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Alemania busca un acuerdo con los talibanes para agilizar las expulsiones de migrantes afganos

La coalición del democristiano Merz afronta la acusación de abrir la puerta a la legitimación internacional del régimen islamista

Friedrich Merz
Marc Bassets

Realpolitik es una palabra alemana, y a veces no hay país que la practique con menos complejos que este. El canciller Friedrich Merz ha abierto tratos con los talibanes a cambio de que Afganistán acepte la repatriación de inmigrantes de ese país con delitos graves en Alemania.

¿Un ejercicio de pragmatismo político, la realpolitik que lleva a dialogar con los gobiernos menos recomendables? ¿O un desprecio a las víctimas, principalmente mujeres, de un régimen contra el que Alemania y sus aliados combatieron durante dos décadas?

El democristiano Merz, al frente de una coalición de gobierno con los socialdemócratas, intenta agilizar, desde que hace seis meses llegó al poder, las deportaciones de migrantes afganos. Para ello necesita la colaboración de los talibanes, que conquistaron Kabul en 2021 en plena desbandada de las fuerzas internacionales.

El acuerdo entre Berlín y Kabul, que podría concluirse en las próximas semanas, permitiría a Merz exhibir la eficacia de su política para deportar a delincuentes extranjeros sin papeles. Y esto, en un momento políticamente delicado, con la pujante extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) cada vez más popular, con un discurso de mano dura con los inmigrantes.

El régimen de los talibanes, a los que hoy día solo Rusia reconoce formalmente, obtiene a cambio algo valioso: la legitimidad que le da mantener un diálogo con un país central en la Unión Europea.

El caso alemán plantea un dilema que en el futuro próximo afrontarán otros países: ¿Qué hacer, cuatro años después de la caída de Kabul, con los talibanes? ¿Es inevitable a la larga una salida del ostracismo diplomático?

Alemania ya expulsó a 28 afganos en agosto de 2024, cuando gobernaba el socialdemócrata Olaf Scholz al frente de una coalición con ecologistas y liberales. En julio de 2025, ya con Merz en la cancillería, repitió la operación, con 81 afganos devueltos a su país.

En ambos casos las expulsiones se organizaron con la mediación de Qatar. Ahora Berlín quiere prepararlas directamente con los talibanes, un régimen al que oficialmente Alemania no reconoce, aunque mantenga unas mínimas relaciones diplomáticas con el Estado afgano.

Berlín ha enviado en las últimas semanas a altos funcionarios alemanes a Kabul para negociar la logística de las futuras deportaciones. También ha aceptado el envío, por parte de los talibanes, de dos diplomáticos a Alemania. La embajada y consulados en este país seguían funcionando desde 2021 con personal que trabajaba para el antiguo Gobierno.

“No se trata de contraprestaciones, sino de que finalmente estemos en condiciones de poder devolver a su país a personas con crímenes graves”, se ha defendido, en los medios locales, el ministro alemán del Interior, Alexander Dobrindt. El objetivo es un acuerdo para proceder a las expulsiones, ya no ocasionalmente, como hasta ahora, sino “de forma regular”. “Hemos avanzado [en las conversaciones], pero todavía no hay fecha [para que empiecen los vuelos]. Nuestro interés es ir rápido”, ha afirmado.

La noticia, hace unos días, de que los talibanes planeaban izar bandera en la Embajada de Afganistán de Berlín disparó las alarmas entre afganos residentes en Alemania y también entre veteranos de la guerra en ese país. Sería el símbolo más claro del cambio. El nuevo régimen, según reveló la cadena pública alemana ARD, quiere sustituir por la vieja bandera negra, roja y verde por la talibán, que es blanca y con la inscripción islámica: “No hay más dios que Dios y Mahoma es su profeta”.

“Durante 20 años, el Parlamento y el Gobierno federal nos enviaron a [la cordillera del] Hindú Kush para luchar contra los talibanes”, se queja en las redes sociales el veterano de la Bundeswehr Wolf Gregis, autor del libro La batalla del Viernes Santo. Soldados alemanes bajo el fuego de los talibanes. “Demasiados de nuestros camaradas perdieron ahí la vida, su salud o su felicidad. No vamos a aceptar que ahora los talibanes celebren aquí su triunfo”.

“No se trata solo de la bandera”, precisa, en un correo, Patoni Teichmann, activista afgana por los derechos humanos y directora de la Organización Europea por la Integración. “De lo que se trata es de que aquí, en Alemania, puedan aparecer representantes de una organización que a escala internacional es considerada como terrorista, que oprime a las mujeres, que sistemáticamente usa la violencia y que lleva a cabo una política de apartheid de género”.

Teichmann señala el riesgo de que, si los consulados caen bajo el control de diplomáticos del nuevo régimen, estos tengan acceso a datos de “miles de afganas” que viven en Europa.

Otro riesgo, en su opinión, es que otros imiten a Alemania. “Si un país que en la escena mundial aparece como una voz moral por los derechos humanos empieza a normalizar silenciosamente a los talibanes, otros países occidentales podrían asumir esta línea”, advierte. “Sería un precedente peligroso, al otorgar legitimidad internacional a los talibanes sin que estos cambiaran su comportamiento, sin que permitiesen a las mujeres volver a la escuela y sin que liberasen a los prisioneros políticos”.

En Alemania viven unos 400.000 afganos, y es la nacionalidad con un mayor número de demandantes de asilo en este país, después de Siria. Los temores a la inmigración descontrolada contribuyeron en las últimas elecciones generales, el pasado febrero, al éxito de AfD, que se convirtió en la segunda fuerza parlamentaria.

La idea de Merz y sus socios de coalición es que, para contener a la extrema derecha, deben responder a estas inquietudes de una parte de la sociedad y poner orden en el sistema migratorio. En el acuerdo de Gobierno firmado por democristianos y socialdemócratas figuraba esta promesa: “Expulsaremos hacia Afganistán y Siria, empezando por los delincuentes y las personas peligrosas”.

Estos días, en la Embajada afgana en Grunewald, un barrio de mansiones y bosques en el oeste de Berlín, ondea todavía la bandera negra, roja y verde, la antigua. No hay un alma en las calles. Un automóvil se detiene. Sale el chófer y entabla conversación con el periodista. Cuando se le pregunta si pronto ondeará la bandera de los talibanes, lo desecha con una sonrisa: “Falsas informaciones”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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