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Un asunto marginal
Columna
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La experiencia de Ebbutt y Enderis

Con la invasión de Ucrania, el régimen de Putin se muestra como una dictadura comparable a las de Hitler y Stalin

Discurso de Adolf Hitler ante el Reichstag en Berlín al final de la campaña de los Balcanes, el 4 de mayo de 1941.
Discurso de Adolf Hitler ante el Reichstag en Berlín al final de la campaña de los Balcanes, el 4 de mayo de 1941.Ullstein Bild (ullstein bild via Getty Images)
Enric González

Quizá convenga recordar a Guido Enderis y a Norman Ebbutt. Por lo que pueda venir.

Enderis y Ebbutt fueron los dos periodistas que marcaron el tempo de la información que el mundo recibía desde la Alemania nazi. Guido Enderis era el jefe de la oficina de The New York Times en Berlín. Norman Ebbutt era el corresponsal en Berlín de The Times de Londres. Ambos, representantes de los dos diarios más influyentes de la época, tenían la misión de explicar cómo una tiranía criminal se había adueñado de la primera potencia industrial europea y cuáles eran los riesgos que el expansionismo de Adolf Hitler entrañaba para los demás países. Ambos fracasaron, por motivos muy distintos.

Sus propios compañeros en la redacción neoyorquina llamaron a Guido Enderis “el corresponsal nazi”. No lo era. Pero estaba muy integrado en la sociedad local, disfrutaba de acceso directo a Göring y Goebbels y, como muchos por entonces, prefería ver en Hitler al hombre que había puesto de nuevo en pie Alemania. Procuraba pasar de puntillas sobre asuntos como los campos de concentración (escribió que allí los reclusos engordaban) y la creciente represión contra los judíos. En esto último recibía un apoyo tácito de los dueños del periódico, Adolph Ochs y Arthur Hays Sulzberger: eran judíos y no querían que su clientela percibiera The New York Times como un “diario judío”.

La buena relación de Enderis con los jerarcas nazis fue la razón última de que se le mantuviera en Berlín. Mientras el régimen cerraba una tras otra las corresponsalías extranjeras, la de The New York Times permanecía abierta. Pagando un precio muy alto. En noviembre de 1941, el terrorífico discurso en el que Goebbels anunció la destrucción de los judíos quedó escondido en la página 11 del diario con un texto de agencia. Un mes después, Alemania declaró la guerra a Estados Unidos y la oficina de The New York Times en Berlín tuvo por fin que cerrar.

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Enderis fue enviado a Suiza y a las pocas semanas sufrió un infarto cerebral. Apenas volvió a escribir. Murió en 1945, recién acabada la guerra, por otro infarto cerebral. A esas alturas la redacción de The New York Times estaba tan avergonzada que nadie quiso firmar la necrológica de Guido Enderis.

Norman Ebbutt hizo lo contrario de Enderis. El corresponsal de The Times, un periodista extraordinario, enviaba a Londres unas crónicas muy lúcidas en las que detallaba la infamia del régimen y pronosticaba lo que finalmente ocurrió: la gran tragedia bélica. Pero en su diario, muy vinculado con el Gobierno apaciguador de Neville Chamberlain y empeñado en seguir creyendo en la paz, se esmeraban en eliminar los párrafos más duros. Pese a los esfuerzos de sus jefes, Ebbutt fue acusado de “espionaje” y expulsado de Alemania en 1937. Como Enderis, en cuanto dejó la corresponsalía sufrió un infarto cerebral.

Con la invasión de Ucrania, el régimen de Vladímir Putin ha desechado los últimos escrúpulos y se muestra como es: una dictadura totalitaria perfectamente capaz de compararse con las de Hitler y Stalin.

Si no cambian las cosas, y no parece, ¿cómo habrá que informar sobre el país más grande del mundo? La experiencia de Ebbutt y Enderis indica que el trabajo será muy difícil.

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