La mafia se adueña de las curvas del Calcio
El asesinato del jefe de los ultras del Inter el sábado, que provocó el desalojo de parte del estadio a mitad de partido, es el tercer homicidio en cinco años que evidencia la infiltración del crimen organizado en el fútbol italiano
La noticia llegó casi al comienzo del partido y la Curva Norte se quedó muda. Algunos comenzaron a recoger las pancartas y los artilugios de animación. Hubo carreras arriba y abajo de la grada, gente nerviosa al teléfono. Y cuando el árbitro pitó el final de la media parte, un grupo de 10 o 12 ultras comenzaron a desalojar a empujones a miles de personas que ocupaban los asientos del fondo norte del Giuseppe Meazza, donde el Inter jugaba contra la Sampdoria. Vittorio Boiocchi, líder de los radicales interistas, un delincuente que había pasado 26 años en la cárcel, había sido asesinado por dos sicarios que le dispararon cinco veces una hora antes. El jefe había muerto, así que lo único que debía celebrarse era su luto, decretaron sus fieles. Ni siquiera se festejó el golazo que marcó Barella pocos minutos antes. La decena de ultras comenzó a desalojar la grada, obligando también a marcharse a familias con niños y aficionados que no tenían nada que ver con ese mundo y que habían pagado su entrada. Nadie en el club hizo nada para impedirlo. La policía, para evitar males mayores, tampoco bloqueó la salida.
La situación era grotesca. Hubo violencia, caras de asombro y gritos. Y los vigilantes del estadio, mirando. Pero muchos ataron cabos cuando comenzaron a ver en sus teléfonos la noticia de la muerte de Boiocchi, un delincuente con vínculos crecientes con la ‘Ndrangheta y la Cosa Nostra, cada vez más interesadas en los negocios de los ultras italianos: especialmente el de la droga. La policía trata ahora de reconstruir su asesinato para encontrar a quienes dispararon y a quienes lo ordenaron, pero está claro que se trata de un ajuste de cuentas. Es el tercer asesinato en los últimos cinco años, de hecho, que evidencia la infiltración del crimen organizado en las curvas de los estadios.
Bolocchi se suma a Fabrizio Piscitelli, fundador de los Irriducibili de la Lazio y conocido como Diabolik, asesinado por un sicario en pleno día en un parque de Roma en agosto de 2020. Piscitelli había crecido bajo el amparo de la Camorra y se abrió camino como narcotraficante con la ayuda de los clanes albaneses. Hasta que alguien, como probablemente en el caso de Bolocchi, dijo basta. No era el primero.
Raffaello Bucci, ultra de la Juventus, apareció muerto debajo del llamado puente de los suicidas de Turín el 7 de julio de 2017. Cuando lo encontraron, su coche, un Jeep Renegade blanco, seguía con las llaves puestas y el motor encendido sobre el viaducto de 43 metros de altura que conduce hasta Cuneo. Alguien lo vio acercarse a la barandilla antes de las 12, una escena relativamente frecuente en ese lugar. De hecho, en el mismo lugar murió en 2000 Edoardo Agnelli, hijo de uno de los históricos patrones de la Fiat y de la Juventus. Bucci, un ultra de la Vecchia Signora que pasó a trabajar en el club ―“colaborador”, alegó a este periódico la Juve― para convertirse en enlace entre la grada y los despachos, no tenía planes de ese tipo. Pero desde hacía meses se había convertido también en informador de los servicios secretos italianos, al que habían captado para aportar datos de la penetración de la delincuencia organizada en las gradas. Especialmente de la mafia calabresa, contra la que había testificado en un juicio reciente, en el grupo de los Drugos. “Estoy muerto”, repetía en los últimos meses, según las escuchas. El caso salpicó al presidente del club, Andrea Agnelli, que tuvo que declarar a petición de los capos mafiosos.
Bucci fue un daño colateral de un fenómeno creciente, en el que las curvas del calcio se han convertido en una estupenda sala de reuniones para el crimen organizado de cada ciudad. “El negocio para las mafias, principalmente para la `Ndrangheta, sigue siendo la droga. Y los estadios aportan el músculo para muchas de esas actividades, incluida la extorsión”, señala un magistrado antimafia. “Pero llega un momento en que los jefes de los ultras piensan que están a la altura y comienzan los problemas”.
Boiocchi, el capo de los Boys del Inter asesinado el sábado, pasó casi tres décadas en la cárcel cumpliendo pena por 10 condenas. Entró a finales de los años 90 y salió en 2018. La experiencia le proporcionó muchos contactos. Pero el mundo había cambiado a su salida: el crimen organizado milanés al que pertenecía se había refinado y vuelto mucho más silencioso y menos violento. Él volvió como un elefante en una cacharrería, recuperó su trono a golpes (lo había ocupado el histórico Franchino Caravita, con quien terminó fotografiándose mientras se recuperaba de la paliza en un hospital) y provocó una fractura social entre los ultras. Sucedió que la grada se partió en dos: los jóvenes, que detestaban que todo fueran negocios y poco fútbol, y la vieja guardia.
El negocio para los ultras, sin contar con el narcotráfico y la extorsión, está en la reventa de entradas o los tiques del parking del estadio. Boiocchi, cuentan ahora las primeras investigaciones, aseguraba que ganaban unos 80.000 euros al mes con ese tipo de negocios, 10.000 euros por partido. Pero quería más. “¿Es posible que seamos los dueños de una curva y comamos tan poco?”, se pregunta en una escucha policial, según Il Corriere della Sera. De modo que comenzó a extorsionar a los vendedores de bocadillos y a los gorrillas que aparcaban en la zona. “Ellos trabajan gracias a nosotros”. Pero el verdadero negocio de estos grupos se encuentra en la droga. Y ese es el enlace con las mafias, generalmente con la ‘Ndrangheta, la organización criminal más potente de Italia y la dueña absoluta de la importación de cocaína desde Sudamérica.
El ministro de Deportes, Andrea Abodi, ha lamentado ya lo sucedido el sábado en estadio del Inter. “Me informaré de lo que pasó”, señaló. El Inter aseguró que no es el responsable del suceso y lo condenó el lunes en un comunicado. Y la policía y la fiscalía antimafia estudiarán la cuestión separadamente. El precio y la desilusión lo pagan otra vez los aficionados.
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