El viaje mortal de Said hacia Europa
Un joven somalí murió ahogado en mayo al evitar que lo interceptaran los guardacostas griegos cerca de Lesbos. Su caso, denunciado ante la justicia, se suma a las múltiples sospechas de devoluciones en caliente que existen en el Mediterráneo
Durante la noche del pasado 2 de mayo, una lancha neumática en la que viajaban 45 personas fue interceptada por los guardacostas griegos. Procedía de Turquía y estaba muy cerca de su objetivo, Plomari, en la costa sur de la isla griega de Lesbos. Una de las personas del bote, la somalí Nasteha Omar, cuenta por teléfono desde Esmirna (Turquía) lo que vivió esa noche. Según su relato, tres de sus compañeros de viaje saltaron al agua para evitar ser apresados por la patrulla costera por miedo a que los devolvieran a Turquía. Dos nadaron hasta la playa, pero uno comenzó a gritar pidiendo auxilio aún en el agua. “Solo veíamos su cabeza, iluminada por el potente foco de los guardacostas. La policía estaba muy cerca mientras él gritaba, pero no le ayudaban”, afirma. La mujer asegura que su zodiac llegó a la costa mientras veía cómo el joven se ahogaba cerca del barco de los agentes griegos.
Se llamaba Mohamed Tohow y el testimonio de Omar forma parte de una denuncia presentada ante la justicia griega para que se esclarezcan las circunstancias de su muerte aquella noche. La Guardia Costera griega no ha contestado a las preguntas de este periódico sobre lo ocurrido. El caso trasciende en un momento en que se multiplican las sospechas de irregularidades por parte de este cuerpo, al que numerosas denuncias vinculan con la participación en procesos de devoluciones en caliente hacia aguas turcas. La reciente tragedia del Jónico —el naufragio del barco Adriana que llegó a aguas griegas cargado con 750 demandantes de asilo— ha puesto en primer plano la actuación de los guardacostas al interceptar barcos en su zona de responsabilidad de búsqueda y rescate.
Las devoluciones en caliente de migrantes que han llegado a Grecia son una práctica que el Gobierno del primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, niega, pero que han denunciado reiteradamente organizaciones humanitarias y decenas de migrantes.
Omar asegura que aquella noche fatídica fue apresada ya en tierra griega junto a otras 12 personas de la patera. Los devolvieron al mar y abandonaron a la deriva ―los guardacostas turcos publicaron que el 3 de mayo a las 12.05 rescataron a 13 personas de una balsa hinchable a la deriva en la zona marítima entre Dikili y Esmirna, justo enfrente de Plomari―, mientras el resto de migrantes consiguió ser registrado en el campo de refugiados de Lesbos. Menos Mohamed Tohow, al que conocían como Said. Tenía 20 años.
Su funeral tuvo lugar en Lesbos el 13 de junio después de que el mar lanzara su cadáver a la playa. Los migrantes que lograron quedarse en la isla tienen miedo de hablar. Varios de ellos, consultados por este periódico en el funeral de Said, rechazaron relatar lo ocurrido. Uno aceptó dar su versión con la condición de no ser identificado de ninguna manera: ni nombre, ni edad, ni nacionalidad. “Cuando nos iluminó el foco de los policías griegos entramos en pánico. Vi cómo saltaban al agua Said y otros dos chicos”, afirma. Cree que Said podría haberse salvado. Cuando este testigo llegó a tierra, comenzó a correr y logró no ser detenido. Acabó con parte del grupo en el campo de refugiados de la isla.
Faduma Mohamed Adan, madre de Said, recibió un último mensaje de su hijo la noche del 2 de mayo. Este decía: “Lo siento, mamá, te he mentido. Sí que me voy a Europa. Estamos ya en la costa. Todo va bien. Tengo que apagar el móvil para no ser vistos”. Nunca más volvió a encenderlo. Faduma y su marido, Abdisalan Tohow, llevaban dos años discutiendo con su hijo para tratar de evitar que iniciara ese peligroso viaje. Estudiaba administración de empresas en Ankara y con buenas notas, afirma su padre. Pero quería independizarse, dar el salto.
Said era el mayor de siete hermanos. Abdisalan, el padre, vive en Londres y trabaja como repartidor. Faduma y sus hijos viven en Ankara desde hace tres años. El padre lleva dos décadas doblando turnos como conductor para poder enviar el dinero suficiente a su familia. Casi el mismo tiempo que lleva intentando una reagrupación familiar. La primera vez que pidió un visado para Said fue hace 16 años. Hace dos años, tras mucha burocracia y miles de libras esterlinas gastadas en vano, el Reino Unido rechazó la reagrupación definitivamente.
Abdisalan, que viajó a Grecia en busca del hijo desaparecido, rememora su pesadilla tras el entierro en una cafetería del puerto de Mitilene (Lesbos). Le acompañan su hermana Leila, que escucha atenta y apunta detalles del relato, y su hermano Abdoulaziz ―ambos viven también en Londres―, que se encarga de que no falte bebida durante la conversación. A Said, recuerda el padre, le gustaba el fútbol y era seguidor del Arsenal. Se pasaba el día escuchando música, especialmente hip hop, y podía pasar horas rapeando sobre vídeos de sus artistas favoritos en TikTok.
Tras el rechazo del Reino Unido a una entrada legal en el país, Said estaba muy enfadado, recuerda Abdisalan, y comenzó a idear otras formas de llegar a Londres.
Sus padres le obligaron a prometerles que no arriesgaría su vida en el mar. Pero a Said se le agotó la paciencia, aunque se lo ocultó. El pasado abril, le dijo al padre que quería visitar Somalia. Abdisalan le dio dinero a Said para los billetes de avión. Antes, le volvió a preguntar si era para hacer “una locura” y este lo volvió a negar. Le respondió que solo quería ver a sus amigos, pero usó el dinero para iniciar un viaje fatal.
Cuando Faduma le contó que había recibido el mensaje de Said informando de que embarcaba hacia Grecia, Abdisalan estaba en el trabajo. “Estaba en shock”, rememora. Su preocupación siguió aumentando cuando no tuvieron noticias de Said durante tres días. Comenzó a preguntar en Esmirna, sin resultados. Entonces viajó a Lesbos. Las autoridades helenas le dijeron que no les constaba ningún migrante con ese nombre, ni detenido, ni registrado.
Desesperado por la falta de noticias, logró contactar con el traficante que organizó el viaje. Este le dijo que la barca llegó a Plomari. Allí, el 3 de junio, fue encontrado un cuerpo en avanzado estado de descomposición. Abdisalan lo identificó por la ropa. En Lesbos localizó a algunos de los compañeros de Said, que le contaron lo ocurrido.
La familia cuenta con representación legal, tanto en Grecia como en el Reino Unido para esclarecer los hechos en los tribunales y depurar posibles responsabilidades. Annina Mullis, una de las abogadas del Legal Center Lesvos, explica a este periódico que están esperando, desde hace semanas, a que la prueba de ADN confirme la identidad de Said para decidir los siguientes pasos legales.
Isa Krischke, que trabaja en una organización local que asiste a las familias de migrantes desaparecidos, revela que las autoridades abrieron un expediente sobre el caso cuando encontraron el cuerpo, pero lo cerraron después de que Abdisalan identificara a su hijo, sin esperar al resultado de la prueba de ADN. “No se investigó la causa ni las circunstancias de la muerte”. Sostiene que no es una excepción: “Las muertes de migrantes nunca se investigan de oficio; regularmente recibimos testimonios de gente que cae de las barcas y no nos consta ninguna investigación sobre las causas o que pregunten a los testigos”.
El 13 de junio, un grupo de 16 hombres jóvenes llegaron a un olivar situado a 13 kilómetros de Mitilene. Se quitaron los zapatos, se arremangaron el pantalón para no ensuciarse y se pusieron a cavar con picos, palas y una azada. Turnos breves e intensos de dos en dos. No es un cementerio como tal, pero es donde se entierra a los migrantes fallecidos. En Grecia solo hay un cementerio islámico, pero está en Komotiní, cerca de la frontera con Turquía.
A las 12.30 llegó un autobús desde el campo de refugiados. Eran los asistentes a un funeral en un lugar que no es un cementerio. Tampoco había ningún imán. La familia tuvo que organizarlo todo.
A las 14.20, Abdisalan rezó solo, y por última vez, frente a la tumba de Said. “Me siento mejor”, dijo después, “porque cuando pierdes un hijo, si no lo encuentras, no puedes cerrar la herida”. Pero advirtió lúgubre: “Ahora tengo miedo de que el siguiente hermano, a quien acaban de rechazar el visado como a Said, quiera hacer la misma locura cuando se le pase la enorme tristeza por perder al que, además de hermano, era su mejor amigo”.
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