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Matrícula de honor para la tesis de un mafioso italiano que confiesa tres asesinatos desconocidos: “Lo que sigue es mi historia criminal”

La justicia investiga el trabajo de Sociología que Catello Romano escribió en prisión sobre el tema de “la fascinación por el crimen”

Catello Romano
Catello Romano, escoltado por policías, en octubre de 2009 en Nápoles, en una imagen sacada de su tesis.

“Me llamo Catello Romano. Tengo 33 años y llevo casi la mitad de mi vida en la cárcel, 14 años ininterrumpidos. He cometido crímenes horrendos y he sido condenado por varios asesinatos de la Camorra. Lo que sigue es mi historia criminal”. Es el inaudito arranque de la tesis universitaria con la que un sicario de la mafia napolitana se ha licenciado en Sociología desde prisión con matrícula de honor y, además, ha confesado tres asesinatos por los que nunca había rendido cuentas ante la justicia. El documento ya está en manos de la Fiscalía, que lo está escudriñando para reabrir los casos y ha trasladado al detenido a una prisión de máxima seguridad de Padua.

“Es mi objetivo también contribuir a la comprensión del fenómeno delictivo y, por tanto, a su posible prevención. Tengo la convicción de que las palabras son importantes y este texto autoetnográfico pretende cambiar el mundo que nos rodea”, agrega Romano en su tesis, a la que ha tenido acceso EL PAÍS. El preso, que pasó seis años en el régimen penitenciario 41 bis —por el que se encarcela en condiciones de extremada dureza y aislamiento a los integrantes de las mafias— y que redactó su tesis recluido en la prisión calabresa de Catanzaro, centra su investigación, de 170 páginas, en la sociología de la supervivencia y reflexiona sobre “la fascinación por el crimen”.

La tesis se lee como una novela autobiográfica en la que se alternan episodios dramáticos que sucedieron realmente con heladoras descripciones del ambiente criminal y reflexiones y citas bibliográficas sobre la familia, la educación, los referentes en la infancia y la adolescencia, el divorcio, el abandono, las drogas, la violencia o la historia de las mafias.

“Desde mi infancia, he conocido de cerca la miseria y la influencia negativa que puede tener y he desarrollado cierta disposición a la reflexión y una capacidad, por desgracia no muy común, para no emitir juicios moralistas fáciles y precipitados sobre las personas”, previene el autor.

Catello Romano cumple condena, entre otros crímenes, por el homicidio del concejal del Partido Democrático de Castellammare di Stabia [un municipio al sur de Nápoles], Luigi Tommasino, asesinado a tiros en febrero de 2009 cuando iba en coche con su hijo y cuya culpa, a ojos de la Camorra, fue “entrometerse en demasiadas cosas que no le concernían”.

En su tesis, el recluso ofrece una detallada descripción de la idiosincrasia de la delincuencia juvenil y sus posibles y heterogéneas causas, y sostiene que el crimen ejerce una profunda fascinación sobre jóvenes y adolescentes pertenecientes a sectores marginados y estigmatizados. “Es su modo de intentar emanciparse y ganar más respeto y reconocimiento social. En este contexto, la violencia se convierte en un lenguaje y en una forma de reivindicación de respeto y reconocimiento social”, apunta Romano. Y alega que los clanes mafiosos sustituyen a la familia de origen y se convierten en “una institución total”.

Catello procede de una familia humilde sin ningún tipo de vínculo con el crimen organizado. De pequeño, de hecho, quería ser policía. El texto relata las heridas que le provocaron el divorcio de sus padres, la violencia de género que presenció, la relación conflictiva con su progenitor y cómo llenó ese “vacío” sustituyendo a su familia de origen por “una nueva familia en la que poder vivir profunda y totalmente” su “nueva identidad criminal”, con referentes pertenecientes al mundo del crimen. “Con ellos construí mi nueva identidad alternativa de chico duro, como una máscara con la que disimular mi incapacidad para aceptar mi fragilidad de adolescente y como forma de supervivencia en un mundo violento y extremo”, se lee en la tesis, que el tribunal calificó con matrícula de honor.

En el texto, Romano describe con detalle los pormenores de sus dos primeros asesinatos, consciente de que la justicia nunca lo había procesado por esos crímenes y de las consecuencias que esta confesión podría tener. “A través de este trabajo, al menos hasta cierto punto, estoy llevando a cabo una labor de verdad y reparación, no me atrevería a decir de justicia, hacia aquellos que se han visto directamente afectados por mis acciones descarriadas”, dice.

Los padres de Catello Romano, en julio de 1981, en una foto sacada de su tesis.
Los padres de Catello Romano, en julio de 1981, en una foto sacada de su tesis.

“Proceso dificilísimo”

El profesor de la Universidad de Catanzaro y sociólogo Charlie Barnao, que lleva cinco años enseñando en la cárcel Sociología de la supervivencia y que fue el asesor de tesis de Romano, explica a este diario que el estudiante “ha pasado por un proceso dificilísimo”. “Ha contado con todo detalle; circunstancias que tendrán consecuencias, estaba muy decidido a exponerlo en su tesis. Ha puesto en orden su vida de una vez por todas y ha organizado los episodios de su biografía para analizarlos con un método de investigación sociológica que también ha tenido una especie de función terapéutica”, señala el docente, que define a Catello Romano como “un estudiante brillante, que ha sacado muy buenas notas a lo largo de la carrera”.

Romano desgrana su trayectoria criminal en las páginas de la tesis. Relata la primera vez que empuñó una pistola, para proteger a un mafioso en libertad condicional de posibles represalias de los clanes rivales. O el “agujero en el alma” que le dejaron los dos primeros asesinatos, en 2008, el año en el que cumplió la mayoría de edad: los de Carmine D’Antuono —un rival con demasiado poder y su interlocutor en el momento del crimen— y Federico Donnarumma, acribillados a tiros con unos segundos de diferencia. Este último murió solo por haber estado hablando con D’Antuono. Romano lo describe como “culpable solo de encontrarse con la persona equivocada en el momento equivocado”. Y detalla las dos semanas de preparación para “el acontecimiento más violento, traumático e irreparable” de su vida.

Confiesa su “imprudencia”. “[Tenía un] loco deseo de ser alguien, de ser visto y de formar parte de algo, tontamente más grande e importante, demostrándome a mí mismo que soy digno de ello mediante la crueldad y frialdad de suprimir al prójimo”, apunta. Rememora incluso cómo se vistió para la ocasión: “Me gustaba vestir bien y apreciaba mi ropa, que había adquirido con tantos sacrificios en los últimos años haciendo trabajos más humildes, duros y honestos. Así que cuando cometí mi primer asesinato y tuve que tirar por precaución todo lo que llevaba puesto en el momento del tiroteo, para evitar que se detectaran restos de pólvora, sufrí mucho y me quejé durante mucho tiempo, obligando a quien me daba las órdenes a prometerme que al menos me compraría ropa, algo que nunca cumplió”, dice.

Catello Romano, que tras el asesinato del concejal Tommasino inició una fugaz colaboración con la justicia que interrumpió poco después con una espectacular y breve fuga, confiesa en las páginas de su tesis otro crimen hasta ahora desconocido para la justicia: el asesinato, también en 2008, de Nunzio Mascolo, perteneciente a un clan rival. “Aunque no puedo probarlo, estoy seguro de que no hizo nada malo para merecer la muerte”, escribe el asesino confeso. Y detalla: “En la infame lógica de la Camorra y de los bajos fondos en general funciona así, ni siquiera es necesario que la víctima haya hecho algo, he podido aprender sobre el terreno que en ese mundo uno puede morir por la envidia de alguien que, para mala suerte de la víctima, tiene cierta influencia para dictar una sentencia de muerte”. Aclara también que su función era apretar el gatillo y no hacer preguntas.

“Esperanza de reparar”

Romano cita en su trabajo a Aldo Moro, primer ministro de Italia que fue asesinado por terroristas de las Brigadas Rojas, y escribe que “cuando uno dice la verdad, no debe arrepentirse de haberla dicho”. Ensalza el poder liberador de la verdad, “siempre es esclarecedora”, dice, y “nos ayuda a ser valientes”. “He contado lo anterior con la esperanza de haber hecho algo reparador hacia aquellos a quienes he ofendido y hacia mí mismo”, insiste.

El profesor Barnao defiende la necesidad de garantizar el acceso al estudio de los reclusos y lamenta que este tipo de experiencias didácticas no abundan, sino que son “un espejismo” en las cárceles italianas. Considera que los reclusos, sobre todo los que se encuentran en recintos de máxima seguridad, son “grandes expertos en supervivencia en condiciones extremas”.

Barnao elogia también el método de investigación sociológico a través de la autoetnografía, que se utiliza para describir y analizar la experiencia personal con el fin de comprender el entorno cultural, social o político. Y señala que lo han utilizado varios detenidos para tratar de sacar alguna enseñanza de sus trayectorias criminales. Es el caso del capo de la mafia siciliana Salvatore Curatolo, condenado a cadena perpetua, también licenciado en Sociología, que hizo la tesis sobre sus estrategias de supervivencia en prisión; o el padrino de la Camorra Sergio Ferraro, condenado a 20 años de reclusión, que se licenció en prisión con una tesis sobre la socialización dentro de los clanes de la mafia.

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