Lula llega a las elecciones con una ventaja de solo 2,5 puntos sobre Bolsonaro en las encuestas
El expresidente ha visto reducida su ventaja, y ninguno de los dos llega al 50% en los sondeos; el resultado queda en manos del 6,8% de votantes probables que todavía está indeciso
Lula da Silva le ganaría la presidencia a Jair Bolsonaro por un margen reducido y sujeto a una elevada incertidumbre, según el último promedio de encuestas calculado por EL PAÍS. La ventaja del candidato izquierdista está no solo dentro de los márgenes de error habituales en los sondeos, sino también muy por debajo de la tasa de votantes que aún se estiman como indecisos.
La línea que muestra el promedio para cada candidato no se ha movido excesivamente durante el mes que ha pasado desde la primera vuelta: Lula nunca ha pasado del 49% con el que empezó, ni ha bajado del 47%. Bolsonaro se ha movido en un margen todavía más reducido: 43,7% a 45,6%. La dispersión de las encuestas específicas ha sido mayor: mientras en la primera vuelta no había sondeos que dieran la victoria al actual presidente, algunos ahora sí la vaticinan. Pero también se trata de casas encuestadoras con un historial menos nítido.
Las más establecidas en el país siguen anticipando una derrota de la derecha, si bien con márgenes notablemente variables: AtlasIntel le da 6,4 puntos de ventaja a Lula en el resultado final. Pero Paraná Pesquisas apenas 0,6 puntos. Cierto es que buena parte de esta variación obedece a la asignación o no de indecisos en la estimación: estos siguen suponiendo casi tantas personas como las que votaron por la tercera y el cuarto candidato eliminados tras la primera vuelta. El escenario central en los mercados de predicción es de victoria de Lula con un 75% de probabilidades, pero con variaciones en los últimos días en las dos direcciones que señalan la incertidumbre que rodea a los datos demoscópicos, principal fuente de información de quienes participan en estos ejercicios de pronóstico.
Estos números alimentan el temor de una noche electoral larga y disputada, con posibilidad de que el perdedor no reconozca los resultados, una duda alimentada por Bolsonaro durante toda la campaña.
El actual presidente ha usado fórmulas del tipo “si [la Comisión de Transparencia] no muestra nada anormal, no hay razón para dudar del resultado de las elecciones”, y las encuestas también han sido blanco de sus disparos retóricos oblicuos. Especialmente después del desvío que, efectivamente, tuvieron con su candidatura antes del pasado 2 de octubre. La noche del debate electoral, sin embargo, pareció reforzar la idea de que, finalmente, acatará lo que digan las urnas, cualquiera que sea el resultado final. “No hay dudas, el que tenga más votos se lo lleva. Eso es la democracia”, dijo.
Los sondeos anticipaban una ventaja de 10 puntos para la izquierda en la primera vuelta, pero el resultado final fue mucho más cerrado: 5,2 puntos. La polarización activó la coordinación de voto anti-Lula en torno al actual presidente, prácticamente quitando del radar a terceros candidatos. Las encuestas corrigieron al alza después de aquel resultado, y la brecha entre ambos empezó el 3 de octubre en 5,3 puntos para marcar un mínimo de 1,4 en la penúltima semana. Finalmente, la media de sondeos cierra en una ventaja de 2,5 para Lula, igualmente exigua. Y, desde luego, muy por debajo del 6,8% de ciudadanos que son clasificados como votantes probables por las encuestas, pero que no saben (o no declaran) su preferencia.
De ellos dependerá el resultado final. Si se quedan en casa, o si la mayoría apuesta por Lula, la ventaja se acercaría más o superaría los 3 puntos para el expresidente. No es una brecha grande, pero quizás suficiente para aplacar las tentaciones de no reconocimiento del resultado final que orbitan en los discursos de Bolsonaro.
Ahora bien: si el actual presidente logra atraer a una mayoría de indecisos, entonces Brasil puede encontrarse el domingo por la noche con resultados tan cerrados en los que un punto porcentual (es decir, menos de 2 millones de votos en un país habitado por 200 millones de personas) lo decide todo en una dirección o en otra. Este es, probablemente, el escenario más temido dentro y fuera del país: un final tan apretado que deje abierta la posibilidad de disputa posterior, tanto en las instituciones como en las plazas públicas.
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