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El fenómeno de los Kévin en Francia: se reivindican tras años de burlas y tocan poder

Dos diputados llamados así por una moda de los noventa entran en el Parlamento y un documentalista prepara una película para defender el nombre ante los estereotipos

Marine Le Pen
El diputado Kévin Pfeffer, a la izquierda, con la líder de Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, y el presidente del partido, Jordan Bardella, en una imagen publicada en Twitter, el pasado 2 de abril.Twitter de Kévin Pfeffer (@K_Pfeffer)
Marc Bassets

Son pioneros, a su manera. Ambos se llaman Kévin. Kévin Pfeffer y Kévin Mauvieux. Son treintañeros. Crecieron en familias obreras del norte de Francia, lejos de las ciudades cosmopolitas y de las élites al mando del país. Son los primeros diputados con el nombre Kévin en la Asamblea Nacional. Pertenecen al Reagrupamiento Nacional (RN), el partido de extrema derecha que lidera Marine Le Pen.

Podría parecer una anécdota. No lo es.

“El nombre de pila es un formidable captador, porque establece el vínculo entre la esfera individual y la colectiva”, explicó hace unos años el politólogo Jérôme Fourquet tras publicar L’archipel français (El archipiélago francés), un libro en el que, entre otros indicadores, usaba los nombres para explicar los cambios sociales y políticos de Francia. “Y además”, añadió, “arrastra muchos significados”.

Pocos nombres acarrean tantos “significados” hoy en este país como Kévin o Kevin, el más popular para recién nacidos en Francia durante la primera mitad de los años noventa.

“Desde hace años soy reticente a dar mi nombre en grupos con gente que no conozco. Tengo miedo de las ideas que tengan a priori. Hay estereotipos. Cuando estoy con alguien a quien no conozco, temo que me coloquen una etiqueta. El lugar común asociado a Kevin es que se trata de una especie de beauf [cuñado] que tunea su coche o que sigue la telerrealidad, o una persona un poco menos inteligente”.

Quien habla es otro Kevin (este, sin acento): Kevin Fafournoux, documentalista. Fafournoux prepara una película titulada Sauvons les Kevin! (¡Salvemos a los Kevin!) donde piensa reivindicar, “con la cabeza bien alta”, a la legión de Kevins hartos de burlas y estereotipos: desde chistes virales a un candidato en las últimas presidenciales, el ultra Éric Zemmour, que considera que estos nombres no deberían existir en Francia, por extranjeros.

“La idea es despertar un poco las consciencias”, explica Fafournoux, que ha recaudado, por crowdfounding o microfinanciación colectiva, 16.000 euros para el proyecto. “No se trata de ir de mártires, sino de reírnos. Pero también de mostrar que en la vida cotidiana [el nombre] puede ser una barrera”. Y reconoce: “Con una película, no cambiaré los lugares comunes. Lo que cambiará será tener Kevin en puestos de responsabilidad”.

La revancha de los Kévin

Fue el semanario L’Obs el que, al constituirse la nueva Asamblea Nacional tras las elecciones legislativas a finales de junio, destacó la insólita presencia de los dos Kévins en el hemiciclo. “La revancha de los Kévin”, se titulaba el artículo. Es el mismo título que una novela publicada en 2015 en la que el escritor Iegor Gran narraba la cruel venganza contra los intelectuales parisinos de un joven llamado Kevin. “Un Kevin no tiene derecho a ser un intelectual”, se quejaba el protagonista. “Puede ser profe de musculación, vendedor de impresoras, gerente de un súper, pero intelectual: imposible”.

El boom de los Kevin se prolongó entre 1989 y 1996: en este periodo, fue el primer nombre para los varones recién nacidos en Francia. Después decayó. En total, hay 160.000 registrados en el estado civil, según Fourquet.

La causa de la fiebre fue el éxito de actores como Kevin Costner o películas como Solo en casa, cuyo protagonista se llamaba Kevin. Pero, como explica Fourquet, la moda de los Kevin y de otros nombres en la lengua inglesa refleja corrientes de fondo en la sociedad. Ya quedan pocos nombres que atraviesen las barreras de las clases, como los viejos Marie o Jacques; ahora un nombre revela un estatus y una geografía.

El diputado Kévin Mauvieux, con la líder de Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, el 22 de junio pasado.
El diputado Kévin Mauvieux, con la líder de Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, el 22 de junio pasado.Twitter de Kévin Mauvieux (@MauvieuxKevin)

Fourquet señala que el mapa de los nombres anglosajones (presentes en mayor proporción en el norte industrial y minero y en parte de la cuenca mediterránea) recuerda a otro mapa: el del voto del Reagrupamiento Nacional, el antiguo Frente Nacional (FN). “Esta relativa correspondencia puede explicarse en parte por el arraigo significativo del FN entre los obreros y los empleados”, escribe en El archipiélago francés. “Se puede avanzar la hipótesis de que el voto por el FN traduce, en el plano electoral, el fenómeno de la liberación de toda una parte de las categorías populares, que han desarrollado su propia cultura”.

Esto no significa ni que todos los Kevin simpaticen con el RN —el documentalista Fafournoux, por ejemplo, deja claro que él no simpatiza para nada—, ni que todos provengan de las clases populares, ni que respondan a unos tópicos cargados de clasismo.

“Al principio, casi todos [los Kevin] eran hijos de obreros o de empleados, pero 30 años después, puesto que ha habido movilidad social en Francia, se los ve por doquier”, declara a L’Obs el sociólogo Baptiste Coulmont. “En estos momentos, asistimos a un momento muy particular en el que los estereotipos están dando un vuelco, porque hoy los jóvenes crecen con un maestro que se llama Kévin o un médico que se llama Kévin”. O un diputado.

“Soy hijo de un padre obrero y una madre contable”, dice el diputado Kévin Pfeffer (Forbach, 32 años) en los jardines de la Asamblea Nacional. “Mi mamá era fan de Kevin Costner”, aclara. “Mi padre, ya fallecido, era obrero de construcción, y mi madre, mujer de la limpieza”, explica al teléfono Kévin Mauvieux (Pont-Audemer, 30 años).

Ambos coinciden en que no es una anécdota que por primera vez haya dos Kevin en la Asamblea Nacional. Sostiene Pfeffer: “Entran diputados más jóvenes. Y hay quien ve en ello, y no es falso, un marcador social, porque el nombre Kevin no aparece en las altas esferas. No es un nombre burgués”. Corrobora Mauvieux: “Los franceses han decidido enviar a una nueva generación la Asamblea Nacional, y a diputados que conocen la vida verdadera, que proceden del pueblo y no de la ENA [Escuela Nacional de Administración, vivero de las élites francesas].

Los dos Kévin fueron a la universidad, pero no a establecimientos de élite como la ENA. Pfeffer, antes de entrar en política, trabajó en el servicio de control de calidad de un negociante de vinos en Alsacia. Mauvieux, en una aseguradora.

Pfeffer recuerda que, en su infancia, llamarse Kévin era lo normal. “Un año, en mi clase, éramos cuatro”, recuerda.

Mauvieux subraya que nunca se ha sentido discriminado por llamarse Kévin, pero explica que, en el mundo laboral, sí se encontró con gente que “amablemente” le comentaba sin conocer de él más que el nombre: “Qué bien haber salido adelante llamándose Kévin”.

Mauvieux constata que “la llegada de los Kévin a la Asamblea Nacional coincide con la irrupción con fuerza del Reagrupamiento Nacional, y ambos acontecimientos están ligados”. Y añade: “Hemos llegado a un punto en el que Francia está representada correctamente en el Parlamento.”

En la antigua Asamblea Nacional, el RN tenía ocho diputados, pese a haber sido finalista en las presidenciales de 2017 y de 2022. Ahora tiene 89, un máximo histórico. La Francia de Le Pen tiene un altavoz acorde con su respaldo popular. Además de los dos diputados Kévin, el presidente interino del partido se llama Jordan y uno de sus dirigentes, Steeve: nombres anglosajones.

Ahí puede esconderse otro peligro. Y es que a los injustos estereotipos que cuelgan del nombre Kévin y similares se añada otro: que se le identifique con el Reagrupamiento Nacional.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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