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Israel emprende una huida hacia adelante ante la impotencia de EE UU

El Gobierno de Netanyahu aspira a eliminar a Hamás y Hezbolá y abrir la puerta a un nuevo orden en Oriente Próximo, improbable sin una solución justa para los palestinos

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante su intervención en la 79ª Asamblea General de la ONU en Nueva York el pasado 22 de septiembre.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante su intervención en la 79ª Asamblea General de la ONU en Nueva York el pasado 22 de septiembre.BRENDAN MCDERMID (REUTERS)

El ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Noël Barrot, aseguró en Beirut la semana pasada que la propuesta francoestadounidense de alto el fuego de 21 días entre Israel y el partido-milicia chií libanés Hezbolá seguía “sobre la mesa”. Era el 26 de septiembre, la víspera de que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, subiera desafiante al estrado de la Asamblea General de la ONU en Nueva York y se desmarcara de ese plan patrocinado por Estados Unidos. Mientras decenas de diplomáticos abandonaban la sala, Netanyahu arremetió luego contra la ONU y el Tribunal Penal Internacional, cuyo fiscal ha pedido una orden de detención contra él por crímenes contra la humanidad. Ese mismo 27 de septiembre, un avión israelí asesinó en Beirut al líder de Hezbolá, Hasan Nasralá. Tres días después, empezó la invasión terrestre de Líbano. “No damos permiso a Israel. Damos recomendaciones a Israel”, ha resumido esta semana su papel en esta crisis el presidente de EE UU, Joe Biden.

Esas recomendaciones han caído en saco roto. Un año después de que la milicia palestina Hamás atacara Israel el 7 de octubre, en una masacre que dejó en torno a 1.200 muertos, y tras más de 41.000 muertos en Gaza provocados por bombardeos y ataques israelíes, el Gobierno de Netanyahu ha desoído una y otra vez las advertencias de Washington. Israel cree que ya ha debilitado lo suficiente a Hamás. Ahora su objetivo es Hezbolá e Irán, que el pasado martes atacó territorio israelí con unos 180 misiles. Pero ni el temor de Washington a verse arrastrado a una guerra en Oriente Próximo, ni su deteriorada imagen en la opinión pública de una gran parte del mundo frenan a Israel. “Está dispuesto, como declaró al comienzo de la guerra, a cambiar las reglas del juego y no volver a una situación en la que tengan que vivir bajo la amenaza de Hamás y Hezbolá”, opina Steven Cook, del think tank Consejo de Relaciones Exteriores (CFR en sus siglas en inglés).

Israel no está reparando en medios con ese fin que Mike Herzog, su embajador en EE UU, describió como “un nuevo diseño” de Oriente Próximo, una pax israeliana sin Hamás ni Hezbolá y, sobre todo, sin Estado viable ni solución justa para los palestinos. Ese propósito se antoja una quimera, ahora más que nunca, a causa del inevitable legado de dolor y odio que dejará la destrucción de Gaza, el elevadísimo número de víctimas en la Franja y las que se están sumando en Líbano.

“Nada puede persuadir más a sus vecinos árabes de que Israel no puede vivir en paz con ellos que el rumbo que ha tomado Netanyahu”, escribía esta semana David Hearst, director de la publicación especializada Middle East Eye. Incluso Arabia Saudí, que se disponía antes de la guerra a dar carpetazo a la cuestión palestina y establecer relaciones con Israel, tuvo que dar marcha atrás. Riad sabe bien que, como en todos los países árabes, su población siente la causa palestina como propia.

Israel dilapidó muy pronto la inicial oleada de solidaridad suscitada por los ataques del 7 de octubre. La violencia atroz de su respuesta en forma de guerra en Gaza hizo mutar a ojos de muchos su rostro de víctima al de verdugo. De los 41.000 palestinos muertos en la Franja, casi la mitad eran niños, mujeres y ancianos. Con esa sombra de sus posibles crímenes de guerra, a Israel se le han multiplicado en este año los contenciosos.

La Fiscalía del Tribunal Penal Internacional ha pedido una orden de detención contra Netanyahu y su ministro de Defensa, Yoav Gallant, —también contra la cúpula de Hamás— por crímenes contra la humanidad. La causa por genocidio en Gaza iniciada por Sudáfrica en el Tribunal Internacional de Justicia sigue activa y a ella se han sumado varios países, entre ellos España, que reconoció en mayo al Estado palestino, junto con Irlanda y Noruega.

El Ejecutivo de Netanyahu abrió el martes un nuevo frente diplomático al declarar persona non grata al secretario general de la ONU, António Guterres, so pretexto de que este no había condenado “taxativamente” el ataque iraní. Mitchell Barak, antiguo asesor de varios políticos israelíes, ofreció a principios de semana un ejemplo del clima imperante en una parte de la sociedad israelí al afirmar que su país “castigaría y mataría” a cualquiera que intentara “hacerles daño”.

Nick Paton Walsh, analista de la CNN, apuntaba esta semana que el Gobierno israelí ha emprendido un “camino que no está claro”, una huida hacia adelante de final incierto. Para sus críticos, Israel está sumido en una deriva bélica por la que arremete incluso contra quien formule un mero llamamiento a la paz, como hizo Guterres. Un comunicado de la campaña propalestina Boicot, desinversión y sanciones (BDS) lo resumía al recordar la llamada “diplomacia del perro loco”, una estrategia que alude a una frase del general israelí Moshe Dayan: “Israel debe comportarse como un perro loco; demasiado peligroso como para que nadie le moleste”.

Un “nuevo Oriente Próximo”

Desde el comienzo de la guerra, Biden declaró su apoyo inquebrantable a Israel —ha llegado a definirse como “sionista”— y ha tratado de conciliar la ayuda militar que le da a su aliado con los llamamientos de su Administración a evitar una extensión del conflicto que pudiera arrastrarlo a una guerra. En la memoria de Washington está la nefasta invasión de Irak, tras la que EE UU se comprometió a no desplegar más tropas en Oriente Próximo, una idea que la catastrófica retirada de Afganistán no hizo sino reforzar en la Administración Biden.

En este más que difícil equilibrio, la pieza clave era el cierre de ese malogrado acuerdo de alto el fuego temporal entre Israel y Hezbolá, algo que Washington necesitaba en un año electoral en el que los candidatos republicano y demócrata están empatados en las encuestas. Pero la resistencia de Biden en estos 12 meses a presionar con la retirada de la ayuda militar a Israel —el 26 de septiembre se anunció un nuevo paquete de casi 8.000 millones de euros—, la poca claridad de Hamás y el escaso o nulo interés de Netanyahu en un acuerdo que no le diera la victoria en sus términos hizo que, salvo la tregua de noviembre, nunca se haya conseguido esa meta.

No parece una casualidad que la nueva invasión de Líbano haya llegado a menos de un mes para las elecciones en EE UU. “Estamos en un interregno”, que comenzó cuando Biden renunció a ser reelegido, consideraba Eliot Abrams, también del CFR, en una charla telemática con periodistas esta semana. “Con un pato cojo —el término con el que los estadounidenses describen a los presidentes que no van a continuar mandato y, por tanto, han perdido capacidad de influencia— como interlocutor, es menos probable que los israelíes vayan a aceptar sus recomendaciones”.“No parece que se hayan desplegado unos esfuerzos hercúleos para frenar a los israelíes en su respuesta [al ataque iraní del martes]”, considera, por su parte, Cook, el otro experto del Consejo de Relaciones Exteriores.

Desde la Casa Blanca han trascendido “comentarios sobre la oportunidad para dar una nueva forma a Oriente Próximo. Son paralelos a los de los israelíes sobre cómo, al final, Israel tendrá que ir la guerra contra Irán”, explica Randa Slim, directora de Resolución de Conflictos en el think tank Middle East Institute en Washington. Ahora mismo, Israel puede ver “una oportunidad para ir a esa guerra, dado el momento político en EE UU”, considera Slim. “Es como si no hubiésemos aprendido las lecciones de aquella locura de experimento en 2003 en Irak: tratar de dar una nueva forma al orden en Oriente Próximo”

Rouzbeh Parsi, responsable de Oriente Próximo y Norte de África del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, coincide: “Israel ha invadido Líbano varias veces en los últimos 50 años sin mucho éxito y cada vez que lo ha hecho ha engendrado una nueva forma de resistencia”. Parsi cree que si “Hezbolá [aliado de Irán] es destruido de forma significativa y Occidente apoya a Israel en su guerra, los partidarios de la línea dura en Irán tendrán buenas razones para afirmar que la única disuasión que les queda es convertirse en un Estado con armas nucleares”. Ese es precisamente el peor escenario para Israel, que ve en él una amenaza a su existencia.

Ese nuevo Oriente Próximo, la pax israeliana sin justicia para los palestinos, es una “ficción delirante” que algunos republicanos y demócratas “compran”, deplora Parsi. Las “reprimendas” de Washington a Israel son “retóricas”, afirma el experto, porque EE UU no ejerce “ninguna de las palancas de poder que tiene a su disposición. O políticamente no están dispuestos a hacerlo, o aprueban tácitamente mucho de lo que hace Israel”. Este viernes, el líder supremo de Irán, Ali Jameneí, llamó a los países musulmanes del mundo a unirse frente a su “enemigo común”: Israel.

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