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El ‘Signalgate’ sacude a la cúpula trumpista

La crisis expone la escasa experiencia del equipo de seguridad del presidente de EE UU y abre una ventana sobre el funcionamiento de un equipo creado para ser leal a su jefe

El presidente de EE UU, Donald Trump, y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, en el Despacho Oval en Washington, el 21 de marzo.Foto: Associated Press/LaPresse (APN)
Macarena Vidal Liy

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declara admirar a predecesores en el cargo como William McKinley o Ronald Reagan, el gran icono republicano contemporáneo. Pero con quien más se identifica, según sus charlas con algunos historiadores, es con Richard Nixon, el republicano que ganó la Casa Blanca por la mayor avalancha de votos hasta entonces, y que como él buscó la venganza contra sus enemigos políticos. Del único presidente dimitido en la historia de EE UU comenta que jamás debió entregar los documentos sobre el escándalo Watergate, ni haberse marchado. Aquel, considera, fue su gran error, una concesión a los medios que él no se hubiera planteado.

Ahora, la Administración de Trump vive su propio escándalo terminado en “gate” e intenta minimizar su alcance. Es el Signalgate, el caso de las conversaciones de los altos cargos de la seguridad nacional en un grupo de la app de mensajería Signal en el que se incluyó por error a un prominente periodista progresista —el director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg— y donde trataron, pese al riesgo de filtración, los planes para bombardear posiciones de la guerrilla de los hutíes en Yemen el pasado 15 de marzo. En el chat, creado por el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, estaban todos los pesos pesados de la Administración: el vicepresidente, J. D. Vance; el secretario de Estado, Marco Rubio; el secretario de Defensa, Pete Hegseth; la directora nacional de Inteligencia, Tulsi Gabbard, entre otros. El caso pone de manifiesto la escasa experiencia en sus cargos del equipo de seguridad del republicano.

“Estaba completamente convencido de que era una tomadura de pelo”, ha contado Goldberg al podcast del digital anti-Trump The Bulwark sobre lo primero que pensó cuando recibió la invitación que le enviaba por error Waltz para unirse al grupo. “Estas cosas no pasan, así que alguien tenía que estarme tendiendo una trampa”.

No era así. El chat era legítimo. Ante los ojos atónitos del reportero se iban revelando detalles que abren una ventana a cómo funcionan, interactúan y piensan los responsables de la seguridad nacional de la Administración de Trump. Unos altos cargos escogidos por el presidente no por su experiencia en el área ―escasa o inexistente, en la gran mayoría de los casos―, sino sobre todo por su lealtad inquebrantable hacia su persona y la disposición a ejecutar sus órdenes sin ningún tipo de reparo. Si además son fotogénicos, mejor.

El periodista Jeffrey Goldberg.

En circunstancias normales, o en otro país, el chat representaría una filtración de seguridad descomunal. Rodarían cabezas. Para el Gobierno de Trump, que ha visto desencadenarse su primera crisis de seguridad nacional apenas 60 días después de su desembarco en la Casa Blanca, no es nada escandaloso, al menos de puertas para afuera.

En opinión de Trump, la polémica es una mera “caza de brujas”. En opinión de la oposición demócrata, el episodio ha puesto de manifiesto que el país está en manos de un grupo de “aficionados” ―como los califica la senadora Elizabeth Warren― que han cometido error tras error no forzado en estos dos meses.

No es, desde luego, la primera metedura de pata de la nueva Administración republicana. El Departamento de Eficiencia Gubernamental de Elon Musk, el oligarca tecnológico convertido en la mano derecha de Trump —y también sin experiencia en la gestión federal—, ha entrado en la administración del Estado como un elefante en una cacharrería para reducir costes y burocracia y eliminar algunas de las entidades más odiadas por el presidente y sus apoyos conservadores, desde la agencia de ayuda al desarrollo (USAID) al Departamento de Educación.

Por el camino, ha ido despidiendo a los funcionarios encargados de vigilar el arsenal nuclear estadounidense, que ha tenido que recontratar rápidamente. Lo mismo ha ocurrido con los científicos responsables de la respuesta a la epidemia de gripe aviar. La orden de súbita reincorporación al trabajo presencial de cientos de miles de funcionarios, tras años de incentivar la actividad en remoto, ha generado problemas logísticos básicos en muchas oficinas, desde falta de espacio de trabajo a escasez de rollos de papel higiénico.

Hegset, que cortó y pegó la secuencia de ataque en Yemen en el chat de Signal, también arrastra su propia lista de errores. Desde su incorporación, ha aplicado con entusiasmo políticas muy del agrado de Trump, como el fin de las medidas de inclusión, la prohibición de alistarse a las personas trans o incluso el escamoteo de páginas web que elogiaban la contribución de militares de minorías a las Fuerzas Armadas. Los tribunales o el escándalo público le han obligado a enmendar en todo o parte esas iniciativas. Este viernes, The Wall Street Journal revelaba que ha llevado a su esposa a varias reuniones con sus homólogos extranjeros de contenido confidencial.

El caso de Hegseth es emblemático dentro del equipo de seguridad nacional. El jefe del Pentágono es un veterano de guerra, pero no pasó de mando intermedio en sus destinos antes de dejar el ejército y convertirse en presentador de la cadena de televisión conservadora Fox News. El Senado aprobó su nombramiento por un solo voto de margen, entre denuncias de que tenía problemas con el alcohol, gestionó mal los fondos de una ONG para veteranos de guerra y fue sospechoso de abuso sexual.

La portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, habla a la prensa sobre el escándalo Signalgate.

La falta de experiencia se extiende al resto de participantes en el chat. Waltz era congresista, como Gabbard. Vance solo pasó por el Senado un par de años antes de asumir la vicepresidencia. El enviado de la Casa Blanca para negociaciones internacionales, Steve Witkoff, era un empresario amigo personal de Trump sin historial diplomático alguno antes de verse tratando con Israel, Hamás y el presidente ruso, Vladímir Putin. El más experimentado en su campo es Marco Rubio, miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado durante más de una década.

Es una situación muy diferente a la del primer mandato de Trump, cuando el inexperto presidente se rodeó de veteranos militares de prestigio y expertos en su campo, los “adultos en la habitación” que con frecuencia le disuadieron de sus decisiones más extremas.

En la conversación de Signal queda claro que todos se subordinan a la opinión del presidente. Ninguno trata de aportar otras ideas, solo de esclarecer la voluntad definitiva de su líder. O de derrochar arrogancia y emojis en sus comentarios sobre la capacidad militar de EE UU o contra unos aliados europeos a los que acusan en grupo de “gorrones” y “patéticos”. “Aunque este equipo evita enredarse en conflictos en el extranjero, también muestra una fascinación casi infantil por el ejercicio sin límites del poderío estadounidense”, escribe Jörn Fleck, director senior del Centro Europeo del think tank Atlantic Council.

“No es la hipocresía lo que me molesta; es la estupidez. Estamos todos escandalizados, ¡escandalizados! de que el presidente Trump y su equipo no se preocupen por proteger información clasificada o las leyes que obligan a conservar documentos federales”, escribió la antigua rival de Trump en las elecciones de 2016, Hillary Clinton, en The New York Times este viernes. “Lo que es mucho peor es que los altos cargos de la Administración de Trump pongan en riesgo a nuestros soldados al compartir planes militares en una app de mensajería y sin darse cuenta inviten a un periodista. Es peligroso. Y estúpido”.

Signal está considerada una aplicación encriptada y difícil de hackear. Su uso es generalizado en Washington entre periodistas, congresistas y analistas de think tanks. Pero no está considerada segura para transmitir información clasificada ―existen canales especiales habilitados para ello―. Y permite borrar los mensajes de manera automática, un mecanismo que el grupo de los altos cargos había habilitado. Es algo que contraviene la legislación estadounidense, que obliga a los funcionarios a conservar sus comunicaciones oficiales para los archivos históricos.

Los participantes en ese chat debían ser conscientes de ello. No obstante, ninguno de los participantes planteó objeciones a comunicarse por esa vía. “Si esto lo hubiera hecho un militar, o un agente de inteligencia, con este tipo de comportamiento hubiera sido cesado”, declaraba esta semana Mark Warner, el demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia del Senado.

Un posible resultado del fiasco, apunta Emerson Brooking, antiguo asesor de política cibernética en el Departamento de Defensa y ahora con el Atlantic Council, es que “los aparatos tecnológicos de los altos cargos de seguridad nacional de Estados Unidos, siempre un objetivo de los agentes extranjeros, se han convertido casi con toda seguridad en el principal objetivo a infiltrar del mundo. Si estos altos cargos comparten tanta información en los sistemas comerciales, hay que plantearse si otros cargos políticos también comparten información sensible en Signal u otras aplicaciones todavía menos seguras”.

La Administración, con Trump a la cabeza, ha optado por culpar a la prensa, y a Goldberg en particular, del escándalo. El presidente le ha acusado de “inventarse un montón de historias”. Waltz, de ser “la mayor basura entre los periodistas”.

Trump también ha dejado claro que, al menos de momento y si el escándalo no va a más, no se plantea ningún cese. Cortar cabezas, en su opinión, es ceder ante la prensa, aquel craso error que achaca a Nixon. Su vicepresidente lo subrayó el viernes en su visita a la base militar de Pituffik: “Si creen que el presidente va a echar a nadie, están muy equivocados”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.
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