Trump lleva en esta ocasión aún más lejos su apuesta proteccionista
El impacto de los aranceles que planea el presidente de EE UU supera con mucho a las que aplicó en su primer mandato, pero sigue sin estar claro hasta dónde cumplirá sus amenazas
Donald Trump concurrió a las urnas el pasado 5 de noviembre con los aranceles como principal receta económica. Aunque prometió imponer gravámenes de todo tipo a las exportaciones, curiosamente los primeros que aprobó ―aunque haya dejado en suspenso― no figuraron en su catálogo de campaña electoral. Cuánto de las amenazas de Trump se llevará a efecto y qué parte se queda como una estratagema negociadora para arrancar concesiones es algo que está aún por ver. En todo caso, los aranceles que ha prometido el presidente de Estados Unidos son de una magnitud muy superior a los que aprobó en su primer mandato y que luego fueron mantenidos por su sucesor, Joe Biden.
Con México y Canadá ha llevado hasta el límite la presión, decretando los aranceles un sábado y suspendiendo su entrada en vigor un lunes. No es la primera vez, sin embargo, que Trump recurre a esa estrategia. En mayo de 2019, la Casa Blanca anunció que Trump usaría los poderes de la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA) para introducir aranceles sobre las exportaciones mexicanas en respuesta a la amenaza de seguridad nacional de la inmigración ilegal de México a Estados Unidos. Además, en agosto de ese año tuiteó que ordenaba a las empresas estadounidenses que comenzaran a buscar alternativas a China con los poderes de la IEEPA, pero sin llegar a declarar nunca formalmente una emergencia como requiere esa ley.
En enero de 2018, Trump impuso aranceles del 20% al 50% a los paneles solares y las lavadoras, que afectaban principalmente a China y Corea del Sur. En marzo de ese año, impuso aranceles del 25% al acero y del 10% al aluminio a la mayoría de los países, en virtud de la Sección 232 de la Ley de Expansión Comercial de 1962. Esa ley permite al presidente elevar los aranceles sobre las importaciones que supongan una amenaza para la seguridad nacional sin la aprobación del Congreso tras una investigación del Departamento de Comercio. “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, tuiteó entonces el presidente. En junio extendió a la Unión Europea, Canadá y México esos aranceles al aluminio y el acero.
En abril y junio, China y la Unión Europea, respectivamente, respondieron con acciones de represalia contra las exportaciones estadounidenses, especialmente productos agrícolas. En el caso europeo, los aranceles afectaban a unos 6.400 millones de euros de exportaciones de acero y aluminio. Como respuesta, la UE introdujo aranceles de reajuste sobre las exportaciones estadounidenses a la UE por un valor de 2.800 millones de euros.
México y Canadá también respondieron, pero las negociaciones de Estados Unidos con sus vecinos norteamericanos permitieron levantar los aranceles sobre el acero y el aluminio el 20 de mayo de 2019 a ambos, que se unieron a Australia y Argentina como países exentos.
España ya había sido golpeada antes, en noviembre de 2017 y enero de 2018, con un arancel muy específico a los productores de aceitunas negras. Aplicó tasas del 17% tras una investigación que el Departamento de Comercio inició en verano de 2017 en respuesta a las denuncias de varios productores californianos contra la aceituna negra española por competencia desleal al beneficiarse de subvenciones supuestamente injustas.
En junio de 2018, Trump anunció tarifas arancelarias para una lista de bienes importados de China por unos 50.000 millones de dólares, una fracción de los intercambios entre ambos, pero que fue suficiente para desatar una guerra comercial entre las dos superpotencias. Se inició una escalada que fue ampliando los productos afectados por los aranceles en uno y otro sentido. China reaccionó rápidamente con aranceles de represalia considerables sobre las exportaciones estadounidenses. En el verano y otoño de 2019, Estados Unidos amplió las importaciones chinas sujetas a aranceles y aumentó los gravámenes del 10% al 25%. China volvió a reaccionar. En menos de dos años, el arancel medio de Estados Unidos sobre los productos chinos saltó del 3,1% al 21,0%, mientras que el arancel medio chino sobre los productos estadounidenses aumentó del 8,0% al 21,8%, según un informe publicado por la Oficina nacional de Investigación Económica este año.
La escalada de la guerra comercial terminó en enero de 2020, cuando Estados Unidos y China llegaron a un acuerdo que mantenía la mayoría de los aranceles, pero establecía objetivos para las importaciones chinas de productos estadounidenses. Poco después, el estallido de la pandemia perturbó gravemente el comercio internacional y aquellos objetivos nunca se cumplieron.
Joe Biden impuso medidas proteccionistas en relación con los coches eléctricos y los semiconductores chinos. También aumentó los aranceles sobre el acero y el aluminio a China, pero negoció un acuerdo con la UE. Estados Unidos sustituyó los aranceles por un sistema de contingentes sobre la base de volúmenes históricos de transacciones, lo que dio lugar a que el acero y el aluminio de la UE por encima del contingente siguieran estando sujetos a aranceles. Bruselas, por su parte, dejaba en suspenso sus represalias.
Recorte de empleos
Los aranceles de Trump beneficiaron a la industria siderúrgica, pero perjudicaron al conjunto de la economía, según los análisis posteriores. General Motors anunció el cierre de plantas en Maryland, Míchigan, Ohio y Ontario, y la supresión de más de 14.000 puestos de trabajo, alegando los aranceles sobre el acero como una de las explicaciones. El informe del CBER concluye que la guerra comercial de Trump tuvo un efecto negativo sobre el empleo, pero positivo sobre su apoyo electoral. Entre las posibles explicaciones a esa paradoja sobre la popularidad de los aranceles está el hecho de que los votantes no estuvieran suficientemente informados de los efectos y se dejasen llevar por la retórica triunfalista de Trump, que vinculaba cualquier inversión o creación de empleo a los aranceles aunque no tuviera nada que ver con ellos. También es posible que incluso quienes no estaban convencidos de que hubiera dado resultados valorasen los esfuerzos de Trump por plantar cara a China y tratar de proteger los empleos estadounidenses.
La primera oleada de aranceles de Trump también tuvo efectos inflacionistas, según la inmensa mayoría de los estudios, pero limitados, puesto que también su alcance era limitado. Hubo subidas de precios en los sectores afectados, y la inflación superó durante mucho tiempo el objetivo de estabilidad de precios del 2%, pero no llegó a superar nunca el 3% durante el mandato de Trump. Además, con la pandemia, la inflación cayó con fuerza y se encontraba en solo el 1,4% cuando Biden asumió el cargo.
El efecto de los aranceles que Trump planea (o que anuncia como arma de negociación) sería mucho mayor, según los expertos, tanto porque afectarían a una cantidad mucho mayor de bienes como por lo reciente que está el último episodio inflacionario. Su aplicación podría tener efectos sobre la inflación, el mercado laboral y los tipos de interés, provocando distorsiones en la cadena de producción y suministros, y también forzando a las empresas a adelantar compras, renegociar contratos o buscar proveedores alternativos.
Esta vez, Trump propuso en campaña imponer aranceles recíprocos a las importaciones estadounidenses iguales a los tipos que los socios comerciales imponen a las exportaciones de Estados Unidos (por lo general, mayores). A eso se sumaría (o se solaparía) un arancel básico universal del 10% al 20% sobre todas las importaciones. Para China, Trump prometió un arancel del 60% sobre todas las importaciones. Además, aseguró que pondría aranceles del 100% para los coches importados de México, aunque esa propuesta parece haber caído en el olvido.
Sin embargo, ha empezado con otras medidas de las que no había hablado en campaña, sino que blandió como amenaza por primera vez siendo ya presidente electo. Se trata de los aranceles del 25% a México y Canadá (con la excepción del 10% para los productos energéticos canadienses) y del 10% a China. Las de México y Canadá han quedado en suspenso y puede que las de China también queden aplazadas.
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