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Elecciones EE UU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un último debate (sin ganador) que favorece a Biden

En una elección con apenas un 2%-3% de indecisos, cada día que pasa sin sorpresas que beneficien a Trump otorga un poco más de margen de seguridad al candidato demócrata

Jorge Galindo
Joe Biden, candidato demócrata a la presidencia de EE UU, este jueves.
Joe Biden, candidato demócrata a la presidencia de EE UU, este jueves.Patrick Semansky (AP)

Las encuestas publicadas tras el último debate antes de las elecciones presidenciales coinciden en que, para algo más de la mitad de los votantes que lo vieron, Joe Biden fue superior a Donald Trump. También muestran el mismo porcentaje en los que ven al presidente como ganador: cuatro de cada diez.

Solo restan doce días para que la pequeña fracción de votantes indecisos tomen una decisión en una contienda en la que millones de personas ya han depositado su papeleta; así, como marcan los cánones defensivos en la política como en el deporte, en los últimos noventa minutos que los dos candidatos compartieron en un mismo espacio, ambos se han mantenido pegados a su discurso, su estrategia de base, y a la prudencia. Incluso Trump, inusualmente mesurado tras un primer encuentro en el que su desboque quizás le pasó factura. Lo que está menos claro es que eso vaya a ser suficiente para recorrer el espacio que al parecer le separa del líder actual de la carrera: Joe Biden. Que los sondeos posdebate hayan producido resultados similares a las encuestas de aprobación y desaprobación del presidente sugiere que, efectivamente, quizás no baste para atraer a esos pocos pero decisivos votantes aún indecisos, o indetectados por las encuestas, que necesitaría para volver ganar. Lo que reflejan los datos que tenemos no es pues tanto la valoración del debate, sino una decisión en gran medida ya tomada. Por eso, mientras se parezcan a las que ya existían antes, los cambios parecen menos probables.

El candidato demócrata lleva la delantera en una campaña que se agota y la inercia no hace sino consolidar su dominio. Según los pronósticos agregados por este periódico, en siete de cada ocho mundos el aspirante vencerá la elección. Hace un mes y medio esa probabilidad estaba mucho más dividida. Pero cada día sin sorpresas es un día ganado para Biden: se cierra la ventana de oportunidad para una sorpresa, un vuelco que favorezca a Trump.

Sin embargo, los datos indican que las dos semanas entre el debate anterior y el último sí han movido el equilibrio, y parece que no solo por inercia: Biden ha ampliado su ventaja en las encuestas hasta diez puntos. No está claro hasta qué punto fue el encuentro anterior el que movió las cifras o si se trató de la infección del presidente y la manera en que se manejó lo que fue un evento de supercontagio en toda regla durante la nominación de la jueza Amy Coney Barrett para la Corte Suprema. Pero los diez primeros días de octubre le dieron un plus de ventaja a Biden en un momento clave: justo antes de emprender la recta final.

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Porque, ¿quién es el público de estos debates, de la campaña en general, a estas alturas? Apenas entre un 2 y un 3% del electorado se declara indeciso desde septiembre: aproximadamente, el margen equivalente al que se ha movido durante las dos últimas semanas en todas las elecciones desde la que ganó Clinton para revalidar su presidencia en 1996.

En 2012 se produjo, eso sí, un vuelco: Obama adelantó a Mitt Romney hacia el final, después del segundo y tercer debate, aunque hubo consenso en que el republicano había resultado vencedor del primero. Cabe añadir que esto es una valoración sobre el cambio en las encuestas, no en el resultado final. Aún así, asumiendo un sesgo constante durante cada una de las campañas, sirve como aproximación de cómo se ha ido empequeñeciendo el tamaño de la población susceptible de persuasión.

La polarización, que ha alcanzado su máximo en esta elección, explica buena parte de este proceso. Pero también el hecho de que los debates ya no son lo que solían ser: no son islas de información en océanos de silencio fragmentado. El acceso a un flujo constante de noticias, a declaraciones de primera mano de cualquier candidato gracias a medios y redes sociales, hace que quede muy poca gente que no haya alcanzado un punto de saturación de información.

Ahora bien, en un proceso electoral que se decide en realidad Estado a Estado, el cambio de apenas unos miles de votos puede ser decisivo. Biden podría perfectamente tener una ventaja de 2, 3, 4 puntos porcentuales en el voto nacional agregado, pero perder por culpa de un puñado de apoyos en ciertos Estados clave, apretados. Ya le pasó a Clinton en 2016, y a su compañero de partido Al Gore en 2000. En realidad, podría decirse que el verdadero público del último debate, incluso de toda la campaña hasta ahora (y lo que de ella queda, sobre todo) son votantes persuasibles en estos Estados en juego.

La indecisión sobre si votar o no es tan frecuente, sino más, que la indecisión entre partidos. La participación es variable, y por ello resulta muy difícil calibrar cuántas personas conforman estos segmentos cruciales para los candidatos. Pero podemos aproximar las cifras de manera grosera si consideramos el margen medio en las encuestas justo antes del debate. Si aplicamos este porcentaje al número máximo de electores potenciales en cada uno de los Estados con encuestas más apretadas, tendremos una idea del techo de indecisos. Uno inalcanzable, pues incluso en los lugares con alta participación apenas se superan niveles del 50%, 60% o 65%. Para una cifra más realista, se puede aplicar dicho margen a la cantidad de gente que votó en 2016. El resultado: entre 1,5 y 3 millones de votantes en un país donde más de 200 millones están llamados a las urnas.

En definitiva, hemos visto un último debate parejo, del que nos sorprende el contraste en tono (particularmente del presidente) con el anterior, pero que por eso mismo exige un esfuerzo adicional por parte de los votantes para extraer información que ayude a los indecisos. “Una discusión civilizada”, como dijo uno de los ciudadanos que formaban parte del panel posdebate de la televisión publica estadounidense, que no fue capaz de consensuar un vencedor claro. El contraste entre este encuentro y el anterior, pues, refleja una paradoja central en la democracia polarizada que es hoy los Estados Unidos: cuando casi todo el mundo tiene una opinión formada, la falta de ruido, que debería ayudar a formar criterios, reduce la potencia de la señal.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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