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Hezbolá, una milicia herida y sin respuesta ante la escalada israelí en Líbano

El bombardeo de Israel contra Haytham Ali Tabatabai, número dos del movimiento chií, agrava la debilidad del grupo y lo deja paralizado ante el dilema de cómo reaccionar

Hezbolá

En actitud curiosa, un hombre y una mujer subidos a una motocicleta con dos niños pequeños frenan el vehículo al verse delante de la pared que copa los telediarios del país desde el día anterior. Cuando los niños terminan de contar los seis agujeros que los misiles israelíes dejaron en un bloque de apartamentos a la altura de las plantas cuatro y cinco, los mayores les sonríen a modo de aprobación y retoman el camino. En los suburbios de Beirut, donde se pueden recorrer kilómetros de extensión urbana sin encontrar calles intactas después de la ofensiva israelí del año pasado durante la guerra con el partido milicia libanés Hezbolá, la cicatriz que dejó el domingo el asesinato del jefe militar del grupo, Haytham Ali Tabatabai ―enterrado este lunes― se confunde con las demás.

Decenas de hombres vestidos con camiseta negra, miembros del movimiento chií que ejerce como la autoridad de facto en la zona, aseguraban el lunes el lugar del ataque con cierto nervio. El bombardeo en Haret Hreik, uno de los municipios de la periferia beirutí, plantea preguntas para las que Hezbolá no tiene respuesta.

A pesar de la existencia de un alto el fuego desde noviembre de 2024, Israel bombardea el sur y el este de Líbano a diario como castigo por el rechazo de la milicia a desarmarse en virtud de la tregua. Lo hace sin que Hezbolá haya ordenado un solo ataque en 12 meses. La organización proiraní promulga el compromiso con su interpretación de la tregua, que solo le obliga a desarmarse en la zona fronteriza con Israel, mientras deja la defensa del país en manos de las autoridades de Líbano. Ese escenario pone el foco sobre las instituciones libanesas y permite ganar tiempo, aliviando el dolor sobre su vasta comunidad de seguidores, brutalmente afectados durante el conflicto del año pasado en las zonas de mayoría chií.

Ahora, el asesinato político contra una de las mayores figuras de la organización, algo inédito durante los 12 meses de tregua, sugiere una escalada militar israelí que coge a la milicia con el pie cambiado, sin una respuesta preparada, y que la fuerza a elegir entre quedarse de brazos cruzados ante una ofensiva latente, como la actual, o actuar y enfrentarse a una fulminante, como la que mató a más de 4.000 personas hasta la tregua.

“Las dos decisiones son muy difíciles”, reflexiona Layla Tarhini, de 31 años. La mujer persigue una sensación de normalidad en su jornada laboral en la Librería Filosofía, mientras los hombres de negro ponen orden al otro lado del escaparate. La tienda está en el edificio contiguo al que recibió el ataque en el que murieron Tabatabai y cuatro personas más, además de dejar 28 heridos. Y ella reside en la calle paralela.

Las novelas de Carlos Ruiz Zafón y de Luisa May Alcott, expuestas en las estanterías, temblaron durante el bombardeo junto con las paredes del local, que como el conjunto de los suburbios de Beirut están repletas de imágenes de Hasan Nasralá, quien lideró Hezbolá durante 30 años —la mitad de ellos, escondido— hasta que un ataque israelí lo mató en septiembre de 2024.

“La Resistencia tomará la mejor decisión”, dice la joven, empleando el término con el que sus seguidores se refieren a Hezbolá y al conjunto de actores enemistados con Israel. “Pero no creo que respondan ahora mismo. Ellos piensan en los civiles, que son nuestra mayor fuerza frente al enemigo”.

Según Tarhini, Hezbolá es consciente del momento que padecen sus seguidores, con la prensa libanesa “volviéndose contra ellos”. “Nos señalan por haber empezado el conflicto”, dice en relación con el 8 de octubre de 2023, cuando Hezbolá disparó contra Israel en supuesta solidaridad con Gaza, uniendo el destino de Líbano al de la Franja. “Pero el conflicto ha empezado desde mucho antes del nacimiento de Hezbolá [en 1982], que solo es una reacción a ello”.

A pesar de sus convicciones, Tarhini está “asustada todo el tiempo”. Dice que la noche anterior rompió a llorar, y le frustra que “muchos libaneses no entiendan” lo que supone vivir en comunidades que Israel puede bombardear en cualquier momento. Lejos de las zonas de mayoría chií, donde abundan la destrucción y los retratos de los combatientes de Hezbolá caídos en combate, los municipios libaneses donde predominan otros grupos sociales, como el cristiano, el musulmán suní o el druso, quedan al margen de las mayores hostilidades israelíes.

Ese trato desigual propicia que algunos libaneses en las zonas intactas discrepen a la hora de ver a Israel como una amenaza, y algunos incluso abrazan la idea de la normalización con el Estado judío. Pero para muchos chiíes, ese pronóstico resulta amenazante.

“Si les das un centímetro, te pedirán un kilómetro”, advierte Hussein Rayshouni, de 30 años de edad. Es ingeniero, y atiende a EL PAÍS desde un edificio medio en ruinas en Ghobeiri, otro de los municipios periféricos en Beirut. Rayshouni lidera la reconstrucción del bloque, afectado por un bombardeo israelí el año pasado. Las calles de alrededor son una marea de gente que atiende a la ceremonia funeraria de Tabatabai, celebrada a pocos metros.

Los funerales, en un momento en el que se especula con la debilidad de la organización, son el único momento que le queda a Hezbolá para hacer demostraciones de fuerza, proyectando una imagen que le siga atribuyendo la hegemonía del país. El lunes, miles de seguidores se sumaron a una congregación que tuvo como su máximo representante al líder del Consejo Ejecutivo de Hezbolá, Shekh Ali Daamoush, cuyo discurso no disipó las dudas a las que se enfrenta Hezbolá. Pero no hizo acto de presencia el secretario general de la organización, Naim Qassem, que vive escondido desde que asumió el cargo tras la muerte de Nasralá.

“Hay frustración y enfado”, lamenta el ingeniero. Alega que Israel “bombardea Líbano a diario” y que “parece como si el Gobierno de Líbano no pudiera hacer nada al respecto”. “Estamos perdiendo nuestros seres queridos, nuestras casas y nuestra sensación de seguridad en nuestro propio país”, dice el joven, exponiendo una sensación de desamparo presente en la milicia vista por analistas como la antesala a una reacción violenta. “Estamos siendo marginados”, concluye.

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