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Los gazatíes, en el limbo de un alto el fuego que apenas ha cambiado sus vidas

Más de 4.000 personas han quedado prácticamente sin techo por las tormentas, mientras que la reconstrucción apenas avanza e Israel sigue bombardeando a diario

Para el gazatí Rayan al Jeir, el primer invierno en la Franja con un alto el fuego dista de suponer un respiro. La tormenta Byron ―la misma que pasó por distintos países de Europa y de Oriente Próximo sin generar grandes estragos― acaba de dejarle de nuevo a la intemperie. “Las fuertes lluvias y los fuertes vientos han destruido nuestra tienda de campaña”, lamenta por mensajes de WhatsApp. Ahora busca un nuevo sitio donde asentarse con su familia, pero “muchas zonas han quedado anegadas” y “cuesta moverse entre el barro y los charcos”.

Los Al Jeir son una de las 55.000 familias afectadas por la tormenta, que se ha llevado volando o inundado tiendas de campaña, o las pertenencias que albergaban, según datos de la ONU. Más de 4.000 gazatíes han quedado sin techo (ni siquiera ya de tela) tras la desigual batalla entre las lluvias torrenciales y las precarias tiendas de campaña en las que viven unos 900.000 gazatíes. Son casi la mitad de la población, porque Israel ha dañado o destruido más del 80% de los edificios de la Franja en dos años de invasión.

El invierno es el nuevo enemigo que afronta Gaza, casi con las mismas armas. Los hospitales contabilizan 13 muertos desde la semana pasada por derrumbes ocasionados por la tormenta o por hipotermia.

Uno de los últimos casos, el de Jalil Abu al Jair, es particularmente horrendo. Falleció con apenas dos semanas de vida, después de una noche de frío, en una tienda de campaña de la zona de Al Mawasi, a la que la familia había sido desplazada desde su casa en Jan Yunis. “Su cuerpo estaba helado. Tenía las manos y los pies congelados, la cara rígida y amarillenta, y apenas respiraba. Desperté a mi esposo inmediatamente para llevarlo al hospital, pero no encontró ningún medio de transporte para llegar”, contó su madre, Eman, a la cadena Al Jazeera. La lluvia era tan intensa que no podían llegar al hospital ni siquiera a pie. Lo hicieron a la mañana siguiente, en un carro tirado por un burro. El pequeño fue llevado enseguida a cuidados intensivos pediátricos, con un respirador. Dos días más tarde, falleció.

Así es la Gaza del alto el fuego, atrapada sin saber hasta cuándo en una especie de limbo entre un pasado atroz y un futuro incierto. Ni en paz (Israel sigue bombardeando a diario y ha matado a 401 palestinos en dos meses y medio de alto el fuego) ni técnicamente en guerra, desde que el presidente de EE UU, Donald Trump, decretase su “fin” en octubre, con la entrada en vigor de la primera fase de la tregua permanente. Este pasado miércoles y entre la comedia y la tragedia, Trump se jactó incluso —en un discurso con motivo de su primer año de legislatura— de haber traído “la paz a Oriente Próximo por vez primera en 3.000 años”.

Poco, sin embargo, ha cambiado la vida en Gaza, si se excluye que Israel ya no bombardea constantemente por tierra, mar y aire sino de forma más puntual, ni bloquea completamente el ingreso de comida y agua, como castigo colectivo. Muchos palestinos, de hecho, usan expresiones como “¿Alto el fuego? ¿¡Qué alto el fuego?!" o “Esto es solo una muerte más lenta” al hablar de su nueva situación.

Casi toda la población ha quedado constreñida al 42% del territorio que sigue en manos del Gobierno de Hamás. El ejército israelí controla el otro 58%: devastado y habitado solo por clanes familiares a los que protege. Es donde EE UU quiere focalizar la reconstrucción.

Son uno y otro lado de la “línea amarilla”. En teoría, es una divisoria temporal de repliegue, pero Israel ha empezado a tratarla como una nueva frontera de facto para el largo plazo, y movido cientos de metros los mojones que la marcan, aumentando el desconcierto general sobre sus límites.

Los soldados abren fuego contra quienes la cruzan, aunque sean civiles deseosos de llegar a sus casas (en pie o en ruinas) o en busca de comida y objetos (plásticos, madera, hierros) para quemar o apuntalar las frágiles tiendas de campaña.

Es como murieron los hermanos Abu Assi: Fadi, de 10 años, y Yumaa, de 12. A finales de noviembre, cruzaron a una antigua zona agrícola en Bani Suheila para coger leña. La ausencia de electricidad y gas obliga a las familias a cocinar a la antigua usanza: haciendo una pira y colocando un cazo rescatado sobre hierros o ladrillos. Los soldados de una brigada con un nutrido historial de vulneraciones de derechos humanos los vieron y enviaron un dron, que abrió fuego contra ellos. Según el comunicado militar, habían “efectuado actividades sospechosas sobre el terreno y se habían aproximado a las tropas de una manera que suponía una amenaza inmediata contra ellas”. La Fuerza Aérea “eliminó a los sospechosos para retirar la amenaza”.

Los mediadores se han reunido esta semana para intentar avanzar a la segunda fase del plan de Trump, que recibió el mes pasado el aval del Consejo de Seguridad de la ONU. Implicaría una nueva retirada israelí, con la entrada en escena de un organismo internacional en el que ya no estará el ex primer ministro británico Tony Blair y el despliegue de una fuerza internacional, que ha vuelto a retrasarse hasta el año que viene y con prerrogativas aún por definir.

“Circunstancias desesperadas”

En los tiempos políticos y mediáticos, el alto el fuego ha marcado un punto de inflexión. Pero para Hossam Nasser, de 35 años, la principal diferencia es que ya no pasa sus días errando de uno a otro lado ni compra azúcar o harina a los precios más caros del mundo, como en los meses más duros del brutal cerco israelí. “Vivimos en circunstancias desesperadas”, lamenta Nasser. “Antes [de la tregua], mis hijos y yo estábamos desplazados, viviendo en tierras de cultivo y durmiendo en un establo de caballos sobre la arena, rodeados de bichos. Ahora, seguimos en el mismo sitio”.

La ONU cifra en 300.000 las tiendas de campaña, casas móviles y caravanas que necesita la población y cuya entrada bloquea el Ejecutivo de Netanyahu. Nasser perdió a varios miembros de su familia al inicio de la guerra, en un bombardeo de su edificio familiar en el norte de Gaza. Él resultó herido, pero fue rescatado de entre los escombros.

Paradójicamente, la cifra de muertos por la invasión israelí (que cada vez más expertos en genocidio definen como tal y por la que pesa una orden de arresto internacional contra Netanyahu, por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad) ha superado los 70.000 justo durante el alto el fuego.

El dato sigue engordando, por un lado, porque los disparos o bombardeos israelíes dejan cadáveres casi a diario, pese a la tregua. Las autoridades sanitarias han dado cuenta este sábado de otros seis en las últimas 48 horas. Cinco de ellos (niños en su mayoría) en un bombardeo contra una escuela transformada en refugio de desplazados. Israel presenta los ataques como acciones para impedir que Hamás se reorganice.

Por otro lado están los centenares de cadáveres recuperados en zonas antes inaccesibles. Algunos incluso en edificios que llevaban en ruinas desde las primeras oleadas de bombardeos, en octubre de 2023, a raíz del ataque de Hamás. Sin el material necesario (el Gobierno de Netanyahu limita la entrada de maquinaria pesada y combustible) pero con muchas toneladas de escombros por retirar, el ritmo es lento. Los equipos de rescate de la Defensa Civil han accedido de momento a 641 cuerpos sin vida. Estos días, cuando llueve con fuerza, se ven cadáveres salir de la tierra, según ha relatado el periodista gazatí Rami Abu Yabus.

La Clasificación Integrada de Fases, la principal herramienta de análisis de la seguridad alimentaria y en la que participan organizaciones de la ONU, publicó el viernes un nuevo informe. El anterior, en agosto, fue crucial, porque llevó a la ONU a declarar la hambruna entre los 514.000 habitantes de la región de la capital, mientras se sucedían los muertos de inanición y las fotos de bebés esqueléticos. Solo lo había hecho con otras cuatro en los últimos 15 años: Somalia, en 2011; Sudán del Sur, en 2017 y 2020; y Sudán, el año pasado.

En este informe, los expertos declaran que ya no hay hambruna en Gaza, porque el incremento en la entrada de alimentos ha mejorado los niveles nutricionales. No obstante, advierten de que la situación sigue siendo “crítica”: nada menos que 1,6 millones de personas (el 77% de la población) seguía en situación de inseguridad alimentaria aguda en las fechas analizadas, entre el 16 de octubre y el 30 de noviembre. De ellas, 104.000 en la categoría más grave, la 5, considerada catastrófica; y otras 507.000 en la siguiente, llamada de emergencia.

Ni un solo niño en Gaza come lo que debería y dos tercios de ellos sufren pobreza alimentaria grave. Si Israel volviese a frenar totalmente el flujo de comida y retomase el nivel previo de bombardeos, podría degenerar en una nueva declaración de hambruna para abril de 2026, advierten.

Se ven más bienes en los mercados y los precios han bajado desde el alto el fuego, pero la mayoría de camiones corresponde al circuito comercial. Por eso es compatible ver en Instagram la inauguración de una cafetería (generando imágenes que las autoridades de Israel explotan para relativizar el alcance del hambre), mientras muchos otros gazatíes siguen sufriendo a diario para alimentar a los suyos.

La Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU recuerda, de hecho, que la mayoría de familias no puede pagar las verduras y frutas hoy más presentes en las calles. También que afrontan las últimas semanas de 2025 sin apenas ahorros ni bienes. Ya vendieron lo que podían para sobrevivir o pagar los miles de dólares que les permitían cruzar a Egipto, antes de que Israel tomase el control del paso fronterizo, en 2024.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.
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