Lula gana, pero la batalla continúa
La exigua victoria aumenta los temores sobre la posible reacción del bolsonarismo y el futuro de la convivencia en el país
Lula da Silva ha ganado, pero las urnas brasileñas arrojan un paisaje inquietante. Tras un escrutinio propio de un thriller, los resultados dibujan con más nitidez aún el retrato que dejó la primera vuelta, hace un mes: la de un país escindido y cuya convivencia se adivina cada vez más problemática. La primera prueba será la reacción del bolsonarismo al estrechísimo triunfo de Lula, después de estar alimentando durante tres años relatos delirantes para minar la credibilidad de un sistema de votación que ha vuelto a demostrar su gran eficiencia.
La victoria de Lula frena de momento la imparable degradación de la democracia que ha supuesto el mandato de Jair Bolsonaro. Brasil se jugaba este domingo mucho más que la elección del presidente. En disputa estaba la continuidad del sistema democrático construido a partir del fin de la dictadura, en 1985, o la deriva del país hacia una especie de Venezuela en versión de extrema derecha, un proyecto que Bolsonaro había explicitado de forma transparente en sus palabras y en sus hechos. El golpe se ha parado, pero la batalla continúa.
¿Qué hará ahora Bolsonaro, aún en el cargo hasta el 1 de enero? O peor aún, ¿qué harán los bolsonaristas? Lo ocurrido en los últimos días de campaña no parece preludiar nada bueno. Un exdiputado estrecho aliado suyo se lio a tiros con la policía que iba a detenerle y una parlamentaria de su cuerda encañonó con un revólver a un transeúnte que la increpó en una calle de São Paulo. En cuanto al presidente, se inventó un falso boicot de emisoras de radio a su publicidad electoral, lo que sirvió a uno de sus hijos —el bolsonarismo es también una corte familiar, con las redes sociales como campo de recreo— para pedir que se suspendiese la segunda vuelta de las elecciones.
El coste de la derrota para Bolsonaro puede ir mucho más allá de la pérdida de la presidencia. Sobre él pesan unos cuantos asuntos susceptibles de complicarle en responsabilidades penales, ahora ya sin la protección legal de la jefatura del Estado: su negativa a comprar vacunas contra la covid, las sospechas de corrupción entre sus hijos y su Gobierno, sus vínculos con el crimen organizado… No falta gente dispuesta a sentarlo en el banquillo y él lo sabe. Y eso lo hace más peligroso aún.
El tamaño de la fractura queda en evidencia al comprobar que los cinco millones de votos de ventaja que Lula sacó a Bolsonaro en la primera vuelta se han reducido ahora a dos. El veterano líder del Partido de los Trabajadores (PT) deberá lidiar con este país escindido, con un Congreso hostil y con millones de ciudadanos que se han entregado a la realidad paralela construida por el bolsonarismo en sus campañas de intoxicación masiva a través de las redes sociales, eso que en Brasil llaman el “gabinete del odio”. Un cóctel explosivo, incluso para el probado talento político de Lula.
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