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El gasto de los partidos de Estados Unidos alcanza niveles récord en las decisivas elecciones de este martes

La organización Open Secrets calcula en 16.700 millones de dólares el coste de los comicios que marcarán la segunda parte del mandato de Biden

Elecciones Estados Unidos
Carteles electorales demócratas ante una vivienda en la ciudad de Wilkes-Barre (Pensilvania).HANNAH BEIER (REUTERS)
Macarena Vidal Liy

Follow the money (”Siga el rastro del dinero”). El consejo que Garganta Profunda da al joven reportero Bob Woodward en la película Todos los hombres del presidente vale también para las elecciones estadounidenses. El flujo de donaciones es un excelente indicador para medir la importancia de la contienda y para predecir quién va a salir victorioso, aunque no siempre: Hillary Clinton puede dar fe tras el resultado de las presidenciales de 2016, que acabaron dando el triunfo a Donald Trump. Este año, los comicios del 8 de noviembre se han convertido en los más caros de la historia para unas legislativas. Y los republicanos llevan ventaja en la recaudación.

El coste de las elecciones de medio mandato del martes superará los 16.700 millones de dólares (una cantidad similar de euros), según los cálculos de la organización Open Secrets. En 2014 se recaudaron cerca de 14.000 millones de dólares, ajustados por la inflación. Los candidatos a puestos federales y sus comités políticos habrán gastado unos 8.900 millones de dólares, mientras que los candidatos a puestos en los distintos Estados, los comités de partido y los comités que siguen los distintos referendos que también se someten a consulta este martes recaudarán otros 7.800 millones, calcula la entidad no gubernamental.

”Nunca unas elecciones de medio mandato han visto tanto dinero como las de 2022 en los niveles federales o de los Estados”, declara la directora ejecutiva de la organización, Sheila Krumholz. “Estamos viendo cómo se baten récords de gasto en todos los niveles electorales”, añade.

Lo que está en juego es mucho. Tras las elecciones de 2020, los demócratas controlan la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso: el Senado y la Cámara de Representantes. Pero su control es limitado. Su mayoría en la cámara baja es de apenas un puñado de congresistas. En el Senado, están empatados con los republicanos, con 50 escaños cada uno, y dependen del voto de oro de la vicepresidenta, Kamala Harris, para desempatar.

Los republicanos aspiran a arrebatar ese control del poder legislativo a los demócratas. Tras un año de descontento entre el público por la grave inflación y la subida de los precios de los productos básicos, las encuestas dan casi por garantizado que conseguirán la mayoría en la Cámara de Representantes, donde están en juego los asientos de los 435 congresistas.

En el Senado, donde se renueva un tercio de los asientos, la batalla es especialmente encarnizada. Los demócratas no pueden permitirse retroceder un solo escaño. Y los republicanos han puesto toda la carne en el asador para arrancárselos. Con todo en juego, Estados como Pensilvania, Georgia, Nevada, Arizona u Ohio prometen ser los más reñidos el martes y los que finalmente arrojen la victoria de un lado o del otro. En los cuatro primeros se ha superado el gasto de 200 millones de dólares en anuncios.

Agenda legislativa de dos años

El partido ganador logrará el vellocino de oro: marcar cuál será la agenda legislativa de los próximos dos años. Si continúan las investigaciones sobre el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, como quieren los demócratas, o si se abre una pesquisa sobre los negocios de Hunter Biden, el hijo del presidente, Joe Biden, como amenazan los republicanos. Si se aprueban medidas para una reforma migratoria o se estrecha aún más el control de las fronteras. Si se consagra a nivel federal el derecho al aborto o si se prohíbe la interrupción voluntaria del embarazo en todo el territorio nacional. Si continúa la asistencia incondicional a Ucrania o se mide con lupa el gasto en la guerra.

En un país cada vez más polarizado, el control del poder legislativo resulta fundamental. A lo largo de las últimas décadas, y especialmente a partir de la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump en 2017, ha quedado claro que los políticos en el poder legislarán en favor de quienes los favorezcan, y en contra de quienes no lo hagan.

Y sus simpatizantes han reaccionado en consecuencia. Las donaciones han ido rompiendo récords ciclo tras ciclo electoral. Y sobre todo desde que en 2010 una sentencia del Tribunal Supremo permitiera a empresas y grupos de interés destinar tanto dinero como quisieran a fines políticos, sin necesidad de divulgar las cantidades que gastan. Es algo que sí tienen obligación de hacer las campañas de los partidos, los candidatos y sus comités de acción política (PAC, por sus siglas en inglés, grupos de apoyo y recaudación de fondos). Esto ha convertido al dinero oscuro en uno de los grandes protagonistas de las campañas electorales. Un dinero cuyo rastro es difícil de seguir, pese al consejo de Garganta Profunda —una expresión de la película: en la vida real, Mark Felt, el agente del FBI que en 2005 confesó ser la fuente oculta que desveló el Watergate, jamás pronunció esa frase—: unos grupos pueden donar a otros, un millonario cubrir su nombre. Durante años, los demócratas han reclamado transparencia sobre esas cantidades y sobre redes financieras que se mueven entre bambalinas para apoyar a un candidato de uno u otro color. Pero tanto ellos como los republicanos se han beneficiado de modo extraordinario de estas donaciones; especialmente en las elecciones de 2020, donde se movilizaron los grupos para evitar la reelección de Trump.

Ahora, esa tendencia parece haberse invertido a medida que los vientos políticos de 2022 parecen soplar del lado republicano. Según el grupo de presión Americans for Tax Fairness (”estadounidenses por la equidad fiscal”), los muy multimillonarios de EE UU han invertido cerca de 1.000 millones de dólares en esta campaña, un 44% más que en las últimas legislativas en 2018. Es una cifra récord que implica que los extremadamente pudientes aportan más del 7% del total al gasto electoral.

Y los multimillonarios prefieren a los republicanos. Por cada dólar destinado a beneficiar a los demócratas, han invertido dos a favor del partido más conservador. De los 25 primeros, 18 favorecen al Grand Ol’ Party (GOP, como se conoce popularmente a los republicanos). El principal donante es, según las listas del grupo de presión, George Soros, con 128 millones en favor de los demócratas. Pero esa cantidad es engañosa: la mayor parte de ese dinero ha ido a parar al PAC que fundó, y que a su vez solo ha desembolsado unos 15 millones de dólares. Tras él, el multimillonario políticamente más generoso es el magnate naviero Richard Uihlein, que junto a su esposa Elizabeth ha donado 67 millones a favor de los republicanos. El tercero de la lista es el gestor de fondos de riesgo Ken Griffin, con 66 millones de dólares también para los republicanos.

Los demócratas han redoblado sus esfuerzos para conseguir contribuciones de los pequeños donantes: una táctica que resultó tremendamente efectiva en 2008 y que impulsó a la victoria a la campaña a la presidencia del entonces senador Barack Obama. Pero en esta ocasión, las recaudaciones se ven lastradas por el menor poder adquisitivo de los votantes de a pie a causa de la inflación. Algo que convierte las donaciones de los muy ricos en un dinero aún más importante.

“La recaudación muy activa de dinero a comienzos de 2021 y unas primarias republicanas competitivas contribuyeron a que a principios de este año se rompieran los récords, pero a medida que ha avanzado 2022 hemos visto que los candidatos informan de contribuciones más modestas”, ha indicado la directora de investigación de Open Secrets, Sarah Bryner. “Esto podría venir causado por motivos que van desde el cansancio de los donantes a las presiones financieras motivadas por la inflación. Tenemos que ver si esto es una anomalía o el principio del agotamiento de la locura en las recaudaciones de fondos que hemos visto en los últimos cuatro años”.

¿En qué se emplea tanto dinero? Además de en pagar los actos y al personal movilizado para las campañas, va a parar, sobre todo, a los anuncios. Los dos partidos han destinado casi 10.000 millones de dólares a la compra de espacio para divulgar su propaganda política en los medios. La de los demócratas se refiere en su mayoría al derecho al aborto. La de los republicanos, a la carestía de la vida y al aumento de la criminalidad.

Quién ganará las elecciones, se sabrá a partir del martes. Pero el consejo de Garganta Profunda, o su encarnación cinematográfica, Hal Holbrook, sigue muy vigente. Follow the money.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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