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António Guterres, un ‘casco azul’ que irrita a Israel

El secretario general de la ONU, que llegó a la política portuguesa desde el activismo católico, se ha convertido en una voz contundente contra las agresiones internacionales y la emergencia climática

António Guterres
António Guterres, durante una sesión plenaria en la ciudad británica de Milton Keynes, el pasado jueves.CHRIS J. RATCLIFFE / POOL (EFE)
Tereixa Constenla

António Guterres (Lisboa, 74 años) es un hombre de causas, como bien sabe Bill Clinton. En pleno conflicto en Timor Oriental, ocupado por Indonesia, uno de esos aliados a los que EE UU permitía caprichos nada democráticos, el entonces primer ministro de Portugal telefoneó al presidente estadounidense para decirle dos cosas fuertes con voz suave. Que Clinton no estaba eligiendo entre Indonesia y Timor, sino entre Indonesia y Portugal, fundador de la OTAN. Y que si EE UU no apoyaba el envío de una fuerza internacional a Timor, Portugal retiraría a sus soldados de Kosovo. Se salió con la suya y Bill Clinton acabaría acudiendo a la ceremonia de la independencia del pequeño país asiático en 2002.

De alguna manera, este episodio, que se relata en la biografía O Mundo Não Tem de Ser Assim (El mundo no tiene que ser así), publicada en Portugal en 2021 y escrita por Pedro Latoeiro y Filipe Domingues, puede considerarse la primera misión en que Guterres trabajó para la ONU aunque faltasen todavía tres lustros para que fuese elegido secretario general en 2017. Ahora, tras seis años en el cargo, es probable que el político portugués comparta la visión del laborista noruego Trygve Halvdan Lie, nombrado primer secretario general de la organización en 1946. “El trabajo más difícil del mundo”, dijo el nórdico cuando le traspasó la abultada carpeta de problemas territoriales a su sucesor.

Israel todavía no era un Estado cuando el noruego estrenó la ONU, pero ya era una causa que el mundo necesitaba reparar tras descubrir la exterminación industrial que habían sufrido los judíos a manos del aparato nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Han pasado 75 años desde la declaración de independencia de Israel y la carpeta de resoluciones internacionales sobre aquella zona de Oriente Próximo ha engordado con guerras, intifadas, ataques terroristas, colonias ilegales y muros. Desde hace décadas es la gran causa pendiente del mundo y el gran agujero negro de los líderes de la ONU.

Tras los ataques de octubre del grupo islamista Hamás que causaron 1.400 muertos y el secuestro de más de 240 personas en Israel, António Guterres intervino en el Consejo de Seguridad. Condenó lo ocurrido y recordó la historia. Lo que dijo fue esto: “Los ataques de Hamás no han salido de la nada. Los palestinos viven una ocupación sofocante desde hace 56 años, su tierra ha sido devorada poco a poco por asentamientos, y sus esperanzas de una solución política se han desvanecido, pero sus reivindicaciones no pueden justificar los ataques de Hamás ni el castigo colectivo a la población palestina”. Sus palabras soliviantaron tanto a Israel que exigieron su dimisión y anunciaron que denegarían visados al personal de la organización como represalia. Guterres sigue reclamando en tuits un alto el fuego y condenando tanto el “terror” de Hamás como los ataques israelíes contra los civiles aprisionados en Gaza.

Decir cosas fuertes con voz suave

Decir cosas fuertes con voz suave se está convirtiendo en una especialidad del portugués, que cada año se aleja más de la figura del secretario general paralizado por la política que se cocina entre bastidores. Su papel fue crucial para alcanzar un acuerdo con Rusia, Ucrania y Turquía para permitir la exportación de cereales a pesar de la guerra. Sus intervenciones sobre los riesgos climáticos le acercan más a la oratoria apocalíptica de los activistas que a la contención diplomática de la ONU. “La humanidad ha abierto las puertas al infierno”, alertó el pasado septiembre. Tampoco evita los ataques directos al mentón de grandes corporaciones a las que acusa de usar dinero e influencia para “retrasar, distraer y engañar” en la transición hacia la descarbonización.

“Es una de las pocas voces morales que se escucha en el mundo junto a la de Francisco. Dice lo que muchos ciudadanos piensan”, sostiene Pilar del Río, periodista y presidenta de la Fundación José Saramago. Guterres, entonces primer ministro, acudió al aeropuerto de Lisboa a recibir en 1998 al escritor tras anunciarse su Nobel de Literatura, el primero de las letras en portugués. Del Río cree que encaja en la reflexión que una vez realizó Saramago sobre sí mismo: “Cuando más viejo, más sabio; cuanto más sabio, más radical”. “Yo se la aplicaría en el sentido de que es más libre. Conoce la miseria y el dolor de los refugiados, si no eres un cínico no te puedes quedar igual después de pasar por eso”, recuerda en alusión a la década de Guterres como Alto Comisario de Naciones Unidas para los Refugiados (2005-2015).

Timor y Palestina no son la misma causa, pero atraviesan la epidermis emotiva portuguesa de una forma parecida. Tras las palabras de António Guterres, la exdirectora del diario Público, Bárbara Reis, observa “una larga tradición de la política portuguesa de “todo por Palestina, nada contra Israel”. “En estos 50 años [de democracia] hubo 29 gobiernos, más a la izquierda, más al centro y más a la derecha, apoyados por comunistas, bloquistas o centristas, pero la posición de Portugal se mantuvo inalterada. En esencia es esta: defender y considerar como legítimos los derechos del pueblo palestino a tener un Estado, condenar la ocupación de Israel de los territorios árabes y defender la existencia del Estado de Israel”, escribió en un artículo.

No solo la tradición política de su país explica a António Guterres. Es un hombre de causas desde joven. Aunque no se metió en política hasta que cayó la dictadura en 1974, participó como estudiante en grupos católicos con inquietudes sociales y se implicó en campañas de voluntariado en barrios chabolistas. La primera causa conocida que le movilizó fueron las inundaciones que destruyeron 20.000 viviendas y provocaron cerca de 700 muertes en 1967 en la región de Lisboa, que el régimen de Salazar trató de ocultar. En su etapa de primer ministro su causa-bandera fue la educación y la moralización de la vida pública. “No jobs for the boys (“No hay cargos para los nuestros”)”, recuerdan sus biógrafos que dijo a los militantes socialistas que aspiraban a ocupar cargos.

Era el alumno más brillante de Ingeniería Electrotécnica cuando fundó con el alumno más brillante de Derecho, Marcelo Rebelo de Sousa, el Grupo de la Luz, que concentraba a cristianos encandilados con la ruptura del Concilio Vaticano II. Hacían eucaristías domésticas, querían cambiar la sociedad y la política desde dentro del régimen. El 25 de abril de 1974 será Marcelo, hijo de un ministro del Gobierno de la dictadura, quien avisa a su amigo del golpe de Estado de los capitanes. Se citaron para almorzar a los pocos días. Marcelo acude a ese encuentro con la intención de convencerlo para ingresar en el partido de centroderecha de Francisco Sá Carneiro. António Guterres le informa de que piensa afiliarse al Partido Socialista, creado en el exilio en 1973 por Mário Soares y un centenar de militantes.

Ambos amigos llegarían lejos. Uno en el Partido Social Demócrata (PSD, centroderecha) y otro en el PS. Cuando António Guterres fue primer ministro de Portugal entre 1995 y 2002, Marcelo Rebelo de Sousa era su principal adversario como líder de la oposición. En aquella etapa surgieron desencuentros, pero también recurrieron a su vieja amistad para hacer causa común contra el aborto y dinamitar la ley aprobada por la Asamblea de la República. El primer ministro convocó un referendo en 1998 donde los noes se impusieron a los síes (51% frente a 49%).

“El mejor de todos nosotros”

De aquel rechazo al aborto, condicionado por su catolicismo, ha evolucionado hacia posiciones más tolerantes. Al frente de la ONU ha defendido los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres frente a los retrocesos vividos en países como EE UU bajo el mandato de Donald Trump. Los viejos amigos volvieron a reencontrarse el pasado mayo, cuando António Guterres recibió el Premio Europeo Carlos V en Yuste (Cáceres), y Marcelo Rebelo de Sousa acudió a homenajearlo como presidente de la República de Portugal: “Era el mejor de todos nosotros”.

Al mismo tiempo que Guterres se afiliaba al PS en Lisboa, lo hacía también João Soares, exalcalde de Lisboa e hijo de los fundadores del partido, Mário Soares y Maria Barroso. João Soares hizo campaña por Guterres cuando le disputó el liderazgo del partido a Jorge Sampaio, que entonces presidía la Cámara Municipal de Lisboa con Soares de número dos. “Me reuní con Sampaio y le expliqué por qué apoyaría a Guterres. Tenía fantásticas cualidades, conocía todo el país y se llevaba bien con todo el mundo. Es un socialdemócrata clásico, culto, inteligente, con una oratoria brillante y decente. Nunca se metió en negocios como ocurrió con otros”, describe por teléfono.

João Soares rechazó la oferta para integrarse en el equipo de António Guterres cuando ganó las elecciones en 1995. Decir no es un ejercicio que también cultiva el propio Guterres, que rehusó integrarse en el Gobierno de Mário Soares en 1976 y presidir la Comisión Europea tiempo después. A pesar de la admiración que siente por él, João Soares considera que sus palabras sobre Israel fueron erróneas. “Tras los ataques de Hamás no puede haber peros”, afirma antes de recordar que fue el secretario general de la ONU quien le recomendó que visitase Masada, el conjunto arqueológico donde los judíos decidieron someterse a un suicidio colectivo antes de rendirse a las tropas de Roma.

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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