Memorias del 7 de octubre: testimonios israelíes de un año nefasto
Familias y amigos de asesinados y secuestrados por Hamás recuerdan la matanza y reflexionan en torno a su primer aniversario
Un gran contenedor de basura de metal amarillo en medio de un descampado a las puertas de Gaza recuerda la inmundicia del 7 de octubre de 2023. Keren Tweg batalló para que, tras ser retirado, fuera devuelto a ese mismo sitio, donde se celebraba el festival Nova. Lo hizo en memoria de su hermano y los otros ocho jóvenes asesinados por yihadistas entre los desperdicios con los que trataron en vano de protegerse aquella mañana.
Esa fecha de la que este lunes se cumple el primer aniversario está grabada a sangre y fuego en la historia de Israel. Lo rememoran y hacen balance Tweg y otros de sus protagonistas: el hermano de un rehén muerto por error a tiros en Gaza por las propias tropas israelíes; el padre de dos secuestrados que siguen en la Franja; el diplomático que lidera la liberación de los cautivos y el cámara de televisión y dj que perdió a varios amigos en el festival Nova y no ha vuelto a ver las noticias.
Aquel sábado, de madrugada, en una operación gestada durante meses por Hamás en Gaza, cientos de atacantes asaltaron la valla fronteriza y asesinaron a unas 1.200 personas, la inmensa mayoría civiles de todas las edades, y secuestraron a 251, de las que un centenar no han regresado todavía, según datos oficiales. Ha supuesto el peor ataque sufrido por el país en sus 76 años de historia. Se habían lanzado algunas advertencias desde dentro y fuera del Estado judío, pero fueron ignoradas.
Por eso, como recuerdan algunos de los protagonistas de este reportaje, queda mucho por investigar, por aclarar y por depurar; especialmente, la responsabilidad de las más altas autoridades políticas y militares. Pero el 7 de octubre es solo la punta del iceberg de un conflicto mucho más complejo que, hacia atrás, ocupa décadas y, hacia adelante, nadie sabe cuándo acabará. La reacción de la maquinaria bélica israelí arrastra en estos 12 meses más de 41.000 muertos solo en Gaza y se enfrenta a un terremoto bélico que sacude a toda la región.
Asesinados en un contenedor de basura
Yftah Dan Tweg, de 27 años, acudió en pandilla con tres amigos y una amiga al festival Nova, junto al kibutz Reim, en el entorno de Gaza. Todos tenían 27 años. Todos fueron asesinados. Son solo cinco de las 364 víctimas mortales del que se convirtió en el escenario más sangriento del 7 de octubre. Desde entonces, las familias de Yftah Dan Tweg, Dor Toar, Ben Binyamin Cohen, Eden David Moshe y Tamar Gutman son una dolorosa piña. Batallaron incluso frente a las restricciones religiosas para que pudieran ser enterrados juntos en el cementerio del consejo regional de Gezer, en el centro del país, de donde procedían.
En medio del caos y los tiroteos, Yftah intentó calmar a sus allegados pensando que iba a escapar. “Estoy bien. Tranquiliza a papá y mamá. En una hora estaré de vuelta en casa”, escuchó a través del teléfono Keren Tweg, su hermana. Pero la carretera 232, que transcurre en paralelo a la Franja palestina, se convirtió en una ratonera mortal. “Eso fue lo último que hablé con él”, añade la mujer durante un encuentro con miembros de las otras cuatro familias en la misma explanada del festival, convertido hoy en lugar de peregrinación con cientos de fotos y objetos personales que atrae a miles de turistas.
Un total de 16 jóvenes se escondieron dentro de dos contenedores metálicos de basura bajo bolsas, botellas y otros desperdicios, mientras los atacantes asesinaban alrededor a todos los que podían. Durante horas se mantuvieron ocultos y mandaron su localización para que les rescataran, hasta que, a las 11.47 de la mañana, uno de los yihadistas los descubrió y empezó a disparar de manera indiscriminada. Nueve murieron y cuatro resultaron heridos. El cuerpo sin vida de Yftah sirvió para salvar a Shani, que quedó oculta debajo de él, no así a la hermana gemela de esta, Amit. “Tu hermano Yftah salvó mi vida”, le dijo a la mujer en una conversación telefónica.
A Keren le pareció fatal que el gran contenedor amarillo en el que murió su hermano y otros jóvenes hubiera sido lavado y puesto en circulación de nuevo por las autoridades. Para ella tiene un enorme significado. Consiguió recuperarlo y hoy, todavía con los impactos de bala, se ha convertido en un improvisado museo en recuerdo de todos ellos exactamente en el mismo lugar en el que se hallaba el 7 de octubre. “Quería volver a sentir a mi hermano en el contenedor, recordar lo que le sucedió”, afirma poco antes de entrar en el habitáculo y acariciar el retrato de Yftah, que forma parte de la instalación junto a las otras víctimas mortales. Mientras, varios artistas acaban de dejar todo listo para los visitantes, basura incluida.
Rehenes confundidos con “terroristas”
Uno de los mayores bochornos de la guerra fue protagonizado por el grupo de militares israelíes que mató por error en Gaza a tres rehenes de su misma nacionalidad en diciembre de 2023. Alon Shamriz, de 26 años; Yotam Haim, de 28, y Samer Talalka, de 22, trataban de llegar a pie hasta esos soldados izando una bandera blanca, pero fueron considerados una amenaza enemiga. Al grito de “¡terroristas!”, les dispararon. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, tuvo que escuchar pocos días después lo que pensaba el hermano de uno de ellos durante una llamada de teléfono: “Le dije que no iba a tener descanso, que lo iba a perseguir mientras dormía y que cuando se durmiera vería la foto de mi hermano”, explicó en una entrevista en televisión Jonathan Shamriz, hermano de Alon.
Pasados estos meses, Shamriz trata de ver lo ocurrido con otra perspectiva. “Es muy duro juzgar” a esas tropas bajo la “situación tan difícil” en la que se encontraban “en uno de los sitios más peligrosos del mundo”, reflexiona. Pero, a la vez, reconoce que hay cuestiones pendientes de resolver por parte del Estado. “Tenemos que saber qué pasó para evitar otro 7 de octubre y, entonces, si se encuentra que hay culpables, hay que pagar el precio. Este es un país democrático”, añade mientras supervisa el montaje del enorme escenario en Tel Aviv para un concierto que iba a ser el acto más multitudinario de todos los que tendrán lugar en el aniversario y que el propio Shamriz impulsa. El clima de seguridad ha llevado a prohibir la asistencia de los más de 40.000 espectadores previstos, que podrán verlo retransmitido. Tendrá lugar solo con una audiencia reducida, básicamente familiares de víctimas.
Jonathan Shamriz sobrevivió a la cacería y matanza desatada por Hamás en el kibutz Kfar Aza, donde vivían también dos de sus hermanos y donde fue capturado Alon. Tras 22 horas de infierno, el chico fue rescatado por miembros del ejército en su casa junto a su mujer, entonces embarazada, y su hija. Describe escenas dantescas con vecinos acribillados, una comunidad en shock y Alon desaparecido. “Todos los que nos salvamos fue por suerte”, asegura. Aunque su hermano esté ya muerto, pese a la intensa gira por medio mundo que llevó a cabo para tratar de que fuera liberado junto al resto de cautivos, insiste en que Israel tiene por delante en estos momentos “una prioridad”: devolver al centenar de rehenes que quedan en la Franja. En cuanto a él, su objetivo ahora es “construir una sociedad mejor, con valores mejores”.
“Baila y recuerda, nunca olvides”
“Bailaremos de nuevo y la tierra temblará”. Pocos días después de la matanza, Jossi Alter, de 38 años, escribió un texto, a medio camino entre poema y letra de canción, dedicada a la decena de colegas muertos, cuyos espíritus danzando desde el cielo responden haciendo ver que participan también de la fiesta.
Desde ese 7 de octubre, este cámara freelance de televisión y dj, nacido en Moscú y llegado a Israel con cinco años, no ve las noticias. “En mi televisión solo pongo reportajes de National Geographic con el volumen apagado y música psicodélica de fondo”, cuenta. Es la terapia adoptada para seguir trabajando, pues la mayoría de sus coberturas periodísticas siguen, un año después, relacionadas con la guerra. Reconoce también que el haber podido regresar al desierto del sur de Israel a pinchar música le está ayudando. “Baila, recuerda, nunca olvides”, se lee en la pulsera que luce.
Aquella mañana del infausto sábado, las baterías de su cámara estaban descargadas y él, de descanso. Pronto, los grupos de WhatsApp de los que forma parte empezaron a vomitar mensajes de alerta por el ataque desde el lugar del festival Nova. Los miembros mandaban la localización e imploraban ser rescatados. Esa información tan valiosa le sirvió a Alter y a otros para ayudar a los agentes que se iban desplegando sobre el terreno.
Todo, antes de empezar a recorrer los escenarios del horror de la masacre de Hamás recordando que, siendo un niño, ante los atentados del 11 de septiembre de 2001 en la tele, prometió a su madre que algún día él sería quien grabara escenas de ese tipo. “Estamos en guerra”, le decía por mensaje un compañero que ahora es portavoz policial. Poco después le dijo a Alter que esa improvisada cadena de ayuda salvó seguramente a un centenar de personas. “Mientras [Benjamín] Netanyahu siga de primer ministro, la guerra no va a acabar ni los rehenes van a regresar”, pronostica.
“Si me tengo que entrevistar con el diablo, me entrevisto”
“Yair y Eitan no están”. Avanzado el domingo 8 de octubre, Itzik Horn sabe que su vida ha dado un vuelco. Ha visto vídeos de la masacre y sabe que hay secuestrados. Transcurrido el primer impacto del ataque y mientras se recuentan muertos y desaparecidos, le confirman que sus dos hijos, de 45 y 37 años, no aparecen en el kibutz Nir Oz. Allí vivía Yair, que recibió ese fin de semana la visita de su hermano Eitam. Hoy, todavía forman parte del centenar de cautivos que sigue en Gaza.
Horn afronta desde hace un año la cruzada por su liberación. “Si me tengo que entrevistar con el diablo para soltar a los rehenes, me entrevisto. No me entrevisté con el diablo, pero estuve en una reunión con Netanyahu, que fue lo mismo que nada”, detalla con sorna para reflejar el clima de pesimismo que reina entre la inmensa mayoría de las familias de los secuestrados con respecto al papel del primer ministro. “Aquí hay culpables y responsables” y “el único que no ha asumido ninguna responsabilidad es Netanyahu”, recalca. “Si su decisión es sacrificar a los rehenes, que salga al pueblo y diga que no le importan los rehenes, pero es un cobarde y no lo va a decir”.
“Para un argentino, que le digan que su familia está desaparecida es otro puñal en la espalda. Nos retrotrae a la época de la dictadura militar en Argentina. De 30.000 desaparecidos casi nadie volvió con vida”, lamenta en medio de decenas de miles de personas durante una manifestación en Tel Aviv, justo un rato después del lanzamiento de dos misiles desde Gaza hacia su ciudad, Ashkelon.
Pese a los achaques que golpean su salud, Horn lo ha intentado todo dentro y fuera de Israel. “Si después de más de 60 años dedicado a la educación no sé contar una historia, todo lo que hice no sirve para nada…”, reflexiona sobre la utilidad de dar testimonio a todo el que se lo pide.
“Nuestro objetivo es dejar de existir”
Daniel Shek, exembajador de Israel en París de 69 años, siguió desde su casa en Tel Aviv los acontecimientos del 7 de octubre entre la frustración y la sorpresa. “Nadie entendía en un primer momento cuál era el alcance” del ataque, pero “todos entendimos que no se trata de un estallido habitual de violencia entre Hamás e Israel”, rememora.
A pesar de no tener ninguna relación directa con los asesinados o los rehenes, decidió desde el día 10 ponerse al frente del aparato internacional y diplomático del recién nacido foro de familias de los entonces 251 secuestrados. Se trata de una descomunal maquinaria sin fondos directos del Gobierno, sustentada por donaciones e integrada por miles de personas en 100 países, de los que en torno al 90% son voluntarios. Hay expertos legales, médicos, especialistas en salud mental, trabajadores sociales, comunicadores, captadores de fondos, operadores de redes sociales y diplomáticos como Shek, que aclara, en todo caso, que nunca ha formado parte de las negociaciones, como nadie del foro. “Esas personas no deberían estar allí”, en Gaza, comenta. “Y cualquiera que apoye el futuro palestino, como yo personalmente, debería entender que Hamás no es su amigo. Hamás no trabaja por la causa palestina”, agrega el diplomático.
“No había una sola persona, se lo prometo, que pensara que esto llevaría más de unas pocas semanas”, explica en la sede central de varias plantas en un edificio de Tel Aviv, desde donde impulsan por todo el mundo cualquier acción que ayude al regreso de los secuestrados. Lo que empezó siendo un sprint pasó a ser una maratón cuya meta avanza cada día más, describe el diplomático israelí junto a decenas de fotos de los cautivos, algunos de ellos ya de vuelta en un saco mortuorio.
Pero, añade, han de continuar sin perder el aliento. Y eso que saben que en torno a la mitad de los 101 que quedan en Gaza podrían estar ya muertos, según los cálculos de las autoridades. “No importa. Todos son rehenes”, zanja, sin ocultar su convencimiento de que Netanyahu “está jugando con un asunto que es esencial para la sociedad israelí”. El foro de las familias, mientras, seguirá con su labor hasta el regreso, vivo o muerto, del último porque su objetivo “es dejar de existir”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.