Las encuestas recuperan su credibilidad en Brasil
Los sondeos aciertan en la victoria de Lula contra Bolsonaro y lo apretado del resultado final; desacreditan con ello las dudas bolsonaristas, pese a la falta de pronóstico sobre millones de indecisos
Había muchos ojos puestos en los encuestadores brasileños hoy. Más de lo habitual en un país con más de 200 millones de almas y uno de los motores económicos más poderosos del mundo. La elección entre Lula y Bolsonaro difícilmente podría poner en juego más cosas: la estabilidad de la democracia más grande de América Latina; el control político de fuentes de recursos clave (incluyendo como “recurso” la captura de CO2 y emisión de oxígeno desde los territorios amazónicos); la batalla definitiva entre izquierda y derecha (aunque ni es la primera ni será la última, el perfil de esta era especialmente nítido); y, por supuesto, el futuro de la ciudadanía brasileña. Todas esas preguntas se resumían en una sola: quién iba a ganar y por cuánto. El consenso de las encuestas acertó en la primera y aproximó notablemente la segunda: ganaría Lula, y lo haría por poco.
Durante la última semana el promedio de sondeos ponía al expresidente por delante entre 1,4 y 2,6 puntos. El resultado final acabaría en esa estrecha banda: 1,8. Esta es, realmente, la prueba más dura de precisión que se le puede pedir a una elección apretada de segunda vuelta.
Especialmente después de lo que sucedió el pasado 2 de octubre. Entonces los sondeos acertaron en todo (quién quedaría primero, quién segundo, si habría segunda vuelta) menos en una cosa: el nivel de voto de Bolsonaro, que infra-estimaron de manera significativa. El actual presidente aprovechó la circunstancia para rematar su batalla principal contra todas las instituciones electorales, estatales o de la sociedad civil. Este error le daba un argumento perfecto para seguir alimentando su tesis del “ganaré, si nada raro sucede”. En este caso, el fallo de las encuestas contaba en ese cajón “raro” según Bolsonaro, pese a que errores de esa magnitud son habituales en todos los países, momentos y direcciones ideológicas imaginables, obedeciendo casi siempre a sesgos metodológicos. Pero el caso es que esta línea de discurso puso una diana aún más intensa sobre las encuestas de cara a la segunda vuelta.
De hecho, en el grupo entraron nuevas, y tres de ellas anticiparon hasta el último momento una victoria de Bolsonaro. A pesar de este fallo en lo fundamental, no han sido las que han sacado un peor error absoluto agregado (el resultado de sumar los errores, positivos o negativos, que la última encuesta publicada de cada casa tuvo sobre ambos candidatos).
Esto sugiere que, efectivamente, las encuestadoras más establecidas siguen teniendo problemas para calibrar bien a Bolsonaro. Vale la pena mencionar que la mayoría de ellas ha mantenido un elevado volumen de votantes probables asignados a la categoría de indecisos hasta el último momento: más del 6%, algo así como la suma equivalente de quienes escogieron a un tercer candidato el pasado 2 de octubre. Como resultado, en realidad ambos candidatos estaban infra-estimados en el promedio, si bien el vencedor lo estaba menos que el perdedor.
De hecho, si se calcula el error del promedio con indecisos y el del promedio sin ellos (como si no contasen para el cálculo de la base de votantes), el error se reduce notablemente hasta casi desaparecer. La media de encuestas sin indecisos casi pronosticó el resultado final, con unas pocas décimas de exceso para Lula y defecto para Bolsonaro.
Todo esto sugiere que la elección brasileña ha sido un ejemplo más de examen para los métodos de encuesta en un entorno extremadamente polarizado. Si en este caso ha sido superado probablemente se deba a una conjunción de factores: poder publicar hasta casi el día de la votación (lo que captura mejor las decisiones de último minuto), disponer de un plantel plural de encuestadoras (más amplio en la segunda vuelta que en la primera), y quizás (pero esto sólo lo sabe cada casa) ajustes hechos entre el 2 y el 30 de octubre. Pero ese alto porcentaje de votantes probables no asignados seguía flotando como una espada sobre los pronósticos. Una que podría haber caído del otro lado, quedando disponible para ser empuñada una vez más por quienes consideran que tienen algo que ganar con el daño a los datos.
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