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La tormenta destructiva del cambio climático se cierne sobre Asia

Los expertos señalan que el calentamiento global está impulsando fenómenos meteorológicos de una magnitud inédita en el continente, el más expuesto a inundaciones

Familia recoge objetos de valor de su casa, gravemente dañada tras las inundaciones en Sumatra Occidental (Indonesia)
Inma Bonet

Las lluvias torrenciales que han golpeado en las últimas semanas el sur y sudeste de Asia han vuelto a poner de manifiesto la vulnerabilidad de la región ante la crisis climática. Indonesia, Filipinas, Tailandia, Vietnam y Sri Lanka encadenan episodios de inundaciones y deslizamientos de tierra que dejan ya un balance de 1.300 víctimas mortales y un millar de desaparecidos. Una sucesión de tres ciclones tropicales, coincidiendo con la época de monzón, ha provocado volúmenes de lluvia no vistos en décadas, que han arrasado infraestructuras básicas y obligado a desplazarse a cientos de miles de personas. Millones de afectados se enfrentan ahora a la falta de agua potable, los cortes de electricidad y la incertidumbre de si podrán volver a sus hogares.

Los expertos señalan de forma categórica que el cambio climático está impulsando fenómenos meteorológicos de una magnitud inédita en Asia, la región más expuesta del planeta a crecidas de agua repentinas, lo que a su vez está superando la capacidad de respuesta de los gobiernos. No obstante, hay otros factores que han intensificado también el impacto de estas inundaciones, como la deforestación, las deficiencias en los sistemas de protección o la falta de fondos para mejorar la preparación frente a emergencias.

Asia se calienta casi el doble de rápido que la media global, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Además, un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático concluye que, a medida que las temperaturas sigan aumentando, el sur y el sudeste del continente experimentarán lluvias más intensas y un “notable incremento” de las inundaciones en las zonas monzónicas. Estos analistas prevén que las ciudades costeras de la región registrarán “aumentos significativos” en las pérdidas económicas anuales medias, debido a las inundaciones.

Desde la OMM afirman que la formación de tormentas tropicales en latitudes próximas al ecuador (fuera de las zonas donde habitualmente tienen lugar) y monzones con precipitaciones cada vez más violentas “es algo que antes no se veía muy a menudo”, pero que se está convirtiendo ahora en un patrón “inusual y preocupante”. Clare Nullis, portavoz de esa agencia de la ONU, subrayó esta semana ante los medios en Ginebra que precisamente ese desplazamiento de los ciclones hacia áreas donde las comunidades locales no cuentan con experiencia para afrontarlos ha amplificado los daños.

Es lo que ha ocurrido en Indonesia, convertida en el epicentro de la tragedia estos últimos días. En las provincias de Aceh, Sumatra Septentrional y Sumatra Occidental, varias aldeas continúan completamente aisladas tras el derrumbe de puentes y carreteras la semana pasada. Las autoridades han movilizado helicópteros para alcanzar zonas donde los rescatistas aún no han logrado entrar por tierra. La fuerza de las corrientes arrasó viviendas y provocó deslizamientos en laderas deforestadas. Hay más de 700 fallecidos, centenares de desaparecidos y un volumen de población afectada que supera el millón y medio de personas.

En Sri Lanka, la situación es igualmente crítica. El impacto del ciclón Ditwah ha derivado en lo que Unicef denomina una “emergencia humanitaria en rápido movimiento”, es decir, una crisis que evoluciona tan deprisa que supera la capacidad de respuesta inmediata. Más de 1,4 millones de personas, incluidos 275.000 menores, han visto alteradas sus vidas por la destrucción que han provocado las fuertes tormentas. Además, el deterioro de los sistemas de agua potable y el hacinamiento en los refugios improvisados eleva el riesgo de brotes de enfermedades.

El país, cuya economía lleva tiempo debilitada, enfrenta dificultades para restablecer servicios básicos y movilizar fondos para la reconstrucción. “Las necesidades superan con creces los recursos disponibles en este momento”, insisten desde Unicef.

Vietnam y Filipinas, por su parte, encadenan meses de lluvias excepcionales, que se han cobrado la vida de cientos de personas, han provocado daños persistentes en infraestructuras esenciales y han inundado enclaves históricos y turísticos. A finales de octubre, una estación meteorológica del centro de Vietnam registró 1.739 milímetros de agua en 24 horas, un dato que está estudiando la OMM y que, de ser validado, marcaría un récord para todo el hemisferio norte.

Tailandia ha vivido también su propio episodio de devastación. Las precipitaciones de noviembre, particularmente intensas en el sur del país, han dañado infraestructuras clave y dejado al descubierto fallos en los sistemas de respuesta de emergencia, que ha reconocido el propio Ejecutivo. Los primeros cálculos apuntan a pérdidas millonarias solo en el sector agrícola, lo que supone un golpe importante para un país cuya economía se encuentra muy debilitada.

Las agencias de la ONU insisten en que estos episodios no pueden interpretarse de forma aislada. El calentamiento de la atmósfera, remarcan, está incrementando la capacidad del aire para retener humedad, lo que desencadena precipitaciones más intensas. Advierten, además, de que esta tendencia seguirá acentuándose a medida que suban las temperaturas.

El calentamiento de los océanos en la región (también por encima del promedio mundial, según la OMM) aporta más energía y humedad a la atmósfera, lo que aumenta la probabilidad de tormentas más intensas y descargas mucho mayores. Si bien los científicos advierten de que aún no se puede atribuir cada ciclón concreto al cambio climático, sí existe un consenso sólido en que el aumento de las temperaturas incrementa la frecuencia y la severidad de estos eventos meteorológicos.

A esa tendencia de fondo se ha sumado este año la presencia simultánea de un episodio de La Niña (el fenómeno que se produce cuando el enfriamiento en el Pacífico central desplaza el calor hacia el oeste y refuerza las lluvias monzónicas en el sudeste asiático) y de un dipolo negativo del océano Índico (aguas más cálidas de lo normal cerca de Indonesia, que atraen humedad e intensifican las lluvias). Estos dos patrones naturales no suelen alcanzar su punto álgido al mismo tiempo porque provienen de cuencas oceánicas distintas, responden a patrones de circulación propios y tienden a producirse en épocas diferentes. Su concurrencia amplifica la posibilidad de precipitaciones más violentas y tormentas potencialmente más destructivas.

Golpe a la economía

Las consecuencias económicas de estos fenómenos meteorológicos en la región son enormes. En 2024, las inundaciones estacionales provocaron daños valorados en 25.000 millones de dólares en Asia-Pacífico, según un estudio de la correduría de seguros Aon, una cifra que podría superarse con creces en 2025.

De momento, Vietnam calcula pérdidas superiores a los 3.000 millones dólares en lo que va de año; en Tailandia, los daños por las inundaciones de noviembre podrían restar hasta una décima del PIB anual, mientras que Indonesia reporta un promedio anual de 1.370 millones de dólares en pérdidas por desastres, una cifra que los expertos temen que se incremente este año.

A pesar de que aumenta la urgencia, la respuesta internacional avanza con lentitud. Durante la COP30, la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático celebrada en noviembre en Brasil, los países prometieron triplicar los recursos para adaptación y establecer una meta de movilizar hasta 1,3 billones de dólares anuales en financiación climática para 2035. El compromiso fue recibido como un paso adelante, pero quedó lejos de las demandas de los Estados más vulnerables, como financiación en forma de subvenciones para ayudarles a afrontar desastres cada vez más costosos (en lugar de préstamos, que aumentan aún más sus niveles de endeudamiento) o más recortes en las emisiones de combustibles fósiles.

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Sobre la firma

Inma Bonet
Es la colaboradora de EL PAÍS en Asia desde 2021. Reside en China desde 2015, primero como estudiante de chino y de un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín (BFSU), y luego como periodista. Antes de unirse a este diario trabajó en televisión y radio.
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