Palmira ansía el regreso de los turistas tras la caída del régimen sirio
El ISIS arrebató en dos ocasiones el control de este yacimiento catalogado como patrimonio de la humanidad por la Unesco, en el que causó una gran destrucción


Las ruinas de Palmira se dibujan orgullosas en el horizonte tras cuatro horas y media de carretera desde Damasco hasta llegar a este oasis, antaño parada obligada para las caravanas de comerciantes que recorrían la ruta de la seda. La aristócrata británica Lady Jane Digby tardó tres semanas en hacer este mismo trayecto sobre un camello en busca del rastro de Zenobia, la reina guerrera que con 27 años se rebeló contra el poder de Roma en el siglo III. La excéntrica aventurera contrató en 1853 los servicios del jeque Medjuel el Mezrab, un líder tribal, para repeler los asaltos de los temibles beduinos del desierto. Se enamoró de ambos, del jeque y de Palmira. Hoy son varios cientos de yihadistas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) —que los vecinos aseguran se ocultan en las grutas del desierto—, los que obligan a dar un rodeo para llegar sin perder, literalmente, la cabeza. Uniformes militares esparcidos en las cunetas, como si sus dueños se hubieran evaporado, recuerdan la apresurada huida de las tropas de Bachar el Asad el pasado mes de diciembre, cuando las milicias islamistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) se hicieron con el control de la mayor parte de Siria.
Palmira ha sido testigo de nuevo de otro vuelco histórico, pero esta vez, sus ruinas han sobrevivido sin nuevos daños. El ISIS arrebató en dos ocasiones, en agosto de 2015 y en diciembre de 2016, el control de este yacimiento catalogado como patrimonio de la humanidad por la Unesco, situado a 240 kilómetros al noroeste de Damasco y a 160 de la ciudad de Homs. Provocaron entonces una irreparable destrucción. Las puertas del museo de Palmira aún siguen cerradas. Maamun Abdulkarim, director general de Antigüedades y Museos de Siria entre 2012 y 2017, logró esconder 286.000 objetos antiguos de todo el país. “No quería que ocurriera lo mismo que en Irak, donde el ISIS destruyó gran parte del patrimonio tras la toma de Mosul en 2014″, explica por teléfono. Entre el patrimonio que salvó ―“la memoria de su pueblo”, dice― con la ayuda de los 2.500 funcionarios del Ministerio de Cultura, se encuentra la estatua del León de Al Lat, de 1.900 años de antigüedad, que sufrió daños durante la primera incursión del ISIS en 2015. Hoy se puede admirar en el Museo Nacional de Damasco, donde un reducido puñado de funcionarios trabajan voluntariamente a la espera de recibir instrucciones del nuevo Gobierno de Ahmed al Shara.
Abdulkarim, que hoy enseña arqueología en una universidad emiratí, se opuso a la politización de la cultura. En 2016, confiaba en la rápida rehabilitación del templo Bal y del Arco del Triunfo. No obstante, aparte de la catalogación de parte de sus piedras, nada se ha avanzado en la rehabilitación de Palmira en la última década. Un grupo de jóvenes pululan sobre sus motocicletas entre las milenarias piedras parando al atardecer para fumarse un pitillo. El hostelero Said Saleh se plantea reabrir su restaurante Pilares beduinos. “Si los turistas empiezan a volver, en un mes estamos listos”, dice optimista.








De los 150.000 turistas anuales que se paseaban mapa en mano por Palmira en 2010, apenas se avistan una docena. Uno de ellos es Mohamed Azizi, de 41. El inusual visitante se fotografía en la soledad de la gran columnata romana, de un kilómetro de largo. De ojos tristes, pero serenos, porta una kufiya roja típica de los beduinos de la región. Al igual que las ruinas, está marcado por las cicatrices de la guerra. Le faltan varias uñas que le arrancaron durante los cuatro años que pasó encerrado en las cárceles de El Asad. “Me acusaron de terrorista, solo por ser de la periferia de Alepo [entonces insurrecta]”, arguye mientras admira las imponentes columnas. Cada pocos pasos deja caer los parpados, inspira aire e inclina la cabeza hacia el cielo como buscando los rayos del sol. Dos meses atrás, HTS liberó a unos 80.000 presos en todo el país en su avance hacia la capital siria y Azizi fue uno de ellos. Desde entonces, se dedica a recorrer aquellos lugares que durante 1.460 días recreó en su mente. Campesino de profesión, se redime de su encierro pasando los días en espacios abiertos y las noches al raso.
Aparte del recién liberado Azizi, una familia llegada de Deir Ezzor y varios jóvenes de Raqa, al noreste del país, se fotografían con las ruinas. Las gentes de Palmira vivían de la venta de dátiles y sal, pero ante todo del turismo, cuenta Mohamed Asaad, hijo del arqueólogo Jaled Asaad, que durante cuatro décadas veló por la preservación del yacimiento, hasta que fue decapitado por ello en 2015. “Lo que alimenta a las gentes de Palmira son sus ruinas. Cuando estas estén restauradas, volverán los turistas. Entonces volverán todos los vecinos”, opina.
Mientras tanto, Azizi posa solitario debajo de un imaginario arco del triunfo, que fue inmortalizado en el famoso retrato de Lady Jane Digby ataviada con un traje beduino. Durante los 10 meses que los yihadistas controlaron la conocida como “novia del desierto” en 2015, dinamitaron el arco junto con una docena de torres funerarias milenarias, saquearon el museo y desfiguraron las estatuas. El templo de Bal Shamin sobrevivió a dos milenios de conquistas para sucumbir a los explosivos del ISIS. Tan solo el desafiante pórtico ha quedado en pie. En este templo, las gentes imploraban al dios fenicio lluvias que regaran la desértica región. Y entre sus muros nació en 1934 Jaled Asaad. Fue él quien sepultó con tierra las entradas al subsuelo de los templos para proteger sus reliquias. Lo pagó con su vida.
Asaad fue decapitado por el ISIS a los 81 años en la plaza central de la ciudad. Su familia nunca recuperó el cuerpo. “Hicimos un test de ADN a siete cuerpos que extrajeron de una fosa común donde pensamos que podría haber sido enterrado”, comenta el hijo, de 50 años, en un café de Homs. Atesora en su móvil fotos antiguas de su padre junto al templo Bal rodeado de casas de barro y paja. “Los franceses expulsaron a las gentes que vivían dentro de las murallas del templo Bal donde buscaban protección de los ataques beduinos. Las familias desplazaron sus hogares a pocos cientos de metros de las ruinas”, relata este funcionario del Museo de Homs. Así nació la ciudad de Palmira en tiempos del mandato francés, desde dentro de sus ruinas.

Más de 500 de sus vecinos fueron asesinados por el ISIS en 2015, provocando la huida de tres cuartos de sus 75.000 habitantes de preguerra. La mayoría buscaron refugio en Homs o en el campo de desplazados Al Rukban, en la frontera oriental con Jordania. Vencidos por la aviación rusa y los soldados sirios, los yihadistas lograron hacerse por segunda vez con Palmira en marzo de 2016. Entonces, ejecutaron a otra docena de vecinos y dinamitaron el Tetrapylon (conjunto monumental del siglo II) junto con parte de la fachada del teatro romano. Enormes bloques de milenarias piedras siguen hoy esparcidas a los pies de unas gradas vacías ante las que los yihadistas grabaron la decapitación de 24 personas.
Mientras que el ISIS distribuía en las redes videos dinamitando los monumentos que tildaba de paganos, “acumuló una fortuna con el contrabando de estatuillas y reliquias que saqueaba y transportaba fuera del país; toda una hipocresía”, lamenta Asaad. Entre 2014 y 2016, el contrabando de crudo y de antigüedades se convirtieron en las dos principales fuentes de financiación del califato, según los expertos; un reino que logró subyugar a siete millones de personas en un territorio que se extendía entre Siria e Irak. El pillaje forma parte de la historia de la vieja Palmira que saquearon desde príncipes rusos a finales del siglo XIX a tropas francesas a principios del XX para nutrir los museos de San Petersburgo, Copenhague o Le Louvre.
Sin embargo, el pueblo de Palmira ha sufrido peor suerte que sus piedras. Minado por yihadistas y soldados, bombardeado por la aviación rusa, siria y, hace apenas un mes, por la israelí, sus gentes intentan reponerse de las heridas. “Han abierto tres escuelas de secundaria y más gente empieza a volver”, asegura en el salón de su hogar el sexagenario Abdelmidan al Rahim. Estuvo refugiado en Jordania y Arabia Saudí hasta que retornó hace siete años, cuando el ejército sirio echó al ISIS por segunda vez. En el teléfono móvil, convertido en baúl de los recuerdos de todo sirio, conserva las imágenes de su jaima entre los vergeles del oasis donde un grupo de turistas españoles degustan los jugosos dátiles que han dado nombre a esta “ciudad de dátiles”, Tedmur, como se la conoce en árabe. La bombilla parpadea y la casa queda en penumbra. El progresivo retorno de los habitantes colapsa hoy los servicios de agua y electricidad que durante la era del régimen se mantuvieron las 24 horas del día para servir a las tropas rusas e iraníes apostadas en este estratégico lugar. En Damasco apenas reciben hoy una hora de amperios al día.
“Cerca de 10.000 personas han retornado en los dos últimos meses desde la liberación [en referencia al colapso del régimen de Bachar el Asad]”, asegura Asaad. Omar Karim Minshar, de 49 años, es uno de ellos, que ha llegado recientemente desde el campo Rukban, para reconstruir su casa. Ha preferido que su mujer y cinco hijos campen a las afueras de la ciudad hasta terminar las obras, cuenta aún conmocionado por la muerte de tres vecinos que pisaron una mina oculta en su vivienda al volver tras una década desplazados. En la última visita de EL PAÍS a Palmira en abril de 2016, un equipo de zapadores rusos se afanaba en limpiar de minas el lugar, pero tras 14 años de guerra, los explosivos se han convertido en un peligro para la población en todo el país. Todavía queda tarea para que la “novia del desierto” de Siria vuelva a ser el vibrante atractivo turístico que fue y sus gentes retornen.

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