Lukashenko logra en Bielorrusia más del 86% del voto en unas elecciones bajo la sombra del fraude
La UE califica los comicios de “simulación” y exige la puesta en libertad de los 1.244 presos políticos. El presidente se jacta de que el país ha sido “vacunado” contra la oposición tras la represión de los últimos años
Aleksandr Lukashenko, de 70 años, seguirá siendo presidente de Bielorrusia tres décadas después de acceder al poder. Obtuvo un arrollador 86,82% de los votos en las elecciones del domingo y continuará, por tanto, al frente de un país en el que ningún menor de 31 años ha conocido otro presidente. Sobre los comicios, marcados por la opacidad y con los candidatos opositores en la cárcel o en el exilio, planea la sombra del fraude. “Podéis felicitar a la República de Bielorrusia, hemos elegido un presidente”, ha dicho este lunes el jefe de la Comisión Electoral Central del país, Igor Karpenko. Según este organismo, la participación, masiva, ha sido del 85,7%. La segunda opción más votada (apenas un 3,6% de los sufragios) fue la papeleta con el lema “contra todos”.
Fueron los séptimos comicios de Lukashenko como candidato, pero en esta ocasión toda la oposición había sido aplastada antes de celebrarse la votación. Prácticamente todos los partidos críticos con el régimen fueron ilegalizados. La Comisión Europea ha calificado los comicios de “simulación electoral” y ha exigido a Lukashenko la puesta en libertad de los 1.244 presos políticos que la ONG Viasná estima que siguen encarcelados. “La UE seguirá imponiendo sanciones selectivas contra el régimen al mismo tiempo que apoya financieramente a la sociedad civil y la democracia bielorrusa”, ha afirmado la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, en un comunicado.
El mandatario bielorruso, aliado del ruso Vladimir Putin, no piensa ceder aún el cargo que ocupa desde 1994. “Llegado el momento, lo pensaremos”, dijo el domingo. En los comicios anteriores, en 2020, se apuntó el 80,1% de los votos frente al 10,1% de su rival, Svetlana Tijanóvskaya, cuya candidatura unió entonces a toda la oposición. Las denuncias de fraude desembocaron en unas protestas masivas que el régimen reprimió duramente.
“Si hace cinco años veíamos que había unos cuantos locos, hoy Bielorrusia es diferente. Ha sido vacunada”, ha zanjado Lukashenko, que de cumplir íntegro su nuevo mandato hasta 2030 igualará al dictador español Francisco Franco y al portugués Antonio Salazar como jefes de Estado europeos que más tiempo han ostentado el poder desde el siglo pasado, 36 años, y a los que solo superan los 40 años del albanés Enver Hoxha. “No estoy buscando sucesor”, insistió el reelegido presidente, aunque dejó claro que intentará que el régimen le sobreviva: “Los futuros presidentes serán los actuales gobernadores, ministros y altos funcionarios”.
Los comicios comenzaron el martes 21 de enero con un voto anticipado que ha despertado enormes dudas entre los opositores. Su sospecha es que las autoridades introdujeron una enorme cantidad de votos en las urnas esos primeros días, gracias a que sus comisiones electorales controlaban a su vez los sellos. La participación ya superaba el 50% del censo en todos los colegios visitados por este periódico el domingo por la mañana, pese a que el flujo de votantes era pequeño en ese momento.
Lukashenko se enfrentaba a cuatro supuestos rivales. Entre ellos, la única candidata independiente era la liberal Hanna Kanapatskaya, quien durante la represión de las presidenciales de 2020 rechazó de pleno sumarse a las protestas por el fraude electoral y que ahora agradece al mandatario haber resistido a los ruegos de Putin para inmiscuir a Bielorrusia en la invasión de Ucrania. Kanapatskaya obtuvo un exiguo 1,86%, según el comité electoral.
La opción más votada según el escrutinio oficial, después de la de Lukashenko, fue la de “voto contra todos”, con un 3,6%. El descontento con el régimen es visible en la calle, pero el terror a disentir en voz alta también flota en el ambiente.
“Creo que votaré contra todos, siento que tengo que hacer algo, aunque sea inútil”, explicó a este periódico, en la víspera de los comicios, una bielorrusa que había participado en las manifestaciones de 2020. Desde entonces ha dejado la política absolutamente de lado —casi cinco años después, el KGB bielorruso sigue rastreando las imágenes y publicaciones de aquella época— y solo piensa en abandonar el país antes de que sus hijos sean mayores de edad.
En las elecciones han participado observadores de otros países, la mayoría amigos, como Rusia. Pero ningún organismo de reputación acreditada ha comprobado la limpieza de la votación. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que tampoco escrutó los comicios de 2020, recibió una invitación de Minsk apenas 10 días antes de celebrarse el proceso. Sin tiempo para preparar una supervisión seria, rechazó prestar su imagen a las elecciones de Lukashenko.
Serguéi Vozniak lideraba un partido comunista que fue liquidado por el Gobierno. En 2020 apoyó al candidato Andréi Dmítriev, que acabó encarcelado en 2023, y en estas elecciones respaldó a Kanapatskaya pese a ser “ideológicamente antagónicos”. Sin ninguna ilusión de derrotar a Lukashenko, su objetivo se reducía a poder dar una pequeña voz a los bielorrusos críticos y luchar por la amnistía de los demás disidentes.
Antes de acudir a un desangelado piquete en el centro de Minsk, Vozniak explicaba a este periódico algunas “mejoras” que, en su opinión, se podrían hacer en los comicios. Por un lado, lamentaba que las mesas electorales —que en Bielorrusia no están formadas por ciudadanos elegidos por sorteo— estuvieran integradas por miembros de colectivos sociales próximos al Gobierno, como organizaciones de empleados públicos, sindicatos legales y otros colectivos cuyos jefes en el trabajo han sido al mismo tiempo los presidentes de las comisiones electorales. “Si yo soy profesor y mi director es también jefe de la comisión, no voy a discutir con él nada porque puedo perder mi trabajo o mi bono”, subrayaba Vozniak.
Por otro lado, este político lamentaba que el escrutinio no sea transparente. “En otros países se juntan todos los votos y los cuentan todos. Aquí tenemos 13 miembros de la comisión. Se reparten las miles de papeletas entre cada uno en pequeños lotes y cada uno cuenta las suyas. Yo no sé las tuyas y tú no sabes las mías. Así no se conocen los resultados finales”, ejemplificaba.
El encargado de transmitir el resultado final a la comisión electoral central es el jefe de cada colegio, que además controla el sello con el que se precintan sus urnas. Según fuentes de la organización de derechos humanos Viasná, esto deja en sus manos poder rellenar las urnas con votos a favor de Lukashenko a lo largo de la semana electoral.
El régimen de Lukashenko condenó a 23 años de cárcel al director de Viasná, Alés Bialiatski, por defender a los manifestantes contrarios al Gobierno. Es uno de los 1.244 presos políticos que su plataforma ha identificado, incluidos el que era el candidato favorito de la oposición, Viktor Babariko, y su jefa de campaña, María Kolésnikova. De ninguno de ellos se supo nada durante un par de años, encerrados en unas celdas en condiciones infrahumanas, hasta que Lukashenko permitió en 2024 un breve reencuentro de los dos políticos con sus familiares.
“La ley es dura, pero es la ley”, respondió el presidente bielorruso este domingo al ser preguntado por el destino de los presos políticos. Además, desafió a un peligroso regreso a los disidentes que huyeron del país, incluida Svetlana Tijanóvskaya, que en 2020 asumió la candidatura única de todos los opositores. “Venid y responded. Si habéis violado la ley con tanta crueldad, no deberíais iros a lugares tan remotos”, declaró Lukashenko. Su régimen ha concedido algunos indultos estos últimos meses al mismo tiempo que seguía deteniendo a cientos de ciudadanos. Según el mandatario, esa pequeña amnistía no busca un acercamiento a la Unión Europea: “Lo digo públicamente: no queremos utilizar este proceso para enviar una señal a Occidente. No me importa nada Occidente”.
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