar territorios de mediana densidad en el norte y oriente del país

Jorge Galindo
Un mitin de Donald Trump, en el aeropuerto de Rochester, en Minnesota.
Un mitin de Donald Trump, en el aeropuerto de Rochester, en Minnesota.CRAIG LASSIG (EFE)

Entre 60.000 y 280.000 votos decidieron la victoria de Trump en 2016, según si uno suma las diferencias a su favor en el número mínimo de Estados inesperados que necesitaba (Wisconsin, Pensilvania, Michigan) o todos en los que Clinton no pudo repetir la victoria de Obama (aquellos más Ohio, Iowa y Florida). En el condado medio de EE UU habitan unas 100.000 personas: el margen por el que los demócratas perdieron Florida. La elección presidencial se puede contar, dividir y analizar en estas 3.242 unidades que subdividen 48 de los Estados de la Unión (Alaska y Luisiana cuentan con sus equivalentes locales). El mapa resultante localiza y a la vez disecciona la victoria republicana de hace cuatro años: un corredor en forma de U cerrada alrededor del Lago Michigan, entre el noreste y el Medio Oeste que mezcla granjas (Iowa, Wisconsin) con industrias abandonadas.

Aquí se ubica la historia que ya conocemos sobre cómo ganó Trump entonces: gracias a un pequeño pero decisivo plus de voto entre la clase obrera blanca. La pregunta que todos se hacen, que probablemente él mismo se hace ahora mismo, es si puede repetirlo (las encuestas sugieren que no). La geografía puntuada de los condados ayuda a entender dónde están los flancos débiles de su intento, pero también del asalto demócrata.

Los condados que giraron en 2016

En 2016, 219 condados pasarían a manos republicanas habiendo sido demócratas con Obama. Muchísimos menos (20) harían el viaje contrario. El tamaño mediano del electorado en los que se fueron hacia la izquierda era de 200.000, multiplicando el del nuevo condado rojo típico (15.000). Pero los republicanos no solo fueron muchos más, sino también estaban localizados estratégicamente en Estados en juego. La triple frontera de Iowa, Minnesota y Wisconsin concentró a muchos de ellos: pequeños, sin duda, pero suficientes para voltear 26 votos en el Colegio Electoral que resultarían cruciales.

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Pero fue en Michigan, Pensilvania, Ohio y Florida donde se produjeron cambios en condados más densamente poblados. Pinellas, en el área metropolitana de la demócrata Tampa, pondría más de 230.000 votos urbanos de clase media para Trump. En el norte, Macomb, al nororiente de la otrora potencial industrial Detroit, vería el mayor trasvase de votos en condados de tamaño considerable dentro de Estados clave: de los 418.000 votos emitidos, solo un 42% irían a manos demócratas frente a un 52% en 2012. La subida de los republicanos, de seis puntos, implica unos 25.000 sufragios de más: el doble del margen por el que ganarían Michigan, que fue azul en 2008 y 2012.

Esta capacidad de competir en periferias metropolitanas sugiere que el éxito de Trump no se debió únicamente a un puñado de votos rurales, como a veces se caricaturiza en ciertas instancias. Pero también debería poner en alerta al presidente: según las encuestas, los suburbios le estarían abandonando.

El pequeño grupo de condados que se volvieron azules en 2016 es además indicativo de que este patrón ya estaba en marcha en ciertos Estados por aquel entonces, solo que nadie se fijó demasiado porque se producía en el sur. Los condados de Cobb, Henry y Gwinett forman parte de La corona periurbana de Atlanta, y la creciente porción demócrata de su casi millón de votos podría ser suficiente para voltear un Estado que forma parte del nuevo tablero gracias a la combinación de voto afroamericano creciente y suburbios en juego.

¿Una ola azul en los suburbios del sur?

En este mismo grupo de puntos de ataque demócrata se encuentra Maricopa. En el condado más poblado de Arizona la brecha partidista se ha ido cerrando gracias a una combinación de voto latino y multirracial con estudios universitarios. En 2016, apenas la mitad de 1,2 millones de votantes lo mantuvieron republicano, pero un triunfo de Biden en su capital (Phoenix) se considera como indicador y llave de que el vuelco en el sur, siempre prometido pero nunca conseguido, podría acercarse esta vez.

Algo similar sucede con Tarran, Collin y Denton. Todos ellos condados de mediano tamaño en Texas, todos ellos republicanos en 2016 (y antes) pero con grandes reducciones de margen en la última elección, y todos ellos pegados entre sí: son el noroccidente de la corona metropolitana de Dallas, que fue una isla azul en mitad del océano rojo (pero comparativamente menos poblado) que es el norte del segundo Estado más grande de la Unión. Ganar este fortín conservador se antoja casi imposible, pero algunas encuestas de última hora están adelantando el sueño demócrata de volverlo azul, de nuevo gracias a una alianza urbana multiétnica.

El nuevo espacio de oportunidad republicana

Pero Biden tiene sus propios frentes debilitados. De nuevo, son los condados medianos del noreste y Medio Oeste los que deberían preocuparle a juzgar por las enormes pérdidas sufridas por Clinton en 2016. Los condados se mantuvieron azules, pero por poco. En Florida, Hillsborough (contenedor de Tampa) merece su atención: en él ha celebrado uno de sus últimos y más significativos eventos de campaña. Pero, de nuevo, el juego en Florida está más distribuido que en, por ejemplo, Pensilvania. La diferencia allí entre su principal área metropolitana (Filadelfia, hoy y ayer abrumadoramente azul) y el interior que llega a tocar con Canadá (Monroe o Lackawanna). Al menos percibida: el tinte de azul a rojo en el otrora motor económico del país, y aún hoy corazón agrario, se corresponde con un retrato de fin de buenos tiempos que ahora estarían del lado de ciertas grandes ciudades que se observan cada vez más lejanas, aunque algunas (como Milwuakee o Minneapolis) estén apenas a unas horas en coche, resistiendo, incluso profundizando, la tendencia demócrata que antes definía a los Estados que las contienen.

Este contraste entre las oportunidades demócratas y republicanas condado a condado define la nueva alineación territorial de cada uno de los partidos: el sur urbano y crecientemente multicultural se abre a posiciones progresistas, mientras un norte y oriente enrocado en mirarse a un espejo de decadencia se afilia a ideas que prometen la vuelta a un pasado mejor.

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Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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