Angela Merkel se despide de Bruselas tras 107 cumbres europeas
La canciller alemana ha sido la fuerza dominante de los consejos europeos durante sus 16 años en el poder
Con 107 cumbres europeas a sus espaldas, Angela Merkel asiste este jueves y este viernes en Bruselas al que probablemente es su último Consejo Europeo, un foro en el que la canciller alemana ha sido la fuerza dominante y motriz durante 16 años. Si los tres partidos que aspiran a formar el próximo Ejecutivo logran ponerse de acuerdo antes de mediados de diciembre, la cumbre de esta semana será la última para una líder que se despide invicta en las elecciones en su país.
Los líderes de la UE se han hecho una foto de familia con Merkel a modo de despedida —en la que, por protocolo, aparece en la segunda fila— y han tenido para ella palabras de agradecimiento y de homenaje. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ha asegurado que la canciller es “un monumento” y que “una cumbre sin Angela es como Roma sin el Vaticano o París sin la torre Eiffel”. Primeros ministros y presidentes europeos se pusieron en pie este viernes para ovacionar a Merkel. El momento no fue grabado por las cámaras. Michel le regaló una réplica del Edificio Europea, la sede del Consejo Europeo. “Tu sabiduría se echará en falta especialmente en momentos complejos”, añadió.
Liderazgo en Bruselas
En la capital comunitaria Merkel ha ejercido un papel de liderazgo casi incontestable que solo al final de su mandato ha compartido con el presidente francés, Emmanuel Macron. La proverbial resistencia de Merkel, que le ganó el apodo de canciller teflón, la ha convertido en la dirigente europea más veterana. A lo largo de más de tres lustros ha visto llegar al Consejo Europeo estrellas ascendentes como el presidente francés Nicolas Sarkozy, el primer ministro británico David Cameron o el canciller austriaco Sebastian Kurz, solo para asistir impasible a sus estrepitosas caídas.
Durante sus cuatro mandatos consecutivos, Merkel ha convivido con cinco presidentes franceses, cinco primeros ministros británicos, ocho italianos y tres presidentes del Gobierno español. Con ellos ha discutido y llegado a acuerdos sobre todas las grandes crisis que han azotado a la eurozona desde que participó en su primera cumbre, en diciembre de 2005, recién elegida como la primera mujer canciller de Alemania.
En política no existe vacío, y el hueco de Merkel en la UE será rápidamente cubierto, bien por su probable sucesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, por el propio Macron o por una figura tan respetada en Bruselas como el primer ministro italiano, Mario Draghi. Pero con la canciller desaparece de Bruselas un modelo de gestión de la UE basado en la incansable negociación y en la búsqueda de compromisos. Su legado, sin embargo, también incluye grandes borrones, como las catastróficas recetas económicas durante la crisis del euro, que condenaron a la unión monetaria a una doble recesión y dejaron a Grecia con el mayor cataclismo económico de un país en tiempos de paz.
Ni aciertos ni errores lograron desestabilizar a una canciller que se mantuvo siempre fiel a su estilo, basado en un pragmatismo tan efectivo en ocasiones como carente de ambición casi siempre. Merkel se ha movido durante tres lustros con pies de plomo en la escena europea. Y su lentitud en tejer respuestas comunitarias ante las numerosas crisis agravaron —en ciertos casos— y provocaron —en otros— unos estropicios que eran evitables o manejables.
Primero fue la crisis financiera mundial de 2008, seguida por una del euro que a punto estuvo de reventar la moneda única. En 2014, Rusia se anexionó Crimea y agredió al este de Ucrania. Solo un año después, Merkel afrontaba la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, con un éxodo masivo de cientos de miles de personas que escapaban de las guerras en países como Siria y Libia hacia Europa. Y finalmente ha lidiado con la pandemia del coronavirus y sus desastrosas consecuencias para la economía de los socios de la UE.
Con los años, la alemana ha transitado desde la reticencia a someterse a las reglas de Bruselas hasta un europeísmo que sorprendió tanto a los suyos —hasta el punto de provocar varias revueltas del ala dura de su partido (CDU)— como al otro extremo del eje franco-alemán, un Elíseo que empezaba a dar por perdida cualquier causa europeísta que precisara el apoyo de Berlín.
El vendaval que provocó la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017 y el virus que en 2020 sacudió el planeta fueron los detonantes de un giro que permitió a Merkel enmendar gran parte de los errores de su trayectoria europea. En ambos casos, la canciller crecida y educada fuera de la UE (en Alemania del Este) vio peligrar la integridad de la UE y, con ella, la supervivencia de un mercado interior en el que su país ha sido uno de los principales beneficiarios.
El diagnóstico sobre la gravedad de las amenazas que afrontaba Europa permitió a Merkel abrirse un hueco entre los dirigentes comunitarios que a lo largo de la historia han dado un gran impulso al proceso de integración de la UE. Su histórico acuerdo con Macron para crear un fondo de recuperación multimillonario frente a la covid abrió el camino para la creación del Next Generation EU, una partida presupuestaria extraordinaria de 750.000 millones de euros que, por primera vez en la historia de la UE, financiará subsidios con una emisión conjunta de deuda.
El nuevo fondo ha convertido a la Comisión Europea en uno de los principales emisores de bonos de Europa y podría convertirse en el embrión de un futuro Tesoro europeo y de unos eurobonos que transformarían la capacidad de financiación de los socios.
El fondo de recuperación ha sido el broche final de un periodo en el que Merkel se anotó otros tantos importantes, como el reciclaje del frustrado proyecto de la Constitución europea para convertirlo en el Tratado de Lisboa; su liderazgo para mantener firme el rumbo de la UE después del Brexit, o su firmeza a favor del multilateralismo frente a los embates de Trump. Pero en su pasivo quedarán también momentos tan oscuros como el intento de expulsar a Grecia de la zona euro, solo frenado cuando se vio en peligro la supervivencia de la moneda única o las políticas de austeridad impuestas a rajatabla en contra de la opinión de numerosos economistas. Sus mandatos también han visto el ascenso de la extrema derecha en su propio país y una deriva autoritaria en varios Estados miembros (Polonia, Hungría) que, según sus críticos, la canciller ha alimentado con una tolerancia excesiva hacia sus vecinos del Este.
Esa era de claroscuros toca a su fin de manera irremisible. Se despide de Bruselas una canciller que sorprendió al resto de líderes desde su primera cumbre en 2005. Quizá porque no se esperaba mucho de una política recién llegada a la arena europea y desprovista de carisma. “Merkel jugó un papel muy importante”, aseguró entonces el canciller austriaco, Wolfgang Schüssel, al término de la reunión.
Los líderes europeos reconocieron que su estilo negociador fue clave para alcanzar un acuerdo en las negociaciones sobre los presupuestos, que llevaban seis meses atascadas. La reunión se prolongó hasta las tres de la mañana, algo que se convertiría en una seña de identidad de la forma de hacer política de la canciller. Cuando los demás no veían una salida y amagaban con levantarse de la mesa, ella sacaba partido de su extraordinaria resistencia física y era la última en darse por vencida. Con tiempo, los acuerdos acababan saliendo.
Su capacidad para soportar la presión también ha sido un punto fuerte de Merkel ante las cumbres de líderes europeos. Muchas veces los viajes a Bruselas los caldeaban los medios alemanes, como cuando el tabloide Bild tituló a toda página antes de la cumbre de julio de 2015 en la que se discutía la permanencia de Grecia en la eurozona: “Hoy necesitamos a la canciller de hierro. ¡No más miles de millones para Grecia!”. Cuando se presentó la crisis de refugiados y la solidaridad europea parecía resquebrajarse, Merkel fue muy contundente en Bruselas: “Ante un enorme reto Europa no puede decir que no puede manejarlo. Sería un gran error, por eso digo que lo conseguiremos”, dijo a los periodistas a la entrada de la reunión con sus homólogos.
Un nuevo canciller por San Nicolás
Socialdemócratas, verdes y liberales empezaron este jueves las negociaciones formales para lograr una coalición de Gobierno en Alemania. Unas 300 personas en 22 grupos de trabajo discutirán punto por punto todas las materias que formarán parte del acuerdo de coalición que convertirá al socialdemócrata Olaf Scholz, todavía vicecanciller y ministro de Finanzas de Angela Merkel, en el próximo líder de la primera economía de la eurozona. Si hasta ahora se manejaba la Navidad como fecha máxima para la toma de posesión del nuevo Ejecutivo, el secretario general del SPD, Lars Klingbeil, la adelantó un par de semanas. Si todo va bien, habrá Gobierno “en la semana de San Nicolás”, fiesta prenavideña que se celebra el 6 de diciembre con regalos y dulces para los niños, anunció tras el primer encuentro de los equipos negociadores. El calendario que han pactado las tres formaciones fija que una primera ronda de reuniones termine el 10 de noviembre con las conclusiones de los 22 grupos de trabajo especializados. De conseguir llegar a un acuerdo en la fecha prevista, Merkel se quedaría a solo unos días de superar el récord de Helmut Kohl como canciller alemán, que se cumpliría el 17 de diciembre.
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