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Los aliados de Ucrania muestran su apoyo para recuperar Crimea mientras aumenta la presión para negociar con Rusia

Kiev celebra la tercera cumbre internacional sobre la liberación de la península anexionada por Moscú con menos intervenciones destacadas de líderes de la OTAN que en 2022

Ucrania Kiev
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en un momento de la cumbre de la Plataforma de Crimea, este miércoles en Kiev.ANTONIO PEDRO SANTOS (EFE)
Cristian Segura

Este jueves se cumple un año y medio del inicio de la guerra que tiene al mundo en vilo. Y las cosas no van bien para Ucrania en el campo de batalla. Cada vez hay más señales de que sus aliados internacionales desean una salida negociada al conflicto. La ofensiva contra el invasor ruso ha dado escasos resultados y el Pentágono filtra a los medios estadounidenses informaciones sobre una equivocada estrategia militar ucrania y en las que da por hecho que ningún objetivo relevante para la reconquista de territorio se conseguirá en 2023.

En este contexto se ha celebrado este miércoles en Kiev la tercera cumbre de la Plataforma Crimea, un grupo de trabajo de los socios de Ucrania para dar apoyo a la liberación de la península del mar Negro anexionada ilegalmente por Rusia en 2014. La Plataforma de Crimea es una herramienta diplomática creada en 2020 por el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, para recabar apoyos internacionales que presionaran a Rusia para retirarse de la ocupación ilegal de Crimea. La segunda cumbre, de agosto de 2022, seis meses después de iniciarse la invasión a gran escala rusa contra Ucrania, fue una demostración de la solidez de la alianza que sostiene la resistencia del país agredido. En la cumbre de hace un año participaron los principales líderes socios de Kiev: el canciller alemán, Olaf Scholz, realizó uno de los discursos más beligerantes con Rusia desde el inicio de la invasión; también el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, dirigió un mensaje por vídeo en favor de los intereses de Ucrania. En representación de Estados Unidos tomó la palabra Antony Blinken, secretario de Estado, como también ha sido en la edición de este año.

En la cumbre de este miércoles han participado delegaciones de 60 Estados, aunque con ausencias destacables respecto a 2022, como la de Scholz y la del primer ministro británico (en esta ocasión, Rishi Sunak). En representación de Alemania ha participado la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, como también ha sido el caso de su homólogo español, José Manuel Albares.

Las intervenciones más destacadas han sido por videoconferencia: la del presidente francés, Emmanuel Macron, la del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, la del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, la del primer ministro japonés, Fumio Kishida, o la del primer ministro canadiense, Justin Trudeau. Macron ha subrayado que Francia “no reconoce la anexión del territorio ucranio por parte de Rusia” y ha remarcado la vulneración de los derechos humanos que se han identificado contra la diversidad cultural de Crimea. “Tienen el apoyo completo de Francia. Les apoyamos para que se protejan y ganen la guerra”, ha asegurado Macron.

En el mismo sentido se han expresado Trudeau y Kishida. Erdogan, que ha recordado que no reconoce la anexión de Crimea por parte de Rusia, ha querido destacar el papel de Turquía como puente entre las dos partes para encontrar una salida negociada al conflicto. Erdogan se ha significado como el principal conseguidor de acuerdos diplomáticos en la guerra, desde el hoy interrumpido —por Rusia— programa de Naciones Unidas para exportar cereales ucranios al intercambio de prisioneros de guerra.

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Alarmas en medio de los discursos

El momento más tenso de la cumbre se ha producido cuando en la sala de la cumbre, en la que se encontraban, entre otros, el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, y la de Hungría, Katalin Novák, han sonado las alarmas que periódicamente advierten a la población de un inminente bombardeo. El ministro de Exteriores ucranio, Dmitro Kuleba, ha asegurado a los asistentes que la sala de la reunión era segura y no había que temer nada.

Pese a las buenas palabras expresadas en la cumbre, el poder político en Kiev es consciente de la creciente presión para que la guerra finalice, si es necesario, cediendo territorio ocupado ilegalmente por Rusia —más del 20% de Ucrania ha sido anexionada ilegalmente por Rusia—. Stian Jenssen, jefe de la oficina del secretario general de la OTAN, desató una agria polémica el 15 de agosto al sugerir que Ucrania podría ser aceptada como miembro de la Alianza Atlántica a cambio de renunciar a territorios ocupados por Rusia. Crimea es la región con una proximidad social muy estrecha con Rusia y que —vulnerando la legalidad internacional— está bajo la influencia del Kremlin desde hace nueve años. En un encuentro con analistas internacionales del pasado febrero, Blinken afirmó que Estados Unidos no presionará a Ucrania para que recupere Crimea y advirtió que para el presidente ruso, Vladímir Putin, la península del mar Negro es una línea roja y que en ningún caso piensa retornar a Ucrania.

En la cita de la plataforma de Crimea de este miércoles, Blinken afirmó que Rusia debe retirarse de la península porque es parte “indivisible e inviolable de Ucrania”: “Junto con otros países del mundo, trabajamos para conseguir una paz justa y duradera”.

El Gobierno ucranio es consciente del contexto en el que se ha celebrado la cumbre y sus mensajes han sido múltiples en contra de ser presionados para ceder parte de su territorio. La viceministra de Exteriores, Emine Dzhaparova, afirmó el martes que esta cumbre, a diferencia de las dos anteriores, tenía dos objetivos “adicionales que Ucrania quiere transmitir”. “No habrá intercambio de Crimea [con Rusia], porque Crimea es parte integral de Ucrania”, dijo Dzhaparova. El segundo mensaje, según la viceministra, es que solo será Ucrania la que “decida cómo desocupar Crimea”. El secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania, Oleksii Danilov, también resaltó el martes que la única salida para Crimea es su desocupación por la vía militar.

En su discurso inaugural de la cumbre, Zelenski fue todavía más contundente: “Ucrania no negocia con su territorio porque Ucrania no negocia con su gente”. Preguntado el pasado domingo en una rueda de prensa en Países Bajos sobre los rumores de una posible concesión de provincias ucranias a Rusia a cambio de terminar con la guerra, Zelenski manifestó, irónico: “Estamos listos para ceder Bélgorod a Rusia a cambio de entrar en la OTAN”. Bélgorod es una provincia rusa fronteriza con Ucrania y que mantiene fuertes vínculos históricos con el país invadido.

La organización de la cumbre quiso resaltar la intervención de Mustafá Dzhemilev, líder de los tártaros de Crimea, la minoría musulmana de la península afín a Ucrania e históricamente reprimida por el poder ruso. “Algunas voces internacionales hablan de sacrificar territorio, entre ellos Crimea”, comentó Dzhemilev. “No deberían hacer propuestas como esta, porque nuestra gente nunca lo aprobará. Es un gran error aceptar las demandas ilegales del agresor”, añadió el líder tártaro.

Los planes militares de Ucrania contemplaban llegar este verano u otoño a las puertas de Crimea, según informaron a este diario varias unidades de las fuerzas especiales ucranias, liberando previamente la provincia de Jersón. Las defensas rusas han demostrado ser más difíciles de superar de lo que el Estado Mayor ucranio había previsto, además del enorme contratiempo que supuso la detonación de la presa de Nova Kajovka el pasado junio, y que ha provocado que cualquier intento de desembarco en el río Dniéper en el frente sur sea una misión casi imposible. El sueño ucranio de liberar Crimea por la vía militar continúa siendo, como sugirió Blinken en febrero, un reto que está muy lejos de ser realidad.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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