Li Qiang, el gran controlador de la empresa privada
El nombramiento del próximo primer ministro augura una época de creciente vigilancia sobre el sector no estatal, a pesar de su trayectoria ligada al fomento de los negocios
Li Qiang, de 63 años, es un hombre fiel al presidente Xi Jinping y con una trayectoria, al menos hasta la fecha, de una fuerte orientación empresarial, enfocada hacia el crecimiento económico, la innovación y el espíritu emprendedor, según indica Bettina Schoen-Behanzin, vicepresidenta de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China. Li ascenderá en los próximos días a lo más alto del Gobierno del país. Siguiendo la cuidada coreografía de Pekín, el puesto de primer ministro del Consejo de Estado (el Ejecutivo chino) está en teoría reservado para el número dos del partido. Y Li lo tiene, por tanto, adjudicado (a falta de confirmación de la Asamblea) desde la presentación en sociedad de los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano de poder del Partido Comunista, cuando irrumpió en segunda posición el pasado octubre en el monumental y dorado Gran Salón del Pueblo de Pekín, justo por detrás de Xi.
Li ha desarrollado su carrera siguiendo la estela del presidente desde que fue su jefe de Gabinete en 2004 y ha pasado por puestos claves del partido en tres de los grandes vectores económicos del país, Zhejiang, Jiangsu y Shanghái. Estudió mecanización agrícola, se unió a los 24 años a la organización comunista y, mientras iba ascendiendo por la pirámide de poder, completó su formación con estudios de ingeniería de gestión, economía mundial (en la Escuela Central del Partido en Pekín) y con un MBA en una universidad de Hong Kong. En la escena global, comenzó a ser conocido tras aplicar la pasada primavera un cerrojazo de más de dos meses en Shanghái para frenar la expansión del coronavirus.
Como próximo primer ministro, cuando Li Keqiang abandone el cargo tras una década en ejercicio, Li Qiang tendrá entre sus funciones principales reimpulsar una economía en transición hacia lo que Pekín denomina el “desarrollo de alta calidad”, basado en la innovación científica y tecnológica. El objetivo es lograr la “autosuficiencia” en los sectores punteros y navegar las aguas en un periodo con crecientes tensiones con Estados Unidos.
¿Tendrá margen de maniobra?
La pregunta es cuál será la senda elegida por Pekín para alcanzar la meta. Y si el flamante primer ministro tendrá margen de maniobra y ejercerá de contrapeso —algo que numerosos analistas ponen en duda— o acatará las órdenes del superior.
En una de sus primeras intervenciones públicas tras ser aupado a lo más alto del partido, Li Qiang alabó el “papel insustituible” de las empresas privadas, según recogió la agencia oficial Xinhua. Pero animó al sector a “esforzarse” para impulsar ese desarrollo de alta calidad y la independencia tecnológica, siempre “bajo la guía del Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era”, la fórmula alambicada con la que los cuadros se refieren a las directrices del mandatario.
Xi ha dejado claro que la tendencia va a ser hacia un mayor control del sector privado. Y todo parece indicar que Li respetará la senda. En el último encuentro de la cúpula del partido, concluido esta semana como paso previo a la Asamblea, los máximos dirigentes comunistas esbozaron algunas de las reformas a acometer durante la sesión que ha arrancado este domingo. Para los analistas de Trivium China, estas reestructuraciones “servirán también para reforzar la construcción del partido dentro de las empresas privadas”, según apuntan en uno de sus últimos boletines. Aunque es complicado saber hasta dónde llegarán los cambios, “no es probable que un partido más activista, con respecto a las empresas privadas y el sistema financiero, conduzca a una economía vibrante”, añaden.
Willy Lam, profesor de la Universidad china de Hong Kong, cree que el control al sector privado “continuará” y que en buena medida “las nuevas inversiones estarán dirigidas hacia las empresas de propiedad estatal”. Y pone de ejemplo la creciente vigilancia estatal a Jack Ma, fundador del gigante tecnológico Alibaba (el Amazon chino), prácticamente desaparecido desde que criticó en 2020 el sistema de regulación chino y Pekín decidió parar la salida a bolsa de Ant Group, la mayor empresa de finanzas digitales del mundo, que forma parte de su conglomerado.
Li Qiang es casi una metáfora de cómo han cambiado los tiempos. En otra era, antes del creciente poder de Xi, cuando las empresas tecnológicas vivían una edad dorada en China, y Pekín aún no había puesto coto a las grandes corporaciones digitales; Li ―entonces gobernador en Zhejiang, la provincia en la que tiene su sede Alibaba— acudía a cumbres de internet y animaba a los ciudadanos a imitar a Jack Ma. En una de sus primeras entrevistas en aquel cargo, en 2013, el próximo premier alabó en el medio económico chino Caixin la “desregulación” como una fórmula “para el desarrollo de empresas privadas e industrias enteras”. Y aseguró: “El mayor éxito de la campaña de reforma y apertura de China ha sido animar a la gente a innovar y tomar la iniciativa”.
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