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Un terremoto paró el tiempo, otro lo resucitó

El desastre de Fukushima detuvo el reloj de un monasterio japonés; un nuevo seísmo lo ha puesto en marcha 10 años después

Sakano contempla el reloj de pared que ha vuelto a funcionar en su monasterio.
Sakano contempla el reloj de pared que ha vuelto a funcionar en su monasterio.
Macarena Vidal Liy

El terremoto y el subsiguiente tsunami que, el 11 de marzo de 2011, devastaron las prefecturas japonesas de Fukushima y Miyagi se llevaron por delante casi todo en el monasterio de Fumonji, dejando solo desolación y ruinas. Entre los escombros quedó un reloj de pared centenario, con sus agujas detenidas. El monje Bunshun Sakano, entonces de 48 años, lo recogió e intentó arreglarlo, una y otra vez. Siempre sin éxito. El agua había estropeado el mecanismo.

O eso parecía. Casi exactamente diez años después, el pasado 13 de febrero, otro terremoto volvió a sacudir el monasterio. Cuando inspeccionaba el salón principal en busca de posibles daños, Bunshun Sakano creyó oír un tictac. Miró bien. Y ahí estaba: el viejo reloj que todos habían dado por irreparable volvía a funcionar. Dos meses después, y aunque el monje temía que volviera a pararse en cualquier momento, sigue marcando las horas y minutos sin descanso.

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“Es una señal de ánimo. Nos dice que la recuperación de verdad está a punto de llegar” y que no hay que perder la esperanza, ha declarado el monje esta semana al diario japonés Mainichi Shimbun.

La relación de Sakano con el reloj es profunda y antigua. El monje lo encontró en una tienda de antigüedades años antes del terremoto: un reloj de pared clásico, redondo, de mecanismo de cuerda, diseño sobrio y unos 80 centímetros de diámetro. Fue fabricado por la firma Seikosha (la actual Seiko) en algún momento del final de la era Taisho (1912-1926) del emperador Yoshihito, o quizá a principios de la era Showa (1926-1989), cuando ya había comenzado a reinar el emperador Hirohito. A Sakano le gustó y lo compró para su monasterio. Colgado en la pared de la entrada, acompañó con su rítmica cadencia los trabajos diarios de los monjes.

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Y así fue hasta el fatídico 11 de marzo de hace una década, cuando un seísmo de magnitud 9 arrasó la prefectura de Fukushima y sus alrededores y desencadenó un violento tsunami, con olas de 15 metros. Y este, a su vez, dejó sin electricidad la central nuclear de Fukushima Daiichi, lo que generó uno de los peores accidentes nucleares de toda la historia. Más de 160.000 personas tuvieron que ser evacuadas.

El monasterio resultó muy dañado. Situado cerca del mar, en la prefectura de Miyagi, el oleaje arrancó de cuajo las paredes de todo el primer piso; solo quedaron en pie las columnas y el techo. El resto, escombros sumergidos en las aguas o enterrados en barro. De entre ellos, Sakano rescató el reloj. Aunque no funcionaba, decidió conservarlo como “uno de los pocos recuerdos que quedaban después del tsunami”.

Durante una década, el artilugio, aunque mudo, le sirvió de inspiración y compañía mientras intentaba reconstruir la comunidad destruida. Este año, el monje no pasaba por su mejor momento: la pandemia obligó a suspender los trabajos de voluntariado y las reuniones de vecinos, y él se preguntaba si debería cancelar definitivamente esas actividades y olvidarlo todo. Pero cuando el mecanismo volvió a funcionar, lo interpretó como una señal. “Quizá me está impulsando a seguir con una nueva determinación”, pensó entonces.

Consultado por el Mainichi Shimbun sobre la razón por la que el reloj ha vuelto a funcionar después de diez años detenido, un representante de Seiko considera que “quizá el péndulo, que se había parado, empezó a moverse otra vez debido a la sacudida del terremoto. O el polvo que se había acumulado dentro se desprendió”.

Sea cual sea el motivo mecánico, Sakano tiene claro cuál es el mensaje que le envía el reloj: “Ponerme en marcha de nuevo”. Le ha hecho caso: el monje ha vuelto a mirar hacia el futuro y desea relanzar sus trabajos. “La reconstrucción en serio empieza ahora”, comenta.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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