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El ‘cortocircuito Draghi’ en la política italiana

La posibilidad de que el primer ministro se convierta en jefe de Estado crea una situación de incertidumbre y bloqueo insólita

Mario Draghi, este martes durante una reunión del Senado, en Roma. Foto: MAURO SCROBOGNA /LAPRESSE (AP) | Vídeo: EPV
Daniel Verdú

El problema y la solución ante los retos de los próximos tiempos en Italia llevan el mismo nombre: Mario Draghi. El actual presidente del Consejo de Ministros no vería mal ser presidente de la República. O al menos no lo ha desmentido, como sí hizo hace siete años cuando sonó su nombre. “Soy un abuelo al servicio de la República”, deslizó cuando fue preguntado al respecto hace unas semanas. Es un nombre de prestigio, genera una importante unanimidad y reúne todas las cualidades para serlo. Es la solución a los próximos siete años en el palacio del Quirinal, cuyo presidente se elige a partir del día 24 de enero. El problema es que su nombramiento —sería la primera vez que un primer ministro pasa directamente a la presidencia de la República— dejaría vacante un puesto para el que nadie es capaz de encontrar un sustituto y podría provocar cortocircuito que terminase con elecciones anticipadas y el regreso a las clásicas turbulencias italianas. Cada vez son más las voces que piden que se quede donde está: dentro y fuera de Italia.

La legislatura no ha terminado (falta un año y medio) y quedan todavía reformas pendientes por ejecutar. También el comienzo del despliegue del Plan de Recuperación con fondos europeos —desde Bruselas se observa con muchísima atención lo que pueda hacer Italia con los más de 200.000 millones de euros asignados— y la nueva fase de la batalla contra la covid-19. El propio Draghi, que ha dado estabilidad y credibilidad internacional al país en este año, expuso algunos de esos retos en la rueda de prensa del pasado lunes. Pero nadie sabe si en dos semanas seguirá siendo el primer ministro de Italia, si caerá el Gobierno o si todo continuará exactamente como está (eso pasaría porque el actual jefe de Estado, Sergio Mattarella, aceptase a los 80 años prolongar su mandato, como piden cada vez más voces).

La incertidumbre, por primera vez en un año, es total. Llegan pequeñas señales desde el exterior y la prima de riesgo ha subido 30 puntos desde octubre. El expresidente del BCE, un maestro detectando el humor cambiante de los mercados, alega que la legislatura seguirá adelante esté o no él al frente del Ejecutivo. Pero parece complicado. Más todavía si se atiende a la necesidad de algunos socios de este Gobierno, como Matteo Salvini, de marcar un perfil propio desmarcándose de la línea unitaria de los últimos meses. Especialmente si Draghi, a quien se acudió hace un año por su enorme prestigio e imparcialidad, ya no es el aglutinador de esa mayoría.

Los parlamentarios cada vez están más convencidos de que la solución para evitar el caos —o la caída del Ejecutivo— pasa por convencer a Mattarella de alargar su mandato. “El problema fundamental es que Draghi no podrá encontrar un sustituto para terminar la legislatura tranquilamente. Si elige a un técnico como el ministro de Economía [Daniele Franco] parecerá que quiere manejarle desde el Quirinal. Y un político será difícil de aceptar por el resto de partidos. Así que votarle significaría ir a elecciones. Y los parlamentarios, cuya mayoría no repetiría tras esta legislatura, no están dispuestos a suicidarse alegremente”, apunta un veterano y experto diputado del Partido Democrático.

Mattarella ya ha dicho públicamente que no quiere repetir. Pero en su entorno se apunta desde hace meses que si la situación fuera extrema y pusiera en peligro la buena marcha del país, podría meditar alargar algún tiempo su mandato como un servicio a la República.

El último en exigir que el actual primer ministro permanezca en su puesto ha sido Silvio Berlusconi, que amenaza ahora en convertirse en un agente del caos si no se cumplen sus deseos. Il Cavaliere se ha empeñado en ser presidente de la República y absolutamente nadie en su entorno se atreve a decirle que quizá no sea buena idea. Tiene 85 años, ha pasado por varios procesos judiciales (algunos todavía en marcha) y pesa sobre su biografía una condena en firme y una inhabilitación por fraude fiscal. Al principio la mayoría lo tomó como una hipótesis extravagante que devolvía el sabor de finales del siglo XX a la política actual. Ahora, sin embargo, se ha convertido en un problema monumental para la coalición de derecha (Liga, Forza Italia y Hermanos de Italia), que corre el riesgo de desintegrarse mientras Il Cavaliere intenta a toda costa lograr los apoyos.

Berlusconi ha activado su maquinaria y el martes se instaló en Roma para hacer campaña —es el primero en la historia de la República que lo hace de forma tan descarada— y seducir a posibles parlamentarios indecisos de otros partidos. Más allá de su nombre, la derecha no tiene ahora mismo a otro candidato claro. Él no lo permite. Pero ninguno de sus socios le quiere, incluidos muchos miembros de Forza Italia. El problema es que el tres veces primer ministro ha comenzado ya con las amenazas. Si no le proponen, romperá la coalición, aseguran en su entorno. Y si Draghi fuese finalmente el elegido, lanzó él mismo el lunes por la tarde, provocará un tsunami en el Ejecutivo de unidad sacando a los tres ministros de su partido y creando una situación de difícil equilibrio que conduciría a unas elecciones anticipadas.

En las filas de la Liga y Hermanos de Italia empiezan a perder la paciencia con el asunto. “Es un problema enorme para el centroderecha”, señala uno de los pesos pesados de la coalición. “Él está obstinado y quiere hacerlo a toda costa, pero es una idea absurda. Ahora nos chantajea con que si no se le apoya, hace saltar la coalición. Y el lunes se atrevió a extorsionar a Draghi también”, insiste este parlamentario. “Ha generado un bloqueo tremendo. Y si fuera presidente sería un problema, también para el centroderecha y para el país. Imagine la prima de riesgo… Pero por desgracia tiene posibilidades. Ahora mismo hay un Parlamento lleno de gente que no repetirá en el cargo y que está dispuesta a escuchar su propuesta”.

Los miembros de las dos Cámaras se reúnen en Montecitorio (la Cámara de Diputados) a partir del 24 de febrero. Son 950 parlamentarios a los que se añaden los senadores vitalicios. Todos bajo unas reglas que permiten alargar ad infinitum las votaciones diarias —no se sabe todavía si se votará sábado y domingo también— para llegar a un acuerdo y en las que el quórum necesario desciende a medida que se avanza infructuosamente hacia la elección del candidato. En las tres primeras se necesitan dos tercios: es decir, 673 sobre 1008 parlamentarios. A partir de la cuarta, sirve solo la mitad más uno. Ahí pueden llegar las sorpresas.

El entorno de Berlusconi cree que puede contar con los números, sobre todo si logra pescar en el grupo mixto y en las filas de los descontentos del Movimiento 5 Estrellas. Y la realidad es que la situación de bloqueo, sumado a las bajas que puede haber por covid los días de la votación, pueden beneficiarle.

Una votación amenazada por la covid

El ritual para la votación del presidente de la República es una de las ceremonias institucionales más vistosas e importantes de Italia. Los parlamentarios de las dos cámaras, sumados a los representantes regionales, desfilan por la Cámara de Diputados en una votación diaria hasta que se llega al quórum necesario —dos tercios en las tres primeras rondas y mayoría absoluta en el resto—.

La Constitución es estricta en los métodos y no permite tampoco aplazar la fecha una vez fijada por el presidente de la Cámara de Diputados. El problema es que las cifras de contagios de la covid en Italia están disparadas y se prevé que alrededor del 10% de los 1.008 parlamentarios convocados tengan que ausentarse en alguno de los días durante los que se prolongue.

Los responsables de las cámaras no han establecido de momento ninguna alternativa. En los medios se han propuesto soluciones como una suerte de hotel para positivos con derecho a voto o el sufragio telemático, pero no parece que vayan a prosperar.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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