El Partido Republicano busca culpables tras la decepción electoral... y Trump es el mayor
La alargada sombra del expresidente, los mensajes extremos de sus dirigentes, un liderazgo débil y fallos en la recaudación pasaron factura a las aspiraciones conservadoras en las legislativas estadounidenses
El senador republicano por Florida Rick Scott acudió hace tres semanas a Savannah en auxilio del candidato Herschel Walker. Era un aspirante en apuros, y Georgia ya se antojaba un Estado clave. A falta de conocer el destino de los escaños en Nevada y Arizona, es probable que allí se decida el 6 de diciembre el control del Senado, en su segunda vuelta contra Raphael Warnock. Scott, uno de los miembros del partido más poderosos de Washington, repasó ante un puñado de acólitos los motivos para votar a los suyos: la inflación, las “fronteras abiertas”, por las que entra “el fentanilo que mata a nuestros hijos”, el deporte femenino arruinado por la “ideología transgénero”, la “miedosa” retirada de Afganistán, el adoctrinamiento en las escuelas, el “socialismo”, el “aborto gratuito” hasta el momento del nacimiento... “Si os gusta esa lista”, dijo, “votad a Warnock. Porque él y Joe Biden trajeron todo eso”. Cargado de razones (y de mentiras, y medias verdades), exudaba confianza. ¿Qué podía salir mal?
El martes, unas cuantas cosas salieron mal para el Partido Republicano en las elecciones legislativas de medio mandato. Con el Senado, que podría caer de cualquier lado, en un pañuelo, es muy probable que retomen la Cámara de Representantes, pero será por un margen mucho menor de lo que hacía presagiar la marea roja que anunciaban (estos días, los medios estadounidenses pelean con el diccionario para encontrar una palabra que defina mejor lo sucedido: ¿onda? ¿salpicadura?). Y eso que enfrente tenían al contrincante propicio, azotado por la tormenta perfecta descrita por Scott, un presidente débil y el descontento general de la población con la marcha de las cosas. Pese a tanto viento a favor, se rompió una sólida tradición: desde Lyndon B. Johnson, el partido en el poder ha perdido un promedio de 45 escaños en la Cámara y cinco en el Senado en las elecciones intermedias. Así que la formación conservadora despertó el miércoles con una buena resaca electoral, de esas en las que uno se levanta palpándose la ropa para encontrar la cartera. Preguntándose qué demonios sucedió anoche. Buscando culpables.
En esa búsqueda, destaca de momento uno por encima del resto: Donald Trump. Su sombra sobrevoló toda la campaña, como sobrevuela el presente y el futuro del partido desde hace seis años. Los fracasos más sonoros los han protagonizado algunos de los aspirantes que él apoyaba (otros, como J. D. Vance, en Ohio, cumplieron su parte). La previsión de que la semana que viene anuncie su candidatura a la Casa Blanca para 2024 ha empujado a destacados republicanos a decir públicamente que no creen que sea buena idea que lo haga antes de que se resuelvan las cosas en un mes en Georgia. Lo contrario podría espolear la movilización demócrata.
De momento, Trump tiene convocado al mundo en su residencia de Mar-a-Lago el martes para “el anuncio más importante de la historia de Estados Unidos”. Si piensa dar marcha atrás (no lo parece), será interesante ver cómo lo hace, aunque nadie duda de que, con su probada maestría en el arte de la prestidigitación de sí mismo, hallará el modo. Al menos, reconoció el miércoles en su red social, Truth, que “en cierto modo las elecciones de ayer fueron algo decepcionante”. Aunque añadió: “desde mi punto de vista personal fue una gran victoria: 219 VICTORIAS y 16 derrotas en la general. ¿Quién lo ha hecho mejor que eso?”. El magnate se encuentra atrincherado, sorteando las balas del fuego amigo, en Florida, donde arrasó en su elección como gobernador el que se perfila como su más serio rival en 2024, el gobernador republicano Ron DeSantis.
Los proyectiles proceden también de los medios afines, propiedad de Rupert Murdoch, como Fox News, cuya emisión se ha convertido en una romería de exasesores del magnate con cara de “lo sabía”, y el tabloide New York Post, que han encadenado una insólita sucesión de dos portadas poco halagadoras. En la primera, se ve el titular “DeFuture” sobre una foto de DeSantis. En la segunda, Trump aparece caricaturizado como el Tentetieso del cuento infantil y una entradilla escrita a la manera de la nana de Humpty Dumpty, que cambia “todos los “hombres del rey” por los “todos los hombres del partido”, y se pregunta: ¿podrán arreglarlo?
No hay una respuesta clara a esa pregunta. Los decepcionantes resultados electorales también han destapado la realidad de una formación unida en sus odios, pero dividida internamente y falta de un liderazgo fuerte, en parte, por la sombra de Trump y por la fuerza centrífuga hacia los extremos del trumpismo, que ha espantado a los votantes moderados en la última cita en las urnas.
En conversaciones mantenidas durante la campaña con simpatizantes, políticos y estrategas republicanos, el “problema del mensaje” fue uno de los temas recurrentes. Muchos alertaron de que el partido corría el riesgo de alienar a los indecisos. Y parece claro que surtieron efecto los argumentos demócratas en torno al aborto (la sentencia del Tribunal Supremo que lo tumbó a nivel federal en Estados Unidos fue un punto de inflexión) y la retórica de la democracia en peligro, si se dejaba en manos del negacionismo electoral, así como las apelaciones a una sociedad joven, diversa y multirracial, frente a la vieja América, blanca y cristiana.
Las disensiones también se tradujeron en una insuficiente capacidad para inyectar fondos para la campaña. El cabecilla nominal del partido es el jefe de la minoría en el Senado, Mitch McConnell, que, según cuenta The Washington Post, se enfrentó a Scott en agosto sobre este tema en una reunión con senadores. Diana favorita del expresidente, McConnell batió en este ciclo su marca de recaudación en la disputa por la Cámara alta, pero ha recibido críticas por el modo en que repartió esos 205 millones de dólares (una cantidad similar en euros): solo Georgia, Nevada, Carolina del Norte, Ohio y Pensilvania se quedaron con 178 millones. Y no todas han dado los frutos esperados.
Un portavoz de Trump lo acusó el miércoles en Fox News de haber abandonado “carreras electorales con posibilidades de triunfo, como New Hampshire y Arizona”. En la primera, el trumpista Don Bolduc fue el martes de los más tempraneros en la derrota. En la segunda, aún se están contando los votos para Blake Masters, cuyo triunfo no está claro, pese a que acudió en su ayuda Peter Thiel, fundador de PayPal, con una donación de 20 millones de dólares. El lunes, Trump habló sobre McConnell a los periodistas que viajaban a bordo de su avión privado rumbo a un triunfal mitin en Ohio. “Creo que probablemente nos tocará aguantarlo dos años más”, les dijo. “Si me postulo y gano, estará fuera en dos minutos”.
El futuro de McConnell, viejo león de la política de rostro impávido, parece menos sombrío tras los resultados electorales. En cambio, el del congresista Kevin McCarthy, que se antojaba cristalino como un día soleado, se ha nublado un tanto. Lleva cuatro años preparándose para ser presidente de la Cámara de Representantes, en sustitución de otra veterana leona, la demócrata Nancy Pelosi, pero la previsión de que la mayoría del partido en el Congreso sea más ajustada de lo esperado le obligará a hacer concesiones al ala más extrema del partido. Eso por no hablar de que cuanto más corta sea la ventaja, más poder tendrá cada congresista para perseguir sus propios intereses por la vía del chantaje.
Uno de los miembros de esa ala extrema, el representante por Arizona Andy Briggs, lanzó un primer aviso este jueves en un podcast: “Nos dijeron que llegaría una ola increíble. Si ese hubiera sido el caso, no habría otra que decir: ‘Bueno, está bien, Kevin será el candidato a speaker. Visto lo visto, creo que necesitamos mantener una discusión seria al respecto”. El ambicioso McCarthy, que ya ha lanzado su candidatura oficial, ha podido al menos disfrutar de un magro consuelo, gracias al anuncio de la intención de Steve Scalise, congresista de Luisiana, de postularse como su número dos. Antes de eso, Scalise había sonado como posible contrincante de McCarthy en la carrera en la que está en juego convertirse en la tercera autoridad de Estados Unidos, después el presidente y la vicepresidenta.
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