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Lula logra colocar a un aliado al frente del Senado de Brasil, pero Bolsonaro domina la Cámara baja

Toma posesión el nuevo Congreso, el más derechista desde el fin de la dictadura, que cuenta con un 17% de mujeres, dos transexuales y cinco indígenas

Naiara Galarraga Gortázar
Lula da Silva
El presidente Lula saluda, en noviembre pasado en Brasilia, a Rodrigo Pacheco, reelegido este miércoles presidente del Senado.ADRIANO MACHADO (REUTERS)

Los nuevos parlamentarios del Congreso de Brasil, elegidos el pasado octubre, han tomado posesión de sus escaños este miércoles, cuando aún está fresco el asalto perpetrado en ambas Cámaras por miles de bolsonaristas envueltos en los colores de la bandera y el Gobierno de Lula cumple un mes en el poder. El presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, ha logrado que su aliado Rodrigo Pacheco, 46 años, sea reelegido con holgura presidente del Senado. Su victoria supone un respiro para el líder de la izquierda brasileña, que ganó por la mínima, preside un Gobierno de diez partidos y tendrá que lidiar con una Cámara de los Diputados dominada por el partido de su antecesor, Jair Bolsonaro, de 67 años, que sigue en Estados Unidos.

Ya desde los comicios estaba claro que el nuevo Congreso sería el más derechista desde el fin de la dictadura, en 1985. También será el más diverso, gracias a cinco parlamentarios que se declaran indigenas, y a un leve aumento de mujeres entre las que destacan dos transexuales. Pero la cifra de parlamentarias brasileñas sigue entre las más bajas de la región con el 17%, es decir, nueve puntos por debajo de la media mundial y con el porcentaje de Turquía o Corea del Norte, según la clasificación mundial de la Unión Interparlamentaria.

Los políticos que han liderado las dos Cámaras durante el último bienio de Bolsonaro han sido reelegidos. Pacheco consiguió 49 votos, ocho más de los necesarios para seguir al frente del Senado. Su único adversario, Rogerio Marinho, apadrinado por Bolsonaro, obtuvo 32 votos.

La elección del Senado ha atraído toda la atención porque la de la Cámara de los Diputados estaba cantada desde hace semanas. Desde que el Partido de los Trabajadores (PT), el de Lula, asumió que derrotar al actual presidente, Arthur Lira, 53 años, aliado de Bolsonaro, era imposible y decidió apoyarle para poder obtener a cambio cargos relevantes en comisiones parlamentarias. A Lula le encanta repetir que en una negociación ambas parte deben salir contentas. Lira ha sido reelegido con 464 de los 513 votos, un récord. Durante los dos últimos años ha ejercido de eficaz cortafuegos ante el centenar largo de peticiones de impeachment presentadas contra Bolsonaro; simplemente, las iba guardando en un cajón.

Los amplios poderes de los presidentes de las Cámaras -sea para manejar los tiempos, colocar o no un proyecto a votación o analizar o no una petición de destitución— les dan un enorme protagonismo en la política brasileña.

Aprobar un nuevo mecanismo que sustituya al techo de gasto y una reforma tributaria son las prioridades legislativas de Lula. Sacarlas adelante le obligará a que los suyos se midan con el Partido Liberal de Bolsonaro, que tiene 99 escaños frente a los 81 del PT. Pero también con Lira, máximo cabecilla de una constelación de partidos sin ideología que ofrecen su apoyo al mejor postor.

El Gobierno y el partido de Lula han tenido que emplearse a fondo para mantener a su hombre al frente del Senado porque Bolsonaro y los suyos se han lanzado en los últimos días a la caza de parlamentarios dispuestos a aprovechar que la votación es secreta para traicionar a sus partidos. En el Congreso de Brasil, las lealtades son a menudo efímeras. Un cargo o una partida presupuestaria pueden convertir a antiguos enemigos en aliados en un abrir y cerrar de ojos.

Para contrarrestar la ofensiva bolsonarista en la batalla por la Presidencia del Senado, el Gobierno ha ofrecido a diestro y siniestro cargos de segundo y tercer nivel en el Ejecutivo a cambio del apoyo de sus señorías, según la prensa local.

Lula ha aprovechado su discurso matutino, en un acto en el también atacado Tribunal Supremo, para recalcar que los actos golpistas del 8 de enero son consecuencia de la desconfianza de los brasileños en la política. “Nunca mas nadie debería atreverse a desacreditar la política”, ha dicho en referencia a su predecesor, que llegó al poder con la promesa de acabar con la vieja política aunque luego se plegó a ella para terminar su mandato. Dos de sus hijos, reelegidos en las mismas elecciones cuyo resultado ha cuestionado sistemáticamente, han tomado posesión de sus escaños: Flávio como senador y Eduardo como diputado.

La víspera de la toma de posesión del Congreso, Bolsonaro arengó a los suyos vía telefónica desde Orlando y su esposa, Michelle, ha acudido al hemiciclo para presenciar la votación y declarar que su marido “no es quien debe tener miedo de ir a la cárcel”.

Entre los nuevos parlamentarios destacan el juez Sérgio Moro, que encarceló a Lula para después entrar en el Gobierno de Bolsonaro, y dos de los hombres que más indignación causan entre los brasileños que votaron para echar al ultraderechista de la Presidencia: el general Eduardo Pazuello, al que Bolsonaro nombró ministro de Sanidad harto de que los anteriores titulares no cumplieran sus rechistar sus órdenes en la pandemia; y Ricardo Salles, que era titular de Medio Ambiente cuando en un Consejo de Ministros propuso aprovechar que el coronavirus acaparaba la atención mediática para desmantelar la legislación de protección ambiental.

También ha regresado al hemiciclo para la sesión el hombre que como presidente de la Cámara de Diputados aceptó la petición de destituir a la presidenta Dilma Rousseff, del PT, por unas maniobras contables que hace unos meses fueron archivadas. Eduardo Cunha, encarcelado por corrupción tras el impeachment, estaba allí para ver tomar posesión a su hija Dani.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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