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Un asunto marginal
Columna
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Realpolitik

No estamos contra la guerra en general, sino contra esta, porque nos afecta. En Yemen han muerto 400.000 personas

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el rey Mohamed VI de Marruecos durante el encuentro mantenido hoy en el Palacio Real de Rabat en noviembre de 2018.
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el rey Mohamed VI de Marruecos durante el encuentro mantenido hoy en el Palacio Real de Rabat en noviembre de 2018.Ballesteros (EFE)
Enric González

El canciller Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana bajo el control de Prusia, tenía buena mano para acuñar palabras. Fue él quien inventó la famosa “realpolitik”, la política realista o pragmática, del todo ajena a consideraciones éticas. Vivimos semanas en que la realpolitik triunfa. Resulta evidente que las atrocidades cometidas en Ucrania por el régimen de Vladímir Putin están mal, pero no conviene deducir de ello que exista un gran fundamento ético (la búsqueda del bien) en la reacción de lo que llamamos Occidente. Por el momento no hay más que puro pragmatismo empapado en miedo.

Es lógico que Estados Unidos y, sobre todo, la Unión Europea se alarmen ante la invasión de Ucrania. Y es lógica la inflamación retórica. Esto ocurre en Europa, está disparando los precios de la energía, desplaza por el continente millones de refugiados, puede provocar una gran crisis alimentaria y hay amenazas nucleares de por medio. Incluso los intereses electorales aconsejan la firmeza verbal y las sanciones contra Rusia: la famosa ley del “kilómetro sentimental” (nuestro interés por los demás es mayor cuanto más cerca están) y el “son como nosotros” han despertado grandes movimientos de solidaridad con los ucranios.

Aplicamos sanciones, sí. Veremos si sirven de mucho. No han resultado utilísimas en Cuba, Venezuela o Irán, salvo para empobrecer a la población civil. Lo que ha quedado claro de momento es que, por exigencias de la realpolitik, nadie va a hacer el menor gesto bélico: se trata de evitar “provocaciones” que puedan desatar la ira rusa, sea convencional, cibernética o nuclear, más allá de las fronteras ucranias. Y seguimos comprando su gas.

No vale la pena, por tanto, malgastar el tiempo en moralinas. No estamos contra la guerra en general, sino contra esta, porque nos afecta. En Yemen, donde Arabia Saudí e Irán libran su enésima guerra por delegación, han muerto ya según la ONU casi 400.000 personas, por las bombas o por el hambre, y la mayoría de esas personas son niños menores de cinco años. Eso nos da igual. Ni siquiera hablamos de ello. De Siria, un poco más. Sólo un poco. Y ya casi no recordamos la bochornosa fuga de Afganistán, donde las mujeres vuelven al encierro y la brutalidad es cosa cotidiana.

Es probable que una Ucrania devastada acabe ganando esta guerra, por más batallas que gane Rusia y por más destrozos que cause: el objetivo inicial de Putin, la victoria fácil y la aclamación a los invasores por parte de los invadidos, ya ha fracasado. Cuesta imaginar cuál es ahora el objetivo, más allá de exacerbar el patriotismo ruso a base de cañonazos y mentiras para evitar una crisis política en Moscú. A largo plazo, no parece un buen plan. También es verdad que a largo plazo la opinión pública occidental estará saturada de horrores e irá distrayéndose con otras cosas. Salvo extensión del conflicto, evidentemente.

La realpolitik condujo a Alemania a depender del gas ruso y a arriesgarse a cualquier chantaje. Es probable que el Gobierno español considere una inteligente realpolitik su histórica genuflexión ante el Gobierno de Marruecos en la cuestión del Sáhara. Caben muchas dudas. Ceder ante el chantaje sólo puede ser considerado realista si uno desea seguir siendo chantajeado.

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