La pesadilla del Estado Islámico resurge en Irán
El grupo terrorista mantiene múltiples filiales con capacidad para cometer atentados de gran impacto, sobre todo en Asia y África, pese a su debilitamiento en Siria e Irak
Cuando a principios de semana todas las miradas estaban puestas en las implicaciones del asesinato del número dos del movimiento palestino Hamás, Saleh al Aruri, en un ataque en Beirut que presentó todos los signos de una acción israelí, dos potentes explosiones sacudieron la ciudad iraní de Kermán. El jueves, disipando la confusión que había rodeado inicialmente los hechos, el grupo terrorista Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) se atribuyó el atentado, que causó al menos 91 muertos y se ha convertido en el más mortífero de la historia reciente de Irán.
El atentado, perpetrado en medio de una fuerte tensión regional provocada por la devastadora ofensiva militar de Israel en Gaza, ha vuelto a situar al ISIS en el mapa. Se trata del último fatídico recordatorio de su presencia en diferentes latitudes del mundo y de su capacidad para seguir ejecutando operaciones de gran impacto, pese a haber sido derrotado en Siria e Irak ―donde llegó a controlar grandes extensiones de territorio entre 2014 y 2019―, haber perdido a muchos de sus principales comandantes y líderes en los últimos años y haberse debilitado debido a la competencia de grupos rivales.
En 2023, el número de ataques reivindicados por el Estado Islámico y sus filiales cayó un 53% respecto al año anterior, de 1.811 a 838, según un recuento de la BBC elaborado sobre la base de comunicados oficiales del grupo y de sus partidarios. Sin embargo, la organización continúa siendo capaz de llevar a cabo cientos de atentados al año (más de dos al día de media en 2023), aprovechando vulnerabilidades y brechas políticas y de seguridad locales.
Desafío para Irán
El atentado en la ciudad de Kermán, cuando se celebraba un homenaje por el aniversario de la muerte del general Qasem Soleimani por un dron estadounidense en 2020, fue muy probablemente perpetrado por la rama del Estado Islámico del Jorasán (ISIS-K). Este subgrupo de la organización fue formado a principios de 2015 y opera principalmente en Afganistán y Pakistán, aunque también en algunos países de su alrededor, como Irán, y en los últimos años ha ido modificando sus tácticas y adaptando sus acciones en función de las circunstancias.
“Tras la toma del poder por los talibanes en Afganistán, en agosto de 2021, se produjo un notable aumento de los ataques del ISIS-K. En respuesta, los talibanes iniciaron una amplia operación contra sus miembros y simpatizantes, que se saldó con la muerte de decenas de personas y la detención de cientos, y los atentados disminuyeron considerablemente”, señala desde Suecia Abdul Sayed, investigador independiente centrado en el yihadismo en la región.
“Sin embargo, a mediados de 2022, el ISIS-K adoptó una nueva estrategia, centrándose en grandes atentados suicidas, en lugar de frecuentes miniatentados, dirigidos contra diplomáticos extranjeros, ciudadanos extranjeros, influyentes comandantes talibanes, figuras religiosas e instalaciones clave de Kabul”, explica Sayed.
Entre enero y mayo de 2023, agrega el investigador, “los talibanes eliminaron a más de una docena de comandantes clave del ISIS-K, lo que condujo a una drástica reducción de sus ataques en Afganistán y a un cese prolongado” de las acciones. En 2023, los ataques del grupo se desplomaron un 86% respecto al año anterior y un 93% en relación con 2021, según un recuento de la BBC.
Aun así, actualmente la red operativa más activa del grupo se encuentra, según Sayed, en el distrito tribal de Bajaur, en el noroeste de Pakistán y fronterizo con Afganistán. El experto afirma que “los detalles sobre el paradero de los dirigentes y miembros del ISIS-K siguen siendo esquivos”, pero observa que las operaciones de inteligencia de los talibanes sugieren que existen células en Kabul, en una provincia nororiental fronteriza con Pakistán, y en provincias septentrionales que hacen frontera con Tayikistán y Uzbekistán. También existen indicios de su presencia en la provincia occidental de Herat, fronteriza con Irán.
Algunos analistas han advertido de que, debido a la mayor presión antiterrorista por parte de los talibanes, el ISIS-K podría haber apostado no solo por cometer menos atentados, aunque de más impacto, sino también con un carácter más regional. En este sentido, uno de los países más amenazados es precisamente Irán, debido a la postura radicalmente antichií del ISIS —un grupo que sigue la rama suní del islam—, su oposición frontal a las autoridades iraníes y su margen para reclutar adeptos entre ciudadanos iraníes suníes opuestos al Gobierno de Teherán. Además, Irán no cuenta en Afganistán ni con la influencia ni con milicias afines que le permitan enfrentarse al ISIS-K, como sí ocurre en Irak y en Siria, a través de los distintos grupos armados proiraníes y la cercanía al Gobierno de Bachar el Asad.
El ataque de Kermán no es el único de gran alcance perpetrado recientemente por el ISIS ni el primer gran atentado contra Irán. El pasado verano, el grupo mató a más de 60 personas e hirió a más de un centenar en otro atentado suicida ejecutado durante un mitin electoral en Pakistán. En octubre de 2022, la organización terrorista asumió la responsabilidad de otro ataque en la ciudad iraní de Shiraz que dejó más de 10 muertos y decenas de heridos. En 2018 reivindicó un atentado durante un desfile militar en la ciudad de Ahvaz, en el suroeste de Irán, en el que mató a 25 personas. Y un año antes golpeó el centro de Teherán con dos atentados, contra el Parlamento iraní y el mausoleo de Ruholá Jomeini, el fundador de la Revolución Islámica, en los que murieron 18 personas. Las autoridades iraníes han acusado al Estado Islámico de otros ataques en el país, y aseguran haber frustrado decenas.
Sin embargo, todavía quedan elementos sin resolver del último atentado en Irán. “Es prematuro determinar el grado de implicación de la red del ISIS-K de Afganistán [en el atentado de Kermán]”, afirma Sayed, que destaca que “después de producirse, los medios de comunicación protalibanes atribuyeron el incidente a la red del ISIS en Tayikistán” y que “funcionarios iraníes también han confirmado que uno de los dos terroristas suicidas era de nacionalidad tayika”. “Si, efectivamente, está implicado, es probable que ISIS-K haga públicos pronto los detalles”, anticipa el investigador.
Red global
Además de la provincia de Jorasán (que en la terminología yihadista se refiere a la región histórica que incluye el actual Afganistán, el este de Irán y zonas de Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán), el Estado Islámico mantiene múltiples filiales en otros puntos del planeta que permanecen activas. En Irak y Siria es donde más ha tenido que mutar en los últimos años por factores como el fortalecimiento del régimen sirio y del aparato militar iraquí, su pérdida de territorio, influencia, recursos y reclutas, y la rápida eliminación de sus líderes. El año pasado, sus ataques reivindicados en Irak cayeron un 65% respecto al 2022, y en Siria, un 60%. Sin embargo, el grupo sigue siendo capaz de ejecutar decenas de ataques, incluidos algunos especialmente sofisticados, como los que ha realizado en prisiones sirias para liberar a miembros de sus filas, y sigue aprovechando brechas de seguridad y estabilidad en zonas como el centro de Siria para reforzarse.
La situación es marcadamente diferente en África subsahariana, donde el Estado Islámico cuenta con cinco ramas regionales y ha apostado por expandir su influencia en los últimos años para contrarrestar los reveses en Oriente Próximo. Allí, el grupo ha explotado la mayor inestabilidad y menor presión antiterrorista fruto de múltiples golpes de Estado, sobre todo en la región del Sahel, que se suman a agravios políticos y socioeconómicos de la población local.
En 2023, los atentados de las diferentes ramas del Estado Islámico en África subsahariana también descendieron respecto al año anterior, Pero la región representó hasta el 60% del total de ataques reivindicados por el grupo en el mundo. Sus filiales más activas son las de África Occidental, principalmente en el noreste de Nigeria y alrededor del lago Chad, y la del Sahel, sobre todo en Malí. También representan una amenaza notable sus provincias en África Central y en Mozambique.
En Egipto, donde la rama del Estado Islámico en el Sinaí llegó a asumir la autoría de más de 100 ataques en 2022 y a ocupar algunas localidades de forma temporal en 2020, la amenaza ha sido aplastada casi por completo.
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