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China
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo tratar con China

La ambición de Pekín es construir un nuevo orden mundial y convertirse para mediados de siglo en la primera potencia

El presidente francés, Emmanuel Macron, y el presidente chino, Xi Jinping, en Guangzhou el pasado 7 de abril.
El presidente francés, Emmanuel Macron, y el presidente chino, Xi Jinping, en Guangzhou el pasado 7 de abril.Thibault Camus (REUTERS)
Josep Borrell

Cómo tratar con China es una cuestión política de primer orden para la UE, más compleja que lidiar con Rusia. Ciertamente, los sistemas político y económico de la UE presentan profundas diferencias tanto con Rusia como con China. A diferencia de Rusia, China es un verdadero actor sistémico, que se acerca al 20% de la economía mundial y sigue creciendo, mientras que Rusia representa alrededor del 2% y sigue disminuyendo.

La influencia económica, política y financiera de China es considerable, y su poder militar sigue creciendo. Su ambición es claramente construir un nuevo orden mundial, con China en el centro, convirtiéndose para mediados de siglo en la primera potencia mundial.

La UE debe ser consciente de que muchos países ven la influencia geopolítica de China como un contrapeso a Occidente y, por tanto, a Europa. Y en un mundo cada vez más fragmentado y multipolar, la mayoría de los países emergentes se están convirtiendo en hedgers, reforzando su margen de maniobra sin tomar partido.

En este contexto, la UE tiene que recalibrar su política hacia China por al menos tres razones: los cambios dentro de China, con el nacionalismo y la ideología en alza; el endurecimiento de la competencia estratégica entre Estados Unidos y China; y el ascenso de China como actor clave en cuestiones regionales y globales.

Todo ello pone cada vez más presión sobre la UE y también genera dilemas incómodos. Europa se construyó sobre la idea de la prosperidad compartida y hoy es una potencia de paz. Por eso, los europeos no queremos bloquear el ascenso de las naciones emergentes, ya sea China, India u otras. Pero, lógicamente, queremos asegurarnos de que ello no perjudique nuestros intereses, no amenace nuestros valores ni ponga en peligro el orden internacional basado en normas.

La semana pasada debatimos las relaciones UE-China con los ministros de Asuntos Exteriores de la UE y estuvimos de acuerdo en que no hay alternativa viable al tríptico de tratar simultáneamente a China como socio, competidor y rival sistémico, dependiendo de la cuestión. Pero es necesario ajustar la ponderación entre estos tres elementos y este ajuste depende en gran medida del propio comportamiento de China, así como de la cuestión de que se trate. Los ministros de la UE subrayaron que debemos seguir dialogando con China siempre que sea posible y, al mismo tiempo, reducir los riesgos y vulnerabilidades estratégicos, recalibrando nuestra postura en tres grupos de cuestiones: valores, seguridad económica y seguridad estratégica.

En cuanto a los valores, nuestras diferencias se están endureciendo. En todos los foros internacionales, China ha construido una narrativa que subordina los derechos fundamentales al derecho al desarrollo. La UE debe contrarrestar este discurso y defender la universalidad de los derechos humanos.

A pesar de esas diferencias sustanciales, las sociedades europea y china necesitan conocerse mejor. Hay que eliminar los obstáculos a la libre circulación de ideas y a la presencia de europeos en China. De lo contrario, China y Europa serán cada vez más extrañas, la una para la otra.

En cuanto a la seguridad económica, es obvio que nuestras relaciones comerciales están desequilibradas. Con más de 400.000 millones de euros al año, el déficit comercial de la UE alcanza un nivel inaceptable. Esto no se debe a la falta de competitividad de la UE, sino a las decisiones y políticas deliberadas de China. Las empresas europeas se enfrentan a obstáculos persistentes y prácticas discriminatorias. Además, la UE se enfrenta a un riesgo creciente de dependencia excesiva en relación con determinados productos y materias primas fundamentales.

De ahí la importancia de reducir los riesgos y aumentar la resiliencia, también por razones de seguridad nacional. Esto requerirá la diversificación y reconfiguración de las cadenas de valor de la UE, un sistema de control de las exportaciones más eficaz, el control de las inversiones entrantes y posiblemente salientes, y el uso inteligente del instrumento contra la coerción. Pero nuestros socios internacionales pueden estar seguros de que todas las medidas que adoptemos se ajustarán a las normas de la OMC. Tenemos que revitalizar el sistema multilateral, no abandonarlo.

El tercer grupo de cuestiones se refiere esencialmente a Taiwán y a la posición de China sobre la guerra de Rusia contra Ucrania. Respecto a Taiwán, la posición de la UE sigue siendo coherente y se basa en su “política de una sola China”. Cualquier cambio unilateral del status quo y cualquier uso de la fuerza tendrían enormes consecuencias económicas, políticas y de seguridad. La UE debe prepararse para todos los escenarios y comprometerse con China a mantener el status quo y trabajar para rebajar las tensiones.

En cuanto a Ucrania, nuestro mensaje es claro: las relaciones UE-China no tienen ninguna posibilidad de desarrollarse si China no presiona a Rusia para que se retire de Ucrania. Ante un conflicto que afecta a la integridad territorial y la soberanía de un Estado independiente, cualquier supuesta neutralidad equivale en realidad a ponerse del lado del agresor. Acogemos con satisfacción los pasos positivos dados por China para encontrar una solución que contribuya a una paz justa en Ucrania.

El mensaje de los 27 ministros de Asuntos Exteriores la semana pasada fue claro: la mejor manera de influir en las decisiones de China es mediante un compromiso firme y la reducción de los riesgos estratégicos.

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