Netanyahu busca la bendición de Trump a su guerra perpetua en Oriente Próximo
El primer ministro israelí, que se reúne por quinta vez en un año con el presidente de EE UU, quiere congelar el plan de paz en Gaza, poder bombardear Irán, forzar el desarme de Hezbolá en Líbano y permanecer en la Siria que ocupa


El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, mantendrán este lunes una reunión de la que depende bastante de lo que suceda este 2026 en Oriente Próximo. Es ya su quinto encuentro en EE UU en solo un año, el que lleva Trump de regreso en la Casa Blanca. Y, como los anteriores, llega rodeado de expectación: por la imprevisibilidad del presidente de EE UU (que ha pasado de abogar por la limpieza étnica de Gaza a forzar un acuerdo de alto el fuego que, al menos sobre el papel, la prohíbe) y por la influencia en millones de vidas de las decisiones que tomen a puerta cerrada. En esta ocasión y según las filtraciones, Netanyahu partió este domingo hacia Florida con el objetivo de traerse cuatro luces verdes de vuelta para 2026: poder bombardear Irán de nuevo si no cesa de desarrollar misiles; mantener el statu quo en Gaza (con las tropas israelíes controlando más de la mitad y lanzando ataques que matan de media al día a cinco palestinos), forzar por las malas el desarme de la debilitada Hezbolá en todo Líbano y permanecer en la zona de Siria que ocupa militarmente desde el año pasado.
Libertad, en definitiva, para ―en vez de cerrar frentes― mantenerlos abiertos lo más posible, aprovechando su abrumadora superioridad militar. Hoy, Israel impone su ley en Oriente Próximo como nunca en décadas. Desde el ataque de Hamás de octubre de 2023, ha ocupado territorio en Siria, Líbano y Gaza, y bombardeado por primera vez países del Golfo como Yemen y Qatar.
Es, en esencia, lo que debatirán este lunes a las 15.30 hora local (21.30 en la España peninsular) en la famosa mansión de Trump en Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). De forma excepcional, Netanyahu partió el domingo desde el aeropuerto de Tel Aviv sin los periodistas que siguen su actividad ni hacer declaraciones. Y con una escueta lista de principios, porque su interlocutor carece de la atención y la paciencia necesarias para escuchar detalles sobre cada una de las situaciones en la región, señalaba este domingo el corresponsal militar del diario Yediot Aharonot, Ron Ben Yishai.
A priori, las coincidencias en torno a Hezbolá son amplias. EE UU apoya apretar y tiene la llave el grifo de la financiación a un Estado arruinado para forzarle a materializar a fondo el desarme (ya lo ha hecho virtualmente al sur del río Litani), aún a riesgo de desencadenar una nueva guerra civil.

Los intereses chocan más en torno a Irán y Gaza. El pasado junio, Trump no solo bendijo el inédito ataque israelí, que generó una guerra de 12 días, sino que sorprendió al dejar de lado su retórica aislacionista previa y embarcar a EE UU en su primer ataque directo contra Irán. Fue en tres bases nucleares, con una demoledora bomba de la que carecía Israel.
El objetivo entonces era el programa nuclear. Ahora, Netanyahu quiere ir a por los misiles balísticos que desarrolla Teherán y la bendición de Trump a una acción militar está menos clara. La iniciativa, una vulneración del derecho internacional, muestra el desequilibrio que Israel ha agrandado estos dos años respecto a su competidor regional, debilitado, sancionado, aislado y con crecientes problemas internos. Tiene la inflación desbocada y la moneda, en caída libre.
Su presidente, Masoud Pezeshkian, aseguró este sábado que Teherán se encuentra en “guerra total” con Estados Unidos, Israel y Europa, que lo “rodean desde todos los lados: económico, cultural, político y de seguridad” y aplican un plan para derrocar el régimen de los ayatolás en no más de 36 meses. Consciente del malestar ciudadano, pidió “unidad interna”. “Si la mantenemos, se decepcionarán y reconsiderarán cualquier ataque contra nuestro país. Cuentan con que intervengan acontecimientos internos”, dijo, en referencia a un levantamiento aprovechando los eventuales bombardeos.

Gaza también estará muy presente en la reunión de Mar-a-Lago. Trump aspira a anunciar el próximo mes el inicio de la segunda fase del alto el fuego que forjó. Implica una nueva retirada militar israelí, la creación de un Gobierno tecnocrático palestino, la entrada en escena de un organismo internacional de supervisión y el despliegue de una fuerza internacional cuyas normas de combate siguen por definir y para la que cada vez suenan menos voluntarios.
El Gobierno de Netanyahu quiere, en cambio, permanecer en la primera fase, en la que casi todos los gazatíes malviven (sus tiendas de campaña han vuelto a inundarse este domingo por las fuertes lluvias) en casi la mitad de Gaza que controla Hamás. Los escombros del otro 58% están en manos de Israel, que pretende comenzar allí la reconstrucción, pese a estar casi desierto. Los separa la llamada línea amarilla.
El ejército sigue, además, incumpliendo el mínimo de entrada de ayuda humanitaria acordado y la reapertura del paso fronterizo con Egipto de Rafah. A principios de mes, adelantó que llegaría en los días siguientes, pero no sucedió. También que sería solo para salidas (la derecha israelí sueña con despoblar Palestina), pese a que el acuerdo de alto el fuego subraya que reabrirá “en ambas direcciones” y que todo gazatí que salga podrá regresar.

Israel argumenta que no ha recibido aún el cadáver del último de los cerca de 250 rehenes que las milicias palestinas tomaron en su ataque de octubre de 2023. De hecho, sus familiares acompañan a Netanyahu para conmover a Trump, según la prensa local. Hallar sus restos en una Gaza devastada puede ser cuestión de días o prolongarse ad eternum. Ya en octubre, los servicios de inteligencia de Israel admitían que, probablemente, entre dos y cuatro de los rehenes sin vida nunca serían hallados.
Según el canal 12 de televisión israelí, el círculo más cercano a Trump está cada vez más frustrado con las trabas de Netanyahu. “Solo le queda el presidente, al que todavía le gusta, pero incluso él quiere que el pacto se mueva con más rapidez que ahora”, señalaba al canal una fuente de la Casa Blanca.
El temor es que, una vez más, Netanyahu haya firmado un acuerdo solo para obtener sus réditos iniciales (el regreso de los últimos 20 rehenes vivos) y mantener luego lo que en el argot militar israelí se denomina “libertad de acción”. Es decir, seguir bombardeando a diario en Líbano y Gaza, pese a los sendos altos el fuego, con el argumento de que Hamás y Hezbolá intentan reorganizarse.
La cuestión, ahora, es “si Trump será capaz de canalizar las políticas sobre el terreno en la dirección de una paz duradera”, asegura por teléfono Uriel Abulof, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de Tel Aviv y visitante en la de Cornell (EE UU). Lo llama “el peor escenario para Netanyahu”, porque implica inevitablemente “instalar algún tipo de organismo político sustancial en vez de Hamás, lo que obviamente tendrá que involucrar ―de una forma u otra, explícita, formal, directamente o no― a la Autoridad Nacional Palestina”. El jefe de Gobierno israelí preferiría, en cambio, “que Hamás mantuviese el control, al menos sobre parte de Gaza” porque “necesita radicales en el otro lado”. “Si no hay enemigos para Israel, no hay Netanyahu. Los necesita como nosotros el oxígeno […] Desde hace décadas, su única consideración es el poder personal. Todo lo otro es transitorio y casi insignificante”, añade.
Al final, una vez más, todo depende de un Trump volátil: impuso a Netanyahu el alto el fuego en Gaza y frenó de seco una eventual anexión de Cisjordania, pero le sigue proveyendo todo tipo de apoyo, sin un patrón claro. De hecho, tras su primera legislatura, dejó claro qué opinaba de él en una entrevista: “Me sigue gustando. Pero también me gusta la lealtad […] Que le jodan”.
El vaivén de declaraciones del ministro israelí de Defensa, Israel Katz, no contribuyó la pasada semana a la “lealtad” que mencionaba entonces Trump. Katz aseguró que el ejército israelí “jamás” se retirará por completo de Gaza y que, cuando llegue “el momento oportuno”, establecerá en su norte Garinei Nahal, un antiguo programa militar en el que grupos de jóvenes israelíes se alistaban juntos y luego establecían comunidades civiles. Contradice el texto del acuerdo de alto el fuego (que estipula que “Israel no ocupará ni se anexionará Gaza”), los deseos de Washington y la propia postura pública de Netanyahu.
Según la prensa israelí, la Casa Blanca tardó tan poco en llamar enfadada como el Ministerio de Defensa en emitir un comunicado aclarando que el Gobierno “no tiene intención de establecer asentamientos en Gaza”. Al día siguiente, Katz (con la mirada puesta en el liderazgo del partido de Netanyahu, Likud) negó haber dado marcha atrás (“es algo que solo hago conduciendo”, ironizó) y señaló que el ejército israelí “nunca se retirará completamente” de Gaza y mantendrá una “zona de seguridad significativa incluso tras pasar a la segunda fase”.
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