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El ataque bielorruso marca el camino de los conflictos del siglo XXI

La inmigración, la ciberdelincuencia o la manipulación de la información sirven como armas en las pugnas que se mueven en una ambigua zona gris entre paz y guerra

Conflicto Polonia Bielorrusia
Migrantes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, el pasado miércoles.STRINGER (EFE)
Andrea Rizzi

La crisis desatada por el envío de migrantes a la frontera polaca orquestado por el régimen bielorruso es un nuevo ejemplo de un modelo de conflictividad entre países que busca alcanzar objetivos por medios que no son pacíficos pero tampoco cruzan el umbral de la violencia. Es conocida como la zona gris de la conflictividad, un área de competición agresiva que se sitúa entre paz y guerra; existe desde siempre pero, por razones geopolíticas y tecnológicas, está adquiriendo en el siglo XXI nuevas modalidades, nueva intensidad, nueva peligrosidad.

En esta zona gris, los actores —estatales, o no— buscan por lo general evitar la detección de la acción o, en su defecto, la capacidad de atribuir la responsabilidad a un autor y la probabilidad de una represalia inasumible. Se utiliza una paleta de herramientas muy amplia, que va desde el uso de migrantes a la manipulación de la información, desde actos de ciberagresión a la utilización como arma de recursos estratégicos —bien sean naturales o tecnológicos—. El campo de batalla son las sociedades. Y, de forma cada vez más central, las mentes.

“Es importante distinguir lo nuevo de lo viejo”, comenta en conversación telefónica Hanna Smith, directora de investigación y análisis del Centro Europeo de Excelencia contra Amenazas Híbridas, con sede en Helsinki. “Intentos de influencia e interferencia en las sociedades de los adversarios han ocurrido siempre. Pero en el mundo actual hay ciertos cambios en el entorno de la seguridad que han permitido llevarlas a cabo de nuevas maneras”.

Smith apunta algunos de los rasgos diferenciales. “En primer lugar, hay nuevos instrumentos ofrecidos por la tecnología. Después, este nuevo entorno tecnológico y mediático facilita convertir una fortaleza de la democracia, la libertad de expresión, en una debilidad. Y luego hay el contexto geopolítico, en el que las guerras abiertas entre Estados son cada vez menos probables, pero a la vez hay una inestabilidad que fomenta una fuerte competición, un desafío a aquellos en la posición tradicionalmente dominante, es decir las democracias occidentales”.

Este cóctel de nuevas armas digitales y de abierto cuestionamiento por parte de China y Rusia del orden liderado por Estados Unidos (pero con la conciencia de una inferioridad que aconseja tácticas asimétricas más que choques frontales) propicia mucha actividad en la zona gris. El objetivo, por lo general, es avanzar intereses nacionales debilitando a los adversarios. La táctica suele ser sembrar discordia en sus sociedades, desconfianza hacia las instituciones o el sistema en su conjunto, dividir aliados, promover liderazgos dañinos, influenciar la manera de pensar de la opinión pública. A continuación, una sintética recopilación de algunos de estos campos de batalla grises del siglo XXI, de los que Europa del Este está siendo un laboratorio especialmente avanzado.

Inmigración. Líderes de la UE no han dudado en calificar la operación bielorrusa de “ataque híbrido”. La acción de Minsk es una variante evolucionada del uso de inmigrantes para crear problemas al adversario. La táctica se ha usado en el pasado, pero en este caso hay una sofisticación que consiste en la búsqueda activa de personas en países lejanos para los que Bielorrusia no es una vía natural de tránsito. Algo parecido hizo Marruecos en mayo propiciando la llegada a Ceuta de miles de migrantes en pocas horas, pero en ese este caso la logística no contemplaba acarrear personas desde países lejanos. La lógica de fondo, sin embargo, es similar. Utilizar una cuestión, como la migratoria, que es una herida abierta en las sociedades occidentales, que fomenta polarización, que pone en evidencia contradicciones entre valores e intereses, que da alas a partidos extremos. A este objetivo de debilitamiento se suma la expectativa de cosechar posibles rendimientos concretos. Erdogan ha repetidamente jugado esta baza en un marco de negociación con la UE para lograr contrapartidas para retener y atender a millones de refugiados sirios en Turquía. La UE ha aceptado desembolsar 6.000 millones.

Franz-Stefan Gady, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres especializado en los conflictos del futuro, considera que la operación bielorrusa ha “fracasado” en sus objetivos. “Polonia y la UE han cerrado filas y hay una renovada determinación para contrarrestar las actividades subversivas de Bielorrusia y Rusia. Tampoco se ha producido un debilitamiento de la cohesión dentro de la OTAN”.

Información. Es un campo de batalla principal de la zona gris del siglo XXI. Las actividades de propaganda, agitación de la opinión pública y difusión de bulos no son nuevas. Lo que sí es nuevo es el entorno en el que ahora pueden llevarse a cabo estas tácticas y los medios. “El mundo está más interconectado que nunca. En la esfera de la información hay posibilidades infinitas, y en un entorno tan grande es más fácil confundir los receptores de los mensajes”, dice Smith. “En el pasado las cosas estaban más claras, era más inteligible de donde y con qué intención un mensaje. Ahora la atribución es más difícil que nunca”. Además, la tecnología permite una capacidad de difusión —en términos de velocidad, amplitud y precisión— impensable antaño. Gady subraya el papel de la inteligencia artificial porque su “potencial de amplificar la polarización puede tener un impacto directo negativo sobre la seguridad nacional”.

Educación. Pero el pulso por el control de las mentes tiene caminos menos obvios. “Todo el mundo concentra la mirada en los sectores ciber y de la información. Es lógico porque estos dos sectores identifican un cambio de patrón claro con respecto al pasado”, señala Smith. “Pero toda esta actividad de interferencia ha entrado en nuestro espacio interno de manera muy profunda. Por ejemplo, la educación es un objetivo. Ya no solo en los términos tradicionales de utilizarlo como de creación de contactos, de espionaje, sino en intentos de influir en los curriculums de estudio y por tanto la formación intelectual”.

Sabotaje. El ciber es a la vez herramienta y teatro de batalla. Instrumentos de ciberagresión buscan penetrar activos en el ciber espacio. Hay tres grandes categorías: espionaje, chantaje, sabotaje. El primero es una variante de una actividad tradicional, que puede dar munición, por ejemplo, para después influenciar las mentes de una sociedad haciendo aflorar ciertos documentos. Los otros dos son más novedosos. El chantaje, por supuesto, se sitúa a menudo en un simple nivel de criminalidad que no tiene que ver con el pulso entre Estados. Pero la dificultad de atribución de las autorías deja márgenes de duda. Hay una miríada de casos ocurridos en los últimos años. Quizá el más impactante es el ataque a un oleoducto estadounidense en mayo, que causó una importante disrupción, y encarna una pequeña advertencia acerca del brutal potencial de actos de sabotaje dirigidos contra infraestructuras críticas como redes eléctricas o centrales nucleares, por no hablar de eventuales accesos a la cadenas de mando control militar.

Recursos estratégicos. Otro sector que es obviamente campo de batalla desde la noche de los tiempos y en el que este siglo ha aportado evoluciones muy impactantes. A la vista de todos está el uso por parte de Rusia de las exportaciones de gas como elemento de presión sobre Europa o el que hace EE UU de ciertas tecnologías frente a China, impidiendo el acceso a sus empresas. Pero este siglo está viendo un refinamiento del uso por parte de Washington del dólar, gran divisa de referencia en reservas y sistemas de pago, como herramienta de presión. Un arma extraordinariamente dañina que puede ser utilizada en distintas intensidades. EE UU ha ido recurriendo a ella con países como Irán o Corea del Norte, pero todavía no a gran escala frente a grandes economías.

Esta breve recapitulación apunta tan solo a un puñado de las que algunos expertos definen como “armas de perturbación masiva” en un espacio que vuela las dicotomías clásicas del pensamiento occidental: guerra o paz, legal o ilegal, militar o civil, público o privado. Las sociedades son el objetivo, el campo de batalla central. En un terreno en gran medida descubierto por la legislación internacional, las sociedades democráticas, pues, tienen la compleja tarea de desarrollar mecanismos de defensa que no agrieten sus valores fundacionales. Europa está en ello. La cuestión es parte importante de la Brújula Estratégica que elabora Bruselas para el futuro. “Hay creciente conciencia entre países europeos acerca de las amenazas híbridas y un impulso a proporcionar a los ciudadanos claves para afrontar la guerra de la información, como ya ocurre en países como Letonia o Estonia”, señala Gady. Por otra parte, observa el analista, ciertas operaciones solo tienen capacidad de amplificar brechas existentes, y una vía de defensa es procurar no ofrecer grietas para que puedan ser explotadas. Las democracias afilan sus defensas en los campos de batalla de la zona gris. La tarea no es fácil, y sus enemigos confían en que no logren cuadrar el círculo entre seguridad y principios.


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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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