Cuando Lula presume de logros que cambiaron vidas en Brasil, los Pereira asienten nostálgicos
Visita a una familia de Jardim Angela, un barrio de São Paulo que fue de los más peligrosos del mundo, para rememorar las conquistas sociales de los Gobiernos progresistas
Tres banderas pequeñas de plástico con la foto de Lula y el número 13 ondean en la fachada de la casa de los Pereira. Es jueves y restan pocos días para la segunda vuelta. En este hogar nadie tiene la más mínima duda de que el domingo tecleará el número 13 y, cuando aparezca la foto de Luiz Inácio Lula da Silva, pulsará confirmar. La razón es muy sencilla: “Porque lo que dice en los anuncios electorales es verdad. Lo vimos. Lo vivimos. Y sabemos que no es mentira”, dice Elisete Teixeira Pereira, de 66 años, administrativa jubilada. Cuando Lula dice que el pueblo tiene derecho a volver a ser feliz, a disfrutar los fines de semana con picanha (una carne de calidad) y una cervecita —uno de sus lemas mas celebrados—, en el hogar de los Pereira suspiran con nostalgia.
Vienen a la cabeza aquellos sábado en que cada familia colocaba su parrilla en la calle y disfrutaban de un churrasco al ritmo de Zeca Pagondinho tronando de un altavoz. La humareda era impresionante, recuerda en el patio ajardinado de su casa en Jardim Angela, un barrio de São Paulo que llegó a ser uno de los puntos más violentos de Brasil. No queda lejos del circuito de Interlagos. Los Gobiernos progresistas de Brasil trajeron cambios importantes a esta familia, como a millones. Nace ahí su fidelidad y admiración hacia el expresidente y el Partido de los Trabajadores (PT).
La señora Pereira, que empezó a trabajar como ayudante de cocina a los 12 años y a los 15 años entró en la industria metalúrgica, vio cómo su ahijada, “hija de una empleada doméstica”, estudiaba en la Universidad pública gracias a las cuotas. “Mi sobrina, también hija de empleada doméstica, es abogada. ¿Ve? Sabemos que lo que dice Lula no es mentira”, insiste. Su hijo, Otavio, de 28 años, es licenciado en Psicología.
Una generación de trabajadores manuales vio con cierta incredulidad y orgullo infinito cómo sus hijos accedían a la educación superior. Los Pereira y otras muchas familias tuvieron por primera vez un universitario. Las políticas de inclusión y de distribución de renta de las que tanto presume Lula abrieron la puerta a oportunidades antes impensables y a bienes materiales, inalcanzables. De ahí su fidelidad al expresidente. La mera posibilidad de que Bolsonaro o sus afines puedan gobernar la nación o São Paulo los pone nervioso.
En 2005 los Pereira pudieron comprarse su primer coche, un Volkswagen escarabajo de 1976. “Era verde, bien bonito. De repente, íbamos a por gasolina y nos plantábamos en Santos, en la playa”, recuerda su marido, Wilson Roberto Pereira, de 68 años, un enfermero jubilado. Recorrer aquellos 90 kilómetros al volante para darse un chapuzón era un lujo para gentes acostumbradas a trabajar de sol a sol desde la adolescencia. Por primera vez tomaron un avión. Lula suele contar en los mitines que a los brasileños privilegiados les pone de los nervios que los pobres vuelen. “Se quejan diciendo que los aeropuertos parecen paradas de autobús, ¡pero es que a los pobres también les gusta la buena vida!”, proclama.
Otavio recuerda su primer viaje aéreo. Era un crío y aquello fue una aventura improvisada por su padre porque era fin de año y echaba de menos a su madrina. Tomaron dos buses hasta el aeropuerto y allí compraron billetes para volar ese mismo día a Maringá (Paraná), tierra natal del señor Pereira. “No sé si pagó en efectivo o a crédito, pero allá fuimos”, cuenta aún emocionado.
Él ha vivido toda su vida en esta casa. Recuerda que en aquella añorada época asfaltaron la calle, que era de tierra. Por fin podía jugar al fútbol con sus colegas incluso los días de lluvia, sin que la pelota quedara atrapada en el lodazal. Es la misma calle de las barbacoas con el vecindario. “Antes del Gobierno Bolsonaro había bife cuando llegaba el sueldo, ahora hay pollo, longaniza y huevos”.
En casa de los Pereira, como en Brasil en general, no les preocupan nada los 77 años que acaba de cumplir Lula. “Al contrario, creo que es un incentivo para hacer más cosas porque será su último mandato”, dice Otavio.
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