_
_
_
_

Palmira, cruce de imperios y frontera de Roma

La ciudad, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, está amenazada por los yihadistas

Guillermo Altares
Ruinas de Palmira, en marzo de 2014.
Ruinas de Palmira, en marzo de 2014.JOSEPH EID (AFP)

En la antigua Palmira se veneraban los dioses romanos, pero también deidades milenarias orientales como Baal, al que rendían culto todos los pueblos de Oriente, o el mesopotánico Nebu. Las ruinas de la ciudad de Palmira, que se encuentran ahora amenazadas por los yihadistas fanáticos del Estado islámico, representan una muestra única del cruce de culturas de la antigüedad. En la frontera de Roma, en la plena ruta de las caravanas, era un oasis donde se unían las tradiciones de Oriente y de Occidente.

Como ha escrito el historiador británico Tom Holland, autor del revelador libro A la sombra de las espadas sobre Oriente en el siglo V, "Palmira es la expresión más bella de la mezcla de culturas de la antigüedad en Oriente Próximo de la que acabaría por nacer el Islam". En su cuenta de Twitter, Holland exhorta a la mítica reina de Palmira, Zenobia, "a que se despierte de su sueño en esta hora desesperada para salvar su ciudad".

Más información
El Califato irrumpe en Palmira, patrimonio de la humanidad
Las ‘antigüedades de sangre’ financian el yihadismo
Quieren borrar una civilización. Por Tom Holland
El Estado Islámica arrasa la ciudad asiria de Nimrod
Una ofensiva contra la memoria de la humanidad
Página de la Unesco dedicada a Palmira (en inglés)

Las huestes del EI han provocado daños irreparables en muchos yacimientos que se encuentran en su territorio –los expertos no tienen claro lo que han destrozado mientras lo grababan en vídeo como propaganda y lo que están robando para introducir en el mercado ilícito de antigüedades para financiarse–. Ciudades cuyos nombres llevan milenios siendo pronunciados por la humanidad como Apamea, Nínive, Hatra, Ninrud han sufrido enormes daños dentro de la misma campaña de terror que busca aniquilar a los cristianos y yazidíes.

Si llegasen a tomar Palmira, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1980 y situada a 215 kilómetros al noreste de Damasco, el daño arqueológico sería sencillamente inimaginable, como si estuviese a su merced el acueducto de Segovia, Pompeya o los foros imperiales de Roma. Aunque parte de sus piezas se encuentran fuera de Siria –el Museo del Louvre tiene una colección importante, que incluye el relieve de Maliku o la tríada divina de Baal–, la información que todavía puede ofrecer Palmira es inmensa y, sobre todo, la belleza de sus ruinas es única. La antigüedad no ha dejado ninguna ciudad equivalente.

"La fama de Palmira se construyó sobre el comercio, como un oasis que ofrecía refugio a los viajeros y también como una parada en las rutas comerciales que cruzaban el desierto. Especias, metales preciosos, esclavos... Todo pasaba por aquí para satisfacer el insaciable apetito de Roma", escribe el historiador Philip Parker en The Empire stops here (El Imperio de detiene aquí), un recorrido por las fronteras de Roma. "Palmira es una ciudad del desierto, que se encontraba 300 kilómetros en el interior de la arena, cuya riqueza se basaba en su capacidad para suplir las necesidades básicas de los viajeros: descanso y agua. Su nombre no puede ser más romántico y destila la concepción occidental de Oriente.. Ahora se tardan unas cuatro horas en llegar, pero en tiempos de Roma eran días. Fue una ciudad de frontera entre Roma y el Imperio parto donde se intercambiaban bienes e información. Sus habitantes sacaban beneficios de las dos cosas", prosigue Parker.

Su nombre antiguo, Tadmur (sigue siendo la denominación oficial en árabe), la "ciudad de los dátiles", aparece en los archivos asirios en el año 800 antes de nuestra era y fue conquistada por Alejandro Magno en torno al año 330 AC. Aunque formaba parte del Imperio Romano, siempre gozó de un estatuto especial. Como escribe la Unesco en su justificación de la concesión del Patrimonio de la Humanidad: "Palmira creció como una ciudad crucial en las rutas comerciales que unían Persia, India y China con el Imperio Romano y se convirtió en un cruce de caminos de numerosas civilizaciones del mundo antiguo". El organismo cultural de la ONU destaca su columnata de 1.100 metros que forma el eje de la ciudad, el templo de Baal, el ágora, el campamento de Diocleciano, el teatro, los barrios civiles pero también las muestras únicas de arte funerario, que mezclan el estilo grecoromano con el persa.

La Unesco también señala las "inmensas necrópolis" y los restos de un acueducto romano en los alrededores de la ciudad. Según este organismo, su redescubrimiento en Occidente en los siglos XVII y XVIII después de ser visitada por viajeros británicos como Robert Wood tuvo una influencia arquitectónica enorme en el estilo neoclásico.

Su decadencia empezó en el siglo III de Nuestra Era cuando, en medio de las hostilidades entre los imperios parto y romano, Palmira, bajo el mando de la reina Zenobia, se convirtió en capital de un imperio, que abarcaba la actual Siria y que llegó hasta Egipto. Sin embargo, acabó por ser derrotada y enviada a Roma como rehén. Que su leyenda haya llegado hasta nosotros es una prueba más de la resistencia de la vieja ciudad de las caravanas, cuyo destino pende ahora de un hilo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_