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Modi pierde su aura de político imbatible en la India al quedar por primera vez en minoría parlamentaria

El desempleo juvenil, la desigualdad y el discurso religioso divisivo explican el varapalo electoral del primer ministro indio, que tendrá que pactar con otros partidos para gobernar

Modi Elecciones India
El líder del Bharatiya Janata Party (BJP) y primer ministro indio, Narendra Modi, llega a la sede de su formación para pronunciar un discurso de victoria, en Nueva Delhi, el 04 de junio.HARISH TYAGI (EFE)
Guillermo Abril

Cuando el primer ministro indio, Narendra Modi, se subió el martes por la noche al escenario para proclamarse vencedor en las mayores elecciones del planeta, y anunciar la formación de su tercer Gobierno consecutivo, no hubo en su discurso ni una palabra de autocrítica. Por el camino, sin embargo, se había dejado en las urnas su aura de dirigente fuerte, magnético e imbatible. La sacudida ha sido considerable, un mensaje directo de la ciudadanía a quien siempre, desde sus tiempos de ministro principal de Gujarat (2001-2014), ha gobernado sin necesidad de pactos.

Por primera vez en su carrera política, Modi, de 73 años, tendrá que dirigir un Gobierno con su partido en minoría en la Lok Sabha (la Cámara baja, que será la encargada de investirle); el apoyo de sus socios de coalición, que han asegurado este miércoles que estarán a su lado, será necesario, y podrían hacerle tambalear en cualquier momento; tendrá, además, a una oposición crecida y en fase de recuperación pisándole los talones y haciendo marcaje al hombre. “La victoria de hoy es la victoria de la mayor democracia del mundo”, aseguró Modi en el discurso. Quizá en esas palabras estuviera implícita la autocrítica.

El Gobierno “Modi 3.0″, como lo ha bautizado en campaña, será, por un lado, histórico, porque lo convertirá, cuando preste juramento —este sábado, según avanza la prensa india— en el primer líder que se coloca por tercera vez consecutiva al frente del país desde los tiempos de Jawaharlal Nehru, primer jefe de Gobierno tras la independencia. Por otro lado, el mandato se prevé muy distinto al de la última década, caracterizada por la creciente polarización del país y el laminado de la oposición, la sociedad civil, y los medios de comunicación, hostigados de forma creciente, además del uso partidista de los organismos del Estado, según denuncian organizaciones internacionales.

En los próximos cinco años de este nuevo Modi con las alas recortadas, un político veterano que ha saboreado por primera vez el regusto de la mortalidad en las urnas, tendrá que hacer frente al pulso que le echarán los sectores que han sido silenciados; y eso incluye las voces críticas dentro de su propio partido, y las previsibles turbulencias con sus socios de Gobierno.

El varapalo para Modi es el reflejo de numerosas dinámicas que la prensa india y los analistas y académicos tratan de desentrañar en esta jornada de resaca inesperada. Estas van desde el esfuerzo de unión de toda la oposición con una coalición de más de 20 partidos, y su estrategia electoral, a un voto de castigo por el elevado desempleo, la rampante desigualdad, la falta de perspectivas de la juventud, y el uso de un discurso religioso divisivo.

Su partido, el gobernante Bharatiya Janata Party (BJP, Partido Popular Indio), ha sido el más votado (36,5% de las papeletas) y el que más escaños (240) ocupará en la Cámara, pero se ha dejado más de 60 asientos por el camino, y queda lejos de sumar la mitad más uno de los 543 sitios en juego. Su tasa de victoria por cada escaño al que ha presentado un candidato —uno de los indicadores que destaca el diario Hindustan Times— ha sufrido una debacle, pasando de casi el 70% en 2019 al 54% en 2024.

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Junto a sus socios de Gobierno de la Alianza Democrática Nacional, cuyo historial voluble no augura una lealtad absoluta al Ejecutivo, los sondeos a pie de urna le atribuían hasta cerca de 400 escaños. Este era el objetivo que también se había fijado Modi. La realidad ha sido mucho más tozuda.

“Será primer ministro, pero de una coalición con partidos con capacidad de veto”, dice Sushant Singh, profesor en Yale e investigador del Center for Policy Research, un instituto con sede en Delhi. Será un líder político “flojo y disminuido”, añade. Con su autoridad reducida de forma drástica, augura un quinquenio con “más preguntas, más tensiones, más presiones y un pulso mayor” por parte de todos los actores: su partido, sus socios de coalición, la oposición de la alianza India, que capitanea el Partido del Congreso, y las propias instituciones del país.

Singh ve dos factores principales para el castigo en las urnas. Por un lado, están las políticas económicas por las que ha optado Modi, de las que se han aprovechado principalmente los grandes magnates, pero sin que los beneficios hayan calado en las clases más desfavorecidas, asoladas por el desempleo (entre los jóvenes supera el 45%, según el Centre for Monitoring Indian Economy, un instituto de pensamiento) y el alza de los precios (el arroz, un producto básico, ha subido por encima del 14% en el último año, según datos oficiales). “India es un país tan desigual como Sudáfrica”, subraya este analista.

El otro factor, muy vinculado, tiene que ver con una de las estrategias electorales que ha explotado la oposición. La cabeza visible del Partido del Congreso, Rahul Gandhi, se ha pasado la campaña acompañado de un libro de la Constitución india que mostraba en cada mitin. Ha acusado a Modi de querer alterar, entre otras cosas, las reservas constitucionales establecidas para discriminar de forma positiva a las capas sociales más desfavorecidas. Estas dos cuestiones —la economía, la Constitución— combinadas se encuentran detrás del fin de una era, según Singh, que identifica buena parte del voto fugitivo de Modi con la gente pobre, agrícola y rural, muchos procedentes de las minorías religiosas, en especial la musulmana, y de las castas más bajas.

Es muy probable que en la caída no hayan ayudado ni el pasado de Modi ni el lenguaje duro que ha empleado en la campaña. Muchos en la India siguen teniendo en mente los disturbios de Gujarat de 2002: cuando era ministro principal de este Estado, un brote de violencia entre musulmanes e hindúes se saldó con la muerte de más de un millar de personas, la mayoría de fe islámica; las críticas por su inacción le persiguen desde entonces (en 2023, un documental de la BBC sobre el asunto fue prohibido en la India).

Su visión de una nación hinduista, en línea con los postulados de la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización extremista vinculada al BJP, también han chocado con la idea secular del país, consagrada en la Constitución. En esta campaña, el propio Modi ha llegado a afirmar que su existencia tiene un sentido divino: “Estoy convencido de que Dios me ha enviado con un propósito, y cuando ese propósito haya terminado, mi trabajo habrá concluido”. También ha intensificado su lenguaje divisivo contra los musulmanes: los llamó “infiltrados”; aseguró que el partido del Congreso trataría de confiscar el oro y las joyas de las mujeres hindúes; y que la oposición distribuiría la riqueza del país entre los musulmanes. Varios votantes, entrevistados a lo largo de la última semana, han expresado su rechazo a unos “discursos sesgados” hacia una determinada comunidad religiosa.

El gran varapalo del partido de Modi ha tenido lugar en los tres Estados más poblados de la India, Uttar Pradesh, Maharashtra y Bengala Occidental: en ellos, el BJP solo ha ganado 57 asientos de los 170 en disputa, casi la mitad que en 2019; la coalición opositora, en cambio, ha más que duplicado los suyos, pasando de los 42 a los 100. En Uttar Pradesh, un vasto territorio rural y eminentemente agrícola, con más de 240 millones de personas, el partido más votado ha sido el Samajwadi Party (Partido Socialista), una de las formaciones fuertes de la alianza opositora. Su líder se ha enfocado en expandir la base electoral entre las castas más bajas y las minorías religiosas, y ha centrado la campaña en el desempleo juvenil y los cambios constitucionales.

En Uttar Pradesh se ubica el que quizá sea uno de los símbolos de la derrota de Modi: el templo de Ram. Este santuario hindú, levantado en la ciudad de Ayodhya, sobre una antigua mezquita demolida por integristas religiosos en los noventa, fue inaugurado por el primer ministro en enero. El acto funcionó casi como la apertura de la campaña electoral, y elevó el estatus del líder entre sus seguidores más fervorosos. Para otros fue un paso más en el camino de la división. El martes se confirmó que el candidato del BJP perdió su escaño en esta circunscripción frente al aspirante socialista de la coalición opositora: Awadhesh Prasad, un político salido del escalafón más bajo de las castas.

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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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