La prolongación de los combates en Sudán dispara el temor a un contagio regional
Los expertos alertan de la posible intervención de fuerzas rebeldes y milicias extranjeras en una zona ya inestable. Los combates continúan este sábado cerca del palacio presidencial de Jartum pese a la tregua propuesta por la ONU
Mientras estallan de nuevo enfrentamientos en Sudán, la crisis de este país africano desatada hace una semana en torno a la reforma de las fuerzas de seguridad dispara los temores a un contagio regional y a que fuerzas de otros países decidan intervenir o apoyar a uno de los bandos. Los combates entre los rivales militares que se disputan el poder se han reanudado este sábado en la capital, Jartum, en las inmediaciones del palacio presidencial y la Comandancia General del Ejército. Además, un proyectil ha impactado en la zona residencial de Mansura de Um Durman, cerca de Jartum, y ha causado la muerte a seis personas, según informaron a la agencia Efe fuentes humanitarias y testigos. También se han escuchado explosiones al norte del palacio presidencial, y cazas sobrevuelan la ciudad, pese al alto el fuego previsto entre el Ejército sudanés y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR).
La tregua propuesta por la ONU para tres días no se ha respetado. Pese a ello, el líder del Ejército, Abdelfatá al Burhan, ha anunciado que la evacuación de los nacionales de varios países, entre ellos Estados Unidos, Francia, China y el Reino Unido, comenzará “en las próximas horas”. A última hora de este sábado, Arabia Saudí afirmó haber evacuado a 157 de sus ciudadanos y de otras nacionalidades, mientras que Kuwait anunció que había empezado a sacar a 300 personas, informó la agencia Reuters.
Un primer indicio de los riesgos de la implicación de terceros en una región ya inestable se registró el mismo 15 de abril, cuando estallaron los combates en Jartum. A 300 kilómetros al norte se libró otra importante batalla, que pasó más desapercibida y que tuvo por escenario una estratégica base aérea ubicada en el aeropuerto de la localidad de Merowe, más famosa por las pirámides nubias. La base fue capturada con relativa facilidad por los paramilitares, que se apresuraron a difundir un vídeo del lugar en las redes sociales. En él quedaba claro que no solo querían mostrar quién retenía el control, sino algo más: aviones de combate egipcios estacionados en la base y soldados detenidos, algunos de los cuales vestían el uniforme militar egipcio.
A principios de esta semana, el ejército sudanés recuperó Merowe sin que los paramilitares ofrecieran resistencia, según medios locales. Para entonces, la mayoría de cazas egipcios habían sido ya destrozados, según muestran imágenes por satélite. Pero cuando se fueron, los paramilitares se llevaron a soldados egipcios a Jartum, como admitieron en un comunicado con regusto a chantaje para El Cairo, que mantiene estrechos lazos con los militares de Sudán. Egipto dio entonces al líder de las FAR, Mohamed Hamdan Dagalo, un ultimátum de 72 horas, informó un medio egipcio. Y poco después se confirmó la entrega de los uniformados a la Cruz Roja. Para el jueves, todas las tropas egipcias implicadas ya habían retornado, según el ejército.
El episodio de los soldados egipcios apunta al peligro que entraña para el devenir de los combates en Sudán la posible intervención de actores regionales. Las hostilidades, que ya han causado más de 400 muertos y 3.500 heridos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), estallaron por una lucha de poder interna, no son resultado de una injerencia extranjera. Pero a medida que se prolongan los choques, los analistas temen que fuerzas de la zona se inmiscuyan y agraven aún más el conflicto, como ha sucedido en países vecinos como Libia.
El precedente de Libia
Por ahora no hay evidencias sólidas de que algún actor de fuera de Sudán esté prestando apoyo a una de las partes enfrentadas. Pero la desconfianza es profunda, sobre todo hacia grupos no estatales con los que las FAR ya tenían relación antes del conflicto. Uno de ellos es el autoproclamado Ejército Nacional Libio (ENL), fuerte en el este de Libia, en la frontera con Sudán, y que ya ha tenido que negar que haya asistido a los paramilitares sudaneses tras ser acusado de haberles enviado apoyo militar.
Otro hipotético actor es el grupo mercenario ruso Wagner, que ya opera en países vecinos como Libia y la República Centroafricana y que lleva años activo en Sudán, donde ha tejido buenas relaciones con Dagalo, sobre todo vinculadas al tráfico de oro, según el Tesoro de Estados Unidos, pero también a la seguridad. El grupo Wagner lleva años presente en Sudán.
“Las FAR tienen algunos vínculos preexistentes, entre ellos con el general [Jalifa] Hafter en Libia, y también con Emiratos Árabes Unidos, pero esto no significa necesariamente que cualquiera de los dos las estén armando o dotando de recursos activamente ahora, aunque la situación exige un escrutinio”, señala el académico Sharath Srinivasan, autor del libro Cuando la paz mata a la política: Intervención internacional y guerras interminables en los Sudanes.
Una supuesta intromisión de grupos no estatales como el ENL y Wagner no se considera suficiente para decantar la balanza en Sudán, ya que su capacidad es limitada. Pero se teme que, de producirse, pueda ser suficiente para mantener el desorden.
“Cuando hablamos de implicación de otros países, no es necesariamente de gobiernos, sino de fuerzas rebeldes y milicias”, explica Cameron Hudson, exmiembro de la CIA con experiencia en Sudán y analista del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. “Si empezara a ocurrir de forma seria, es fácil que los gobiernos se vean arrastrados”, alerta.
Un país clave es Emiratos Árabes Unidos, que lleva años tejiendo una compleja red de intermediarios, empresas y mercenarios para impulsar sus intereses en la región y que incluye, entre otros, a Hafter en Libia, a Dagalo en Sudán y al grupo Wagner, según afirma el investigador del King’s College de Londres Andreas Krieg, que lleva años siguiendo las operaciones emiratíes en la zona.
“Lo que se acaba formando es una especie de triángulo de actores no estatales que utilizan redes estrechamente vinculadas a Emiratos”, indica Krieg. “Lo que vemos ahora en Sudán es también una extensión de las redes que los emiratíes habían establecido en Libia”, sostiene.
Más al sur, el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, también salió al paso el viernes para desmentir los rumores sobre un supuesto despliegue de tropas de su país en Fashaga, una fértil zona fronteriza con Sudán que ambos países llevan tiempo disputándose y que en los últimos años ha generado repuntes de violencia cíclicos.
El patio trasero de Egipto
En el otro extremo, las autoridades militares de Egipto cuentan con una dilatada relación con la cúpula militar de Sudán, pero su objetivo prioritario es mantener la seguridad en la frontera sur. “Egipto considera Sudán su patio trasero y lo que ocurra es una cuestión de seguridad nacional”, apunta Krieg, “pero los militares egipcios son muy reacios al riesgo”.
“A pesar de los informes sobre suministros militares limitados de Hafter desde Libia, los aviones egipcios en Sudán y la oferta de armas de Wagner para las FAR, ningún gobierno extranjero ha adoptado hasta ahora una postura de apoyo a uno de los dos beligerantes, lo que es una señal esperanzadora”, cree Gerrit Kurtz, investigador del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad. “Los actores externos deben admitir que ninguna de las partes puede asegurarse una victoria rápida, incluso con su apoyo adicional”, añade.
En paralelo a los temores que despierta una intervención extranjera en Sudán, también generan preocupación las consecuencias que una mayor inestabilidad en el país puedan tener en el Cuerno de África, donde ya hay heridas abiertas en países como Etiopía, Sudán del Sur y Somalia que han dejado miles de muertos y millones de desplazados.
En la zona del Sahel, el Ministerio de Defensa informó el lunes de que el ejército había desarmado a 320 soldados de Sudán que habían cruzado su frontera. Y según la agencia de la ONU para los refugiados, entre 10.000 y 20.000 civiles de la región oriental de Darfur ya han buscado refugio en Chad desde el inicio de los enfrentamientos.
Este turbulento contexto regional también representa un obstáculo para dar con la forma más efectiva de mediar entre el ejército y las FAR, ya que por ahora ningún país vecino ni organismo regional ha sido capaz de erigirse como árbitro. “Chad, Sudán del Sur, Eritrea y Etiopía; todos tienen intereses y algunos tienen preferencias entre el ejército y las FAR”, apunta Srinivasan.
Además de posibles injerencias extranjeras, el futuro de los combates en Sudán también estará fuertemente marcado por lo que ocurra dentro del país. Por ahora, algunos de los choques más intensos se han concentrado en Jartum, pero también se han extendido de forma alarmante a Darfur.
Una prolongación del conflicto en Darfur, el bastión de los paramilitares, también podría provocar fisuras internas en los dos bandos. En la cúpula y entre las filas del ejército hay miembros vinculados al movimiento islamista que apoyaba al exdictador Omar Al Bashir ―desalojado en 2019 tras 30 años en el poder―, con una fuerte influencia frente a su comandante, Abdefatá Al Burhan, y que repudian a Dagalo. Por otro lado, los paramilitares nunca han sido una fuerza regular cohesionada y con una cadena de mando sólida, particularmente en Darfur, donde además entran en juego divisiones tribales y la rivalidad con otros jefes y milicianos.
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