Poder latino incompleto
La comunidad hispana sigue infra-representada en el legislativo estadounidense a pesar de representar un quinto del electorado
En el Gabinete de Donald Trump no hay ninguna persona latina con puesto de secretario, pese a que hasta trece estadounidenses de origen hispano han servido en la máxima posición ejecutiva desde que Ronald Reagan designó a Lauro Cavazos en el área de Educación en la década de los ochenta (primero en la historia). Apenas una de los nueve jueces de la Corte Suprema es latina: Sonia Sotomayor. Con los poderes ejecutivo y judicial vaciados de poder latino, su refugio natural es la rama legislativa. Allí, su presencia no ha hecho sino crecer en el último siglo. Hoy, la Cámara de Representantes y el Senado agrupan unos 40 congresistas de origen latino sobre un total de 535 miembros.
Esto es menos del 10% del total, siendo que los votantes de origen hispano ya representan un 20% del electorado potencial. Los complicados requisitos para competir en ambas Cámaras, pero sobre todo en el Senado, y el hecho de que al final la mayoría de candidatos de origen hispano acaben peleando entre ellos o con otros grupos infra representados explican por qué ni siquiera en los cargos de elección popular el poder latino se ha consolidado.
El gran filtro del Senado
Los (74 hombres, 26 mujeres) senadores estadounidenses pasan seis años representando a su Estado. Hay dos por cada uno de los cincuenta de la Unión. Una elección que convoca a toda la población estatal, con resultados de tanta longevidad, produce un órgano de sabor elitista: 62 años es su edad mediana, y nunca más de un 4% de sus miembros ha sido de origen latino. Hoy, dos demócratas y dos republicanos. Todos por Estados con numerosa población hispana: Cortez Masto (Nevada) y Menéndez (Nueva Jersey) son menos conocidos que sus contrapartes conservadoras, los antiguos (y quizá también futuros) precandidatos presidenciales Marco Rubio (Florida) y Ted Cruz (Texas).
El Senado jugó un papel de trampolín para Obama en la década pasada; lo mismo esperan de él Cruz y Rubio. Su papel en muchas decisiones tomadas desde Washington, desde la confirmación de cargos ejecutivos y judiciales hasta el voto último en leyes clave, sirve de escenario perfecto para políticos con aspiraciones. Pero la enorme dificultad que supone llegar hasta él también lo hace en sí mismo un destino. Tal es el caso para sus dos miembros demócratas, y probablemente así sea para el que aspira a acompañarlos después del 3 de noviembre: Ben Ray Luján es candidato por Nuevo México, el Estado con mayor porcentaje de votantes hispanos, pero también en el que la identidad latina está más difuminada por tratarse en gran medida de familias cuyo proceso migratorio va quedando atrás. El padre de Luján fue, de hecho, representante a la Cámara estatal de Nuevo México, y él nació en territorio estadounidense. Compite por un asiento considerado como esencialmente seguro: de sus tres antecesores, dos eran demócratas y el otro un republicano notablemente centrado; y le lleva 13-14 puntos de ventaja en las encuestas a su rival. Pero estas “plazas reservadas” no son tan accesibles para los latinos: valga decir que Luján es, de hecho, el primer senador con apellido hispano por un Estado en el que prácticamente cuatro de cada diez habitantes tienen ancestro al sur de la frontera.
La competición entre minorías de la Cámara
Con mandatos mucho más cortos (dos años) y distritos electorales notablemente más pequeños, la Cámara de Representantes tiene un cariz distinto, menos elitista y más combativo. Las 435 circunscripciones se redibujan en algunos Estados cada cierto tiempo, muchas veces forzando contorsiones en sus fronteras para que encajen con los intereses del partido de turno y sus coaliciones sociodemográficas de base. Cuando es el Partido Republicano quien decide, el poder de las minorías suele verse diluido En paralelo, muchas veces sucede de manera natural que un distrito se vuelve particularmente latino o afroamericano, en tanto que la distribución étnica varía por zonas de residencia.
El mapa que resulta de ambas dinámicas localiza todas las carreras con uno o varios contendientes de origen latino en áreas específicas de EE UU.
Nuevo México, la frontera sur, las zonas metropolitanas de Florida, Nueva York y otros puntos aislados completan un mosaico que correlaciona con población. A este arrinconar de las candidaturas latinas se añade el hecho de que en la mayoría de estos lugares la competición no es precisamente contra el grupo más sobrerepresentado en la política estadounidense (hombres blancos, de ancestro europeo), sino contra candidaturas hispanas, o pertenecientes a otros segmentos de la población cuya presencia escasea también en el legislativo. Poniendo el foco en las carreras más competitivas con participación latina se ve que apenas tres de ellas presentan el tipo de confrontación que haría aumentar el peso hispano en la Cámara.
Así se entiende mejor por qué, aunque el poder de la comunidad latina sí ha crecido en las últimas décadas, lo ha hecho y lo sigue haciendo de manera lenta, entorpecida: porque en el sistema actual las minorías políticas acaban luchando más entre ellas, que de manera conjunta para lograr una representación más acorde con lo que ya es la realidad a ras de tierra en toda la Unión.
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