Raíles destrozados y catenarias derribadas en Balakliia, el territorio liberado en el este de Ucrania
Una expedición de la compañía de ferrocarriles ucrania se adentra en la zona desocupada por los rusos para restablecer cuanto antes la comunicación, entre restos de misiles, bombazos y raíles reventados
El humo de la detonación controlada de un artefacto inunda la vía del tren que a lo largo de 70 kilómetros lleva de la ciudad de Járkov a Balakliia, una de las localidades que el ejército de Ucrania acaba de liberar de la ocupación rusa. Sobre los guijarros y las traviesas aparecen restos de todo tipo de munición, desde carcasas de misiles Grad a balas de distinto calibre o granadas de mortero. Hay cráteres de diferentes tamaños que marcan los lugares de las explosiones. En algunos puntos, el doble trazado de la vía se ha visto afectado y los raíles aparecen reventados de cuajo. También las torres que sostienen las catenarias, tumbadas en algunos casos. Durante cientos de metros la vía aparece cubierta por los cables. También ha sido pasto de los ataques el puente que cruza sobre el río.
El panorama no invita a pensar que las reparaciones van a ser rápidas en un trayecto por el que hasta el 24 de febrero, cuando comenzó la invasión rusa, pasaba una decena de convoyes cada día. Aquel día, los trenes ya no circularon. Los invasores tomaron las riendas de esta zona pronto y estas vías llevan huérfanas de máquinas y vagones más de seis meses. No de otro tipo de actividad, sin embargo, porque algunos tramos han sido escenario de intensos combates. Los árboles dañados, decenas de casquillos, granjas destrozadas y algún apeadero destruido guardan el recuerdo de la batalla.
Ahora, recuperado el terreno en medio de la desbandada rusa, las autoridades de Kiev quieren restablecer la normalidad cuanto antes, como ya hicieron en abril, una vez quedaron liberados los alrededores de la capital. “Esto lo tenemos arreglado en unas horas”, asegura este lunes desbordando optimismo Oleksander Kamyshin, el director general de la compañía ferroviaria Ukrzaliznytsia. Se trata del primer empleador del país, con más de 230.000 trabajadores, y uno de los constantes objetivos de los ataques de las tropas rusas, conscientes de que el transporte por tren es esencial en esta guerra tanto para personas como para mercancías.
Acostumbrado a moverse con rapidez en cuanto el conflicto lo requiere, Kamyshin ha querido ser el primero en adentrarse por las vías y comprobar en directo los daños. Forma parte de una expedición, en la que ha estado integrado EL PAÍS, que a lo largo de todo el lunes ha analizado de cerca qué es necesario reparar para que la comunicación se restablezca cuanto antes. “De inmediato”, recalca el máximo responsable de los ferrocarriles. Pero, aclara, lo primero es la seguridad y, para ello, hay que acabar el trabajo de desminado.
Una máquina de tren con una plataforma para reparar catenarias traslada al grupo de una decena de personas, incluido el maquinista, dos guardaespaldas de Kamyshin y el reportero. El viaje no está exento de sorpresas. En uno de los pequeños pasos a nivel, pese a que el operario desde el cuadro de mandos acciona sin parar la bocina, un blindado cargado de tropas atraviesa a pocos metros. Tiran hacia adelante sin percatarse de que casi provocan un accidente.
“Hacemos lo posible y lo imposible por recuperar cuanto antes la movilidad de los ciudadanos, el reparto de ayuda humanitaria, el cargo para impulsar la economía… recuperar, en definitiva, nuestro ritmo de vida”, explica Kamyshin. Es consciente de la gran contraofensiva que ha liberado estos días casi toda la región de Járkov, es importante no solo para que Ukrzaliznytsia retome su actividad. La zona de la que están expulsando a los rusos es esencial para que les llegue el abastecimiento desde su país, a medio centenar de kilómetros. Pero el jefe de los ferrocarriles aclara que, más allá de Balakliia, las ciudades de Kupiansk e Izium albergan todavía algunas bolsas de resistencia y no tiene en la agenda estos días restablecer las comunicaciones por tren.
Le acompañan, entre otros, dos de sus hombres de máxima confianza, los responsables de infraestructuras y pasajeros, así como el jefe de la región de Járkov. Se toman su tiempo en avanzar por un trazado por el que la máquina va muy despacio. Fuera, el paisaje transcurre entre llanos y pequeñas ondulaciones salpicadas por casas de campo y la leve lluvia. Observan inmóviles algunas estaciones que llevan a pie de vía más de un siglo. Otros son pequeños apeaderos en desuso. Hasta que llega a un punto, ya cerca de Balakliia, en el que la expedición no puede seguir mientras no se hagan las reparaciones necesarias. Entonces Kamyshin desciende, echa pie en tierra y comienza a andar, andar y andar vía adelante con el grupo. Antes, los encargados de la seguridad advierten de que, por el peligro de minas, no haya movimientos más allá de un metro de las vías. El director de los trenes, de 37 años, acompaña y pregunta a varios integrantes del cuerpo que estos días se encarga de desminar las zonas liberadas. A veces, cuando aparece algún artefacto, bromea con los empleados, equipados con chalecos antibalas y cascos, y se aleja como si se esperara una explosión inminente. Andrii Stepanect, uno de esos trabajadores, se queda atrás y espera a que el grupo se aleje para dirigir la detonación controlada.
Kamyshin observa cada detalle. Todo lo pregunta y fotografía. “Mira los raíles oxidados… están así porque llevan seis meses sin usarse”. Y se agacha a llevarse el color rojizo de recuerdo. Más adelante, se echa al bolsillo algunas balas de recuerdo. El director general de los ferrocarriles es un rabo de lagartija al que han de advertirle que es peligroso que se suba en la plataforma de la máquina en marcha porque puede ser derribado por los cables. Durante el trayecto también mantiene reuniones y charlas improvisadas en el pequeño espacio disponible sobre el devenir del conflicto o sobre cómo acelerar la apertura de nuevas rutas. Choca acompañarlo sobre el terreno pocos días después de que recibiera en Kiev al secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken. Lo hizo dentro del programa diplomacia de hierro, que es el que permite a autoridades de todo el mundo moverse en tren en un país cuyo espacio está cerrado para la aviación que no sea de guerra.
Ya de regreso, con la noche echándose sobre Járkov, la cabina de la máquina es escenario de un pícnic improvisado con pan, embutido y tomate. Alguno logra pegar una cabezada en medio del traqueteo y Kamishin, uno de los hombres más decisivos en esta guerra, saca el móvil y se apresura a capturar el momento con sonrisa pícara.
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