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La guerra siembra Israel de ciudades fantasma: colegios cerrados y comercios vacíos

La actividad se desploma en las grandes urbes, que permanecen casi desiertas y con fuerte presencia policial

War Israel Gaza Hamas
Un judío ultraortodoxo caminaba el miércoles por un callejón comercial de la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde varias tiendas han echado el cierre.AHMAD GHARABLI (AFP)
Juan Carlos Sanz

Israel ha mudado el rostro en estado de guerra tras el ataque lanzado el sábado por Hamás en la periferia de la franja de Gaza. Con más de 1.300 muertos, en su gran mayoría judíos, ese episodio es visto ya como el más trágico después del Holocausto. Las habitualmente concurridas calles de Jerusalén, Tel Aviv o Haifa, áreas con elevada densidad de población, aparecen desiertas esta semana, evocando el desolado paisaje de las primeras semanas de la pandemia en 2020. Con colegios, fábricas, oficinas y negocios cerrados, la actividad comercial se ha desplomado en arterias tan vibrantes como la de calle de Jaffa, en Jerusalén, que aún conserva el encanto colonial de la era del mandato británico sobre Palestina (entre 1922 y 1948).

“La caja diaria se ha reducido en más de un 50%, mi mujer ha pedido un permiso sin sueldo para cuidar de nuestros tres hijos en casa y a las 17.00 ya no queda un alma en esta zona; habitualmente, abrimos a las 6.00 y cerramos a medianoche”, se lamentaba este jueves cariacontecido Lazard Garmish, de 40 años, en la barra de la cafetería Coffee Cake, en la entrada al Barrio Ruso desde la misma calle de Jaffa. “Sigo abriendo porque estamos al lado de la comisaría central, en caso contrario no merecería la pena”, afirma. Se resigna, como muchos otros empresarios autónomos, a sufrir en su bolsillo las consecuencias de la guerra. “Antes servíamos unos 3.000 cafés al día, ahora no llegan a 500″.

El tranvía circula de tanto en tanto en Jerusalén, pero los autobuses urbanos de la zona occidental de la Ciudad Santa ya no transitan por las calles, que han sido ocupadas por vehículos de la policía, motos de la unidad antiterrorista y patrullas de la policía de fronteras, un cuerpo militarizado. En la parte oriental, el sistema de transporte para la población palestina sigue parcialmente operativo, mientras sus habitantes parecen haber desaparecido en medio de la tensión reinante. La joven farmacéutica Fátima, que prefiere no desvelar su apellido, atiende con la cabeza cubierta por el hiyab o pañuelo islámico, en el área de medicamentos del Superpharm, una cadena de comercios con farmacia al estilo de los de Estados Unidos. “Me traen en coche desde mi casa desde Jerusalén Este y luego me vienen a buscar”, explica con aire reservado, “ahora es mejor no caminar por esas calles vacías”. El despliegue policial se ve reforzado además por la presencia de civiles israelíes judíos que portan visiblemente pistolas, e incluso fusiles de asalto M-16.

Los trenes parecen circular con normalidad, aunque sus principales ocupantes son ahora los más de 350.000 reservistas que se han sido llamados a filas en la que se perfila como la mayor movilización desde la Guerra de Yom Kipur, de la que se cumplen ahora 50 años. En el trayecto entre la estación de Isaac Navon de Jerusalén y la de Savidor, en el centro de Tel Aviv, el martes, eran mayoría los pasajeros con uniformes militares. Casi todos oscilaban entre los 30 y los 40 años de edad. Viajaban con un aire de aplomo e indiferencia, frente a los reclutas de entre 18 y 21 años, que asistían con nerviosismo a su primer conflicto armado a gran escala. En el área metropolitana de Tel Aviv, el tren se detenía en ocasiones o circulaba con lentitud mientras las alertas de amenaza de impacto de cohetes sonaban de forma sincopada en todos los teléfonos móviles.

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Habituados a las situaciones de emergencia, los israelíes viven ahora uno de los momentos de mayor tensión en, al menos, un decenio: desde la Operación Magen Protector, la guerra entre el ejército israelí y las milicias de la franja de Gaza que se prolongó durante más de dos meses en el verano de 2014, y en la que murieron 2.300 palestinos, en su mayoría civiles, y 73 israelíes, casi todos militares. En los primeros seis días del actual conflicto, ambos bandos ya han superado el listón de las 1.300 víctimas mortales.

La tensión juega malas pasadas. Las falsas alarmas se suceden en la frontera del norte con Líbano ante la amenaza de una ofensiva de la guerrilla proiraní de Hezbolá. El fiasco alcanzó su cima el miércoles, cuando el Comando del Frente Interior de las Fuerzas Armadas, que dirige la defensa civil, lanzó una alerta a móviles de ataque aéreo para todo el territorio del Estado de Israel. La prensa hebrea detallaba el jueves el rosario de errores engarzados que condujo a la propagación de la falsa alarma nacional. “Estamos en guerra, se producirán más fallos”, reconoció el general Rafi Milo, jefe del Comando.

Los radares de vigilancia detectaron a última hora de la tarde la supuesta infiltración de una decena de parapentes en el espacio aéreo israelí desde el norte y se lanzó una alerta para todas las poblaciones situadas junto a la frontera libanesa. Fue la explicación ofrecida. Tras comprobarse que la amenaza era inexistente, el general Milo ordenó el levantamiento de la situación de emergencia. Pero hubo un malentendido y un soldado apretó el botón de alerta nacional, para que toda la población del país se dirigiera a la carrera a los refugios antiaéreos.

La autopista 2, trazada por la costa desde Tel Aviv a Haifa, estaba jalonada de puestos de control donde los ocupantes de vehículos con apariencia árabe eran sistemáticamente identificados. El profundo choque emocional que dejó el ataque de Hamás del sábado se palpa en el ambiente de las calles. Solo algunas personas mayores de 60 o 70 años recordaban una situación similar de tensión y miedo en su propio país, que ahora ha quedado profundamente traumatizado.

En Jerusalén sonaron las alarmas antiaéreas el lunes por la tarde. La mayoría de los cohetes fueron interceptados por el sistema antimisiles israelí Cúpula de Hierro, aunque otros causaron siete heridos, tres de ellos graves, al impactar en la periferia de la Ciudad Santa. Hasta ahora, solo se ha registrado una protesta palestina en Jerusalén en el distrito de Silwan, en Jerusalén Este, donde grupos de jóvenes se enfrentaron con piedras y cohetes de fuegos artificiales, en un choque en el que murieron dos palestinos a tiros de las fuerzas de seguridad, según informa Efe. La misma agencia habla de otro incidente: un palestino abrió fuego la noche del jueves contra agentes israelíes en una estación policial en Jerusalén. Los disparos dejaron a dos policías heridos y el atacante fue abatido.

No todos los comerciantes de Jerusalén ven con malos ojos el estallido de la situación bélica. En el supermercado de cadena Sol de la calle del Rabino Kook, también en el centro de la ciudad, José Huspa, de 65 años, se ufanaba de la buena marcha del negocio. El encargado del establecimiento, un judío mexicano que emigró a Israel en 1988, reconocía que la recaudación diaria se ha duplicado en los últimos días. “La gente se ha vuelto loca, y no más acapara comida como si fuera el fin del mundo”, argumentaba. “Pero los suministros llegan con regularidad y todos los estantes están llenos”, precisaba, mientras cuatro empleados palestinos de Jerusalén se afanaban en reponer productos en los mostradores. “¿Miedo? ¿A quién le preocupa la guerra? Peor es no tener trabajo”, se justificaba uno de ellos, que prefirió no identificarse.

Cuatro de cada cinco israelíes consideran que el Gobierno de Netanyahu es el responsable de la ofensiva llevada a cabo por Hamás, según una encuesta del Centro de Diálogo. Un 86% de los israelíes —y el 79% de los partidarios de la coalición de Gobierno más conservadora en la historia del país— considera que la incursión del grupo armado palestino supone un “fracaso” para el Gobierno. Y el 94% considera que el Ejecutivo es responsable dada la “falta de preparación” en materia de seguridad, según el detalle del estudio publicado por el diario Jerusalem Post. Más de la mitad de los encuestados (56%) considera que Netanyahu debe presentar la dimisión una vez finalizada la guerra.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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